miércoles, 26 de febrero de 2014

LOS RECURSOS LUDOLINGÜÍSTICOS

Hace unos meses que llegó a mis oídos el primer disco y único de un grupo llamado Dislexia, que se titula “Luz azul”. Desde el primer momento en el que lo escuché me llamó mucho la atención por sus letras e incluso cuando lo escuché por segunda vez me percaté de que la primera canción del disco “Personajillos pintorescos” era un divertido tautograma, es decir, un texto compuesto por palabras que comienzan todas por la misma letra. El más famoso tautograma de la historia, aunque corto, fue “Veni, vidi, vinci”, pronunciado por Julio César en el año 47 a.C. al dirigirse al Senado romano, describiendo su victoria en la Batalla de Zela, aunque ya un siglo antes el dramaturgo romano Ennio había hecho famoso ese artificio lingüístico mediante la publicación de un hexámetro tautográmico con la letra “t”. En español, el más famoso tautograma fue un soneto escrito por Francisