lunes, 22 de abril de 2013

LA FORMACIÓN DE LA LUNA


El 19 de mayo de 2011, el Festival de Cannes declaró a Lars Von Trier "persona non grata", a raíz de unas desafortunadas declaraciones en las afirmaba simpatizar con Hitler. Por la tarde se disculpó, pero no evitó que fuera expulsado del festival. Posteriormente declaró a la prensa que todo había sido una "broma muy pesada" y que había interpretado mal una pregunta de un periodista francés, debido al mal dominio del inglés de dicho periodista. Su película “Melancolía” estaba incluida en la selección oficial del festival.
A mí me sorprendieron enormemente dichas declaraciones. No me quedó otra que considerarlo una provocación más de un director acostumbrado, ya de por sí, a provocar con sus creaciones, al fin y al cabo estamos hablando del creador de películas como “Rompiendo las olas”, “Celebración”, “Los idiotas”, “Bailando en la oscuridad”, “Dogville”, “Manderlay”, “El jefe de todo esto” o “Anticristo”, la mayoría de ellas rodadas según la "Manifestación del Dogma 95" que sugería, entre otras cosas, que se puede realizar una película de calidad sin depender de grandes presupuestos.
Meses después, tras una tranquila cena en el piso de la que, por entonces, era mi compañera sentimental, Elisa, junto con sus compañeros Anna y Lim, acompañamos a Anna al cine a ver “Melancolía” en V.O. a sugerencia de un compañero suyo de trabajo, que también nos acompañó a la proyección, a pesar de que dicha polémica nos retrajo un poco inicialmente.
La película es realmente buena y nos gustó a todos, como era de esperar. De vuelta a casa comentábamos la posibilidad de que el acontecimiento apocalíptico plasmado en la película pudiese suceder en la realidad, pues la película finaliza con la colisión del planeta Melancolía con la Tierra. Mi respuesta fue que actualmente era imposible, puesto que es un consenso dentro de la comunidad científica el que el Sistema Solar se encuentra en una fase de extrema estabilidad, pero que eso ya podría haber sucedido según la “Teoría del gran impacto” y que el resultado de dicha colisión lo teníamos brillando encima de nuestras cabezas, señalando a una luna brillante y casi llena en una noche de verano totalmente despejada. Acto seguido, no sé cómo, comenzamos a hablar de la posibilidad de que existiese vida extraterrestre.
La “teoría del gran impacto” es reciente, pues fue formulada a mediados de la década de los 70 por los astrofísicos William Hartmann y Donald Davis y es la teoría científica más aceptada para explicar la formación de la Luna, aunque existen varios interrogantes que no han sido resueltos. Afirma que nuestro satélite se originó como resultado de una colisión entre la Tierra y otro planeta con el que compartía órbita y que se bautizó como  Theia, nombre que proviene de la mitología griega, ya que Theia era la madre de Selene, (la diosa lunar).
