miércoles, 27 de noviembre de 2013

LAS DIFERENCIAS HOMBRE-MUJER

El penúltimo año que cursé en la Universidad sólo tenía tres asignaturas y, por culpa del plan nuevo, sólo tenía una clase diaria, lo que me dejaba mucho tiempo libre, el suficiente para degustar un año universitario de los que están en mente de todos cuando se habla de Universidad y piso de estudiantes, salir mucho, llegar tarde a casa, levantarme a las once de la mañana… y, encima, podía llevar las asignaturas al día.

A diario solía quedar muy a menudo con Rosa y Anamari para acabar muchas de esas noches en el Elfos, un pub próximo a donde ellas vivían. Recuerdo que ese año traté varias veces con Anamari el tema de las grandes diferencias que había entre los hombres y las mujeres, sobre todo a nivel hormonal. Ella solía decir que las diferencias no eran tan grandes como yo quería creer y que las mismas necesidades que las hormonas les generan a los hombres, también se les genera a las mujeres, pero los hombres lo manifestamos más abiertamente. Yo le replicaba que no sólo lo manifestábamos, que también lo llevábamos a la práctica. El caso es que tampoco profundizamos mucho en el tema, pues ella me decía que siempre llevaba el tema a los matices de la sexualidad, pero sí que el tema salió en repetidas ocasiones por razones que a mí me parecían más que evidentes, a partir de lo que observaba en mi piso y en el suyo.

Realmente, yo pensaba que las diferencias se debían a motivos puramente hormonales, ya que las hormonas presentes en los cuerpos masculinos y femeninos son diferentes y provocan distintos comportamientos. Por ejemplo, los estudios con transexuales han mostrado que si se administra testosterona a una mujer durante meses adquiere no sólo los rasgos físicos de un hombre sino que también le cambia la estructura del cerebro y, por lo tanto, su forma de pensar tradicional y viceversa. Sin embargo, resulta que las diferencias en la composición de los órganos de un hombre y una mujer son bastante apreciables, como por ejemplo, el cerebro, los ojos, los oídos, la piel…

Durante las siete primeras semanas de gestación todos los fetos son femeninos. Esto es debido a que la naturaleza siempre tiende a crear embriones femeninos. Durante estas primeras siete semanas de la gestación, los órganos sexuales del embrión no están aún diferenciados. Cuando un espermatozoide con cromosoma X fecunda el óvulo, el proceso diferenciador lleva “por defecto” al desarrollo de un cerebro y órganos genitales femeninos, sin embargo, cuando el espermatozoide lleva el cromosoma Y, éste da una orden específica para que ese proceso natural se altere y comience la formación de los testículos. Éstos, a su vez, activan una serie de hormonas, (la antimulleriana y la testosterona), que inhiben definitivamente el desarrollo de los genitales y el cerebro femeninos y hacen que el embrión se convierta en varón.

Las principales diferencias entre hombres y mujeres no son sólo físicas, también tenemos cerebros diferentes. El cerebro masculino es de mayor tamaño, está funcionalmente organizado de una manera asimétrica evidente en las regiones frontales izquierdas, por lo que está más capacitado para la concentración, la capacidad espacial, el cálculo y la orientación. El cerebro femenino tiene una estructura con una mayor densidad de interconexión de los dos hemisferios por lo que puede realizar más tareas intelectuales simultáneamente, tiene mejor capacidad para el lenguaje, para la memoria y para la identificación de emociones ajenas con más precisión, presenta diferencias de densidad neuronal en ciertas zonas, un flujo sanguíneo mayor y un envejecimiento más lento.

Generalmente las mujeres son peores en matemáticas y mejores en lenguaje. Esto es debido a que en los hombres la materia gris del cerebro presenta más actividad que en las mujeres, (donde predomina la materia blanca). La materia gris maneja el tratamiento de la información mientras que la materia blanca establece relaciones entre datos. Es por ello que se suele creer que los hombres utilizan más la lógica y las mujeres utilizan la intuición. Cuando envejecen, los hombres tienden a perder más células cerebrales en los lóbulos temporales y frontales, lo que afecta los sentimientos y pensamientos. Sin embargo, las mujeres pierden más células cerebrales en el hipocampo, el que afecta a la memoria.