Anteriormente, a finales del siglo XIX, George Darwin ya había sugerido que la Tierra y la Luna habían sido en algún momento un solo cuerpo, aunque Darwin lo explicó a partir de que la Luna se habría formado debido a las fuerzas centrífugas, partiendo de un estado fundido de la Tierra y mediante un efecto de deshilado. A pesar de la deficiencia de los cálculos aportados por Darwin, esta hipótesis se convirtió en la explicación académica dominante. El uso de la mecánica de Newton, calculó que la Luna había orbitado mucho más de cerca en el pasado y se alejaba de la Tierra, algo que fue confirmado en las décadas de los 50 y 60 por estadounidenses y soviéticos, a partir de mediciones realizadas con láseres retro-reflectores. Sólo el geólogo canadiense Reginald Aldworth Daly, profesor de la Universidad de Harvard, había osado refutar dicha explicación a mediados del siglo XX con su teoría del impacto para la creación lunar, aunque apenas se le prestó atención.
Según la teoría del gran impacto, Theia se habría formado aproximadamente en la misma órbita de la Tierra. En un momento determinado, cuando Theia creció hasta un tamaño aproximado al de Marte, entró en una órbita caótica por lo que la distancia entre ambos planetas dejó de ser estable, hasta llegar a colisionar con la Tierra. Se ha calculado que esto ocurrió hace unos 4.500 millones de años, cuando apenas hacía 500 millones de años de la formación de la Tierra. Theia impactaría con la Tierra con un ángulo oblicuo y a una velocidad de 40.000 km/h, lo que provocaría su propia destrucción, expulsando la mayor parte del manto de Theia y una fracción significativa del manto terrestre hacia el espacio, mientras que el núcleo de Theia se hundió dentro del núcleo terrestre. Esto provocó en el entorno terrestre unas condiciones infernales tras el impacto, con el planeta fundido en su totalidad y rodeado por una atmósfera de roca vaporizada, con una temperatura de 4000°C hasta a una distancia de unos 150.000 kilómetros, (casi ocho radios terrestres).
La masa que salió despedida al espacio tras la colisión acabó formando un disco de escombros, y una gran parte de ésta se fusionó para formar la Luna entre uno y cien años después del impacto, que poco a poco fue alejándose hasta la distancia actual de unos 385.000 kilómetros de promedio ya que la Luna tiene una órbita elíptica alrededor de la Tierra. 
Evidentemente, una colisión tal en la actualidad devastaría la totalidad de la superficie terrestre, pues actualmente, si la Tierra fuera del tamaño de un balón de baloncesto, sólo la corteza terrestre sería sólida y ésta tendría el espesor de un folio de papel, siendo líquido el resto del planeta en forma de materia fundida.
El caso es que el resultado de aquella supuesta colisión, lo podemos ver todos los días. No sólo alumbra tenuemente las noches en las que aparece, sino que también es la causante de las mareas y ayuda a mantener el eje de la Tierra en su posición, facilitando nuestra vida. Quién sabe si la vida se hubiese podido originar de no ser por la existencia de nuestro satélite, independientemente de que la teoría del gran impacto sea cierta o no.