A pesar de contar con cerebros diferentes, que hace que alguno de los dos sexos pueda adquirir ligeras ventajas en uno u otro campo, las diferencias penden de unos hilos muy frágiles, que son culturales, genéticos y químicos. Todos ellos están tejidos por lo único que tiene poder para cambiar físicamente el cerebro, por las ideas y la cultura entendida como un conjunto de costumbres. Hombres y mujeres sienten lo mismo pero lo expresan de manera diferente. Por ejemplo, las mujeres cuando están estresadas necesitan hablar porque cuando hablan activan las conexiones situadas en los centros de placer del cerebro de las mujeres generando progesterona que las calma. Las mujeres utilizan de media unas 25.000 palabras por 12.000 de los hombres. En cambio los hombres estresados tienden a necesitar un poco de tiempo para estar solo para “retirarse a su cueva”, (según dicen los psicólogos), por lo que preguntarle “qué le pasa” puede ser contraproducente.

Des la misma forma, las mujeres cuando tienen un problema suelen necesitar ser escuchadas, que las comprendan, en cambio el hombre, por cultura y por genética, tiende a querer encontrar soluciones concretas a los problemas. Eso puede ser contraproducente en una relación de pareja, ya que intentar encontrar soluciones a una persona que necesita desahogo aumentará el estrés de su compañera. Por eso si una mujer tiene un problema suele buscar a otra mujer para que simplemente le escuche.

Como metodología, los hombres tienden a ir más al grano, más al final del proceso, obviando los detalles. La resolución de los problemas está centrada en la meta. La mujer gestiona la resolución de problemas centrándolo más en el proceso. Igualmente, los hombres se identifican menos con su cuerpo que las mujeres, les gustan más los sistemas y las máquinas (objetos en general).

Otras características diferenciales son la vista, el oído o la piel, entre otras. Las mujeres también tienen una capacidad para recoger señales visuales a corta distancia, (mayor visión periférica), mientras que los hombres tienen mayor capacidad para avistar a larga distancia objetos concretos, (mayor visión cilíndrica). Las mujeres tienen mayor agudeza de oído, sin embargo los hombres son más capaces de saber de dónde viene ese sonido debido a que tienen un mayor sentido espacial y orientativo. Igualmente, las mujeres tienen una mayor sensibilidad táctil y al tacto.

Todo ello se debe a que, evolutivamente, las funciones de los hombres y las mujeres eran diferentes. El hombre cazaba y la mujer recolectaba y cuidaba del hogar y la familia, por lo que adaptaron sus órganos y las funcionalidades de estos a las funciones que desempeñaban.

Es un alivio saber que las diferencias son genéticas y producto del proceso evolutivo animal. Así dejaremos de volvernos locos en la búsqueda de limar diferencias y nos pondremos manos a la obra en aprender a convivir con las diferencias de género como una simple estrategia que nos permita ser más diversos y podernos llevar mejor, gracias a que sabemos que muchas de las actitudes que un género considera torpezas del otro género, se deben en realidad a que un género ha desarrollado mejor unas capacidades que el otro y viceversa.

Yo, particularmente, seguiré sin comprender ciertas cosas de las mujeres, pero al menos ya sé que si son concurrentes en todas ellas, se debe a que son así. Podremos seguir disfrutando unos de los defectos y virtudes de los otros y viceversa.


lunes, 11 de noviembre de 2013

EL PRIMER RECUERDO

El primer recuerdo, el más lejano que tengo de mi vida, cronológicamente hablando, es el de mi primer día de clase, traumático, por cierto. Es algo que siempre me preocupó, puesto que por entonces yo ya contaba con cuatro años de edad, pero lo que es cierto es que no he sido capaz de retener ningún recuerdo anterior a esa edad y si lo he hecho, lo sitúo cronológicamente a una edad posterior.

Cuando hablo con distinta gente, casi todos dicen tener recuerdos anteriores. Cierto es que me han contado multitud de anécdotas de cuando tenía menos de cuatro años e incluso he sido capaz de reconstruir dichos acontecimientos, pero siempre a partir de las pocas fotos que tengo de cuando era niño y del recuerdo de los escenarios donde sucedieron, pero no son recuerdos, son reconstrucciones mentales hechas por mí, a partir del recuerdo de los lugares. Y todo ello a pesar de la cantidad de anécdotas que me han contado de cuando era niño y que podrían haber perdurado en el tiempo por traumáticos, como el rociarme por encima todo el café recién hecho de una cafetera al intentar cogerla, el pingarme de un armario de la cocina hasta que éste cayó encima de mí o el perder temporalmente una uña del dedo gordo de un pie por culpa de una puerta que se abrió de forma inesperada, entre otras.

Lo que es curioso es que mis padres se cambiaron de vivienda cuando yo apenas contaba con ocho años de edad y, sin embargo, tengo infinidad de recuerdos de mi vida en aquella primera vivienda, como si aquellos cuatro posteriores años a mi primer día de clase hubieran sido muy intensos en cuanto al almacenamiento de experiencias o aconteceres.