lunes, 8 de abril de 2013

EL RECUERDO PARAMNÉSICO

Cuando éramos adolescentes, mis amigos y yo acostumbrábamos a ir a las fiestas de los pueblos de alrededor en los que teníamos algún conocido del Instituto. Al llegar el invierno, para seguir con la costumbre y cambiar un poco de ambiente, solíamos irnos de fiesta a algún otro lugar de los alrededores. Lo solíamos realizar a menudo, aprovechando que Jesús sabía conducir y tenía disponibilidad para coger “prestado” el coche de su padre. Asumíamos que si pasaba algo, nos tocaba pagarlo a escote que era la forma que usábamos para financiar todos nuestros gastos. Todo esto duró apenas un año, puesto que enseguida nos cansó este tipo de fiestas que siempre acababan con todos nosotros saliendo “a rastras” de casi todos los sitios que visitábamos, víctimas del efecto que provoca el hacer turismo nocturno y de visitar los únicos lugares que había abiertos de madrugada en los lugares que visitábamos.
Unos años después, durante un fin de semana que pasamos en el pueblo de Antonio, no recuerdo por qué motivo acabamos en una discoteca de San Leonardo de Yagüe que estaba ubicada junto a la carretera y justo al lado de un arroyo. Sabía que había estado en aquella localidad en una de esas noches a las que he hecho referencia en el párrafo anterior, pero no me era familiar nada de lo que veía y eso que suelo tener una buena memoria fotográfica. El caso es que cuando salimos de dicha discoteca, debido a que no queríamos participar en los servicios de limpieza del local, y antes de enfilar dirección al lugar donde habíamos dejado el coche, Jesús y yo fuimos a realizar “una meada preventiva”, aunque en mi caso era más necesaria que preventiva, de cara a afrontar el viaje hasta el pueblo de Antonio donde pernoctaríamos esa noche. El lugar más indicado era la orilla del arroyo que pasaba al lado de donde estábamos, por lo que nos encaminamos hacia allí. Justo en ese momento padecí un flashback o analepsis, a uno de esos momentos de la adolescencia descritos anteriormente, apareciendo en mi memoria un recuerdo paramnésico, (más popularmente conocido como “déjà-vu”), en el que Jesús y yo estábamos en el mismo lugar, aunque con una temperatura más gélida y bajo una tenue cortina de lluvia. Lo que cambiaba era el estado, puesto que años atrás, en ese mismo lugar y en esa misma situación, Jesús acabó sumergiendo la cabeza en el arroyo, producto del estado lamentable en el que ambos estábamos. Nada más recordarlo se lo conté a Jesús, que no recordaba nada de aquello, aunque comenzó a recordar algo según le di algún detalle más, para reírnos a carcajada limpia durante unos instantes después de su recurrente, “ahí va, es verdad” y compartirlo a continuación con el resto de la cuadrilla.
Evidentemente no era la primera vez que me sucedía, aunque sí que era la primera vez que me sirvió para rescatar un recuerdo oculto en mi memoria, ya que, por lo general, la mayoría de las veces en las que creí tener un “déjà-vu”, no logré recordar su origen o si todo era producto de mi imaginación, al fin y al cabo, muchos de estos recuerdos se deben a un asincronismo entre la memoria consciente y la inconsciente, en el que la primera percibe que está viviendo una situación parecida a la que ya tiene acumulada en la memoria inconsciente que es donde se acumula la llamada memoria a largo plazo, la que aglutina los sucesos catalogados de pertenecientes al pasado.
Por lo general, la gran dificultad que solemos tener a la hora de recordar un suceso o una situación que creemos haber vivido anteriormente se debe a que la memoria inconsciente es la más utilizada en los periodos de somnolencia, por lo que los sueños se suelen nutrir más de ésta. Cuando una persona duerme, presenta un gran despliegue de actividad en zonas cerebrales relacionadas con el proceso de la memoria de largo plazo. Esto implica que muchas de nuestras experiencias paramnésicas pudieran deberse a una memoria de sueños olvidados con elementos comunes a la experiencia que se está viviendo en el momento de la aparición de éste, por lo que el recuerdo de haber vivido una situación parecida a la que se está produciendo en ese momento podría ser el resultado de tenues recuerdos provocados por un sueño anterior, no sólo por una experiencia anterior muy parecida a la de ese momento.
La primera vez que se catalogó este tipo de experiencias fue a finales del siglo XIX, por el psíquico y filósofo francés de origen argelino Émile Boirac en su libro “El futuro de las ciencias psíquicas”, para describir la experiencia de sentir que uno ha sido testigo o ha experimentado con anterioridad lo que parece ser una situación nueva. Actualmente también se utiliza de forma irónica para destacar algún momento que se sabe que ha sucedido anteriormente.
Las experiencias paramnésicas, (déjà-vu), suelen ir acompañadas por una convincente sensación de familiaridad y sobrecogimiento, extrañeza o rareza. La experiencia previa es con frecuencia atribuida a un sueño, aunque en algunos casos se da una firme sensación de que la experiencia ocurrió auténticamente en el pasado y suele ser difícil asociarlo con un hecho real.
El caso es que la aparición de aquel recuerdo me hizo estar durante unas semanas recordando, o intentando recordar, pasajes de mi vida de los últimos años, pues cuando contaba con apenas veinte años me daba la impresión de que los cinco años anteriores se me habían pasado volando, seguramente, motivado por que durante esa época mi actividad social había sido frenética, algo propio de cualquier persona de esa edad. Me vino muy bien dicha actividad, porque rebuscando en la memoria pude recordar un buen número de situaciones satisfactorias que había vivido, así como otras situaciones curiosas que había dejado en segundo plano.
Desde entonces, intento guardar algún detalle de cada experiencia satisfactoria vivida, pues recordarla no deja de ser un sucedáneo de volver a vivir dicha situación y poder volver a disfrutarla, aunque sea con menor intensidad.