Al parecer los neurólogos defienden hoy en día la tesis de que es imposible tener recuerdos precisos anteriores a los cuatro o cinco años de edad, pues sólo a partir de esta edad el hipocampo, una de las sedes de la memoria, está perfectamente configurado. Según ellos, las personas que dicen tener recuerdos de edades anteriores, en realidad han construido falsos recuerdos a partir de fotos o historias oídas a familiares.

Es por ello que la mayoría de las personas no es capaz de recordar hechos que ocurrieron cuando eran muy pequeños, pese a haber sido protagonistas de ellos, aunque sí que es posible que alguna experiencia quede marcada en el cerebro, por distintas cuestiones. Se trata de algo muy normal y que los científicos denominan “Amnesia Infantil”. No es una enfermedad, sino que es una consecuencia de la forma en que los niños utilizan su cerebro mientras éste se desarrolla. Los niños retienen recuerdos por poco tiempo y, a medida que pasan los años, éstos desaparecen y son remplazados por otros. La amnesia infantil suele englobar el período entre el nacimiento y los cuatro años, aunque las memorias pueden ser borrosas hasta los ocho. A diferencia de los adultos, el cerebro infantil procesa y almacena los estímulos e información de manera diferente y, a medida que los bebés y niños crecen, los contenidos se mueven y analizan de forma distinta, lo que evita el poder acceder a ellos tal como haríamos con un evento reciente o grabado en un cerebro más desarrollado.

La razón de no recordar los primeros años de nuestra vida, se debe a los altos niveles de producción neuronal durante esa época. La formación de nuevas neuronas aumenta la capacidad para recordar, pero también limpia la mente de viejos recuerdos. La capacidad de recordar disminuye cuando aumenta la formación de nuevas neuronas.

Los niños son capaces de absorber información de manera mucho más rápida que un adulto, pero lo que ellos consideran importante de recordar varía mucho de lo que el resto consideraría relevante. En la primera infancia, (antes de cumplir los cuatro o cinco años), el hipocampo y corteza pre-frontal están muy poco desarrollados, siendo las zonas encargadas de almacenar recuerdos a largo plazo en los adultos. Al ser el hipocampo muy dinámico, no puede acumular información de forma estable. Eso podría explicar la falta de recuerdos a largo plazo en la primera infancia. Además, entre los cuatro y los ocho años de edad, la memoria tiende a ser más borrosa, por lo que quizás se recuerden sensaciones pero no eventos. El cerebro en desarrollo es más plástico y se reorganiza a gran velocidad y, por lo tanto, la memoria, en ese momento, es más frágil y vulnerable y puede borrarse fácilmente. En ese proceso se difuminan huellas de memoria que dan paso a nuevos recuerdos y aprendizajes, por lo que se puede decir que hay un momento en que nuestro cerebro limpia datos para aumentar su capacidad.

Todo ello se debe a que cuando somos niños, se tiene una forma única de absorber lo que ocurre a nuestro alrededor. En un principio los niños son siempre los protagonistas en la memoria y clasifican el hecho según cómo lo vieron. Al no tener la capacidad cognitiva o de lenguaje para procesarlo y almacenarlo de forma correcta, se suele almacenar como imágenes y el hecho se vuelve borroso o simplemente se pierde en el tiempo. Además, aquellos recuerdos considerados como traumáticos, se borran más rápidamente para volverse casi inaccesibles, en lo que quizá sea una forma de protección para un cerebro en plena formación. También, se cree que las niñas tienden a mantener recuerdos antes que los niños. Estudios determinan que las niñas pueden recordar algo que ocurrió cuando tenían tres años y medio mientras que en el caso de los varones, la edad sube a los cuatro años.

Todo esto lo acaba de demostrar la psicóloga canadiense Carole Peterson de la Universidad Memorial de Newfoundland, con un nuevo estudio con menores. Hasta el momento se pensaba que el fenómeno de la amnesia infantil, (la escasez o ausencia de recuerdos de los primeros años de nuestra vida), se producía sólo en los adultos. Sin embargo, este fenómeno también sucede en los menores. En los mayores, la edad media del momento del primer recuerdo es de tres años y medio, pero en los niños esta memoria cambia según se va creciendo.

El caso es que yo achacaba que mi falta de recuerdos anteriores a los cuatro años de edad se debía a una torpeza infantil por mi parte. Igual que comencé a andar algo más tarde de lo normal, pensaba que solamente fui capaz de retener recuerdos a una edad más tardía que el resto. Sin embargo, veo que es algo normal no recordar nada de mis cuatro primeros años de vida y que lo excepcional hubiese sido lo contrario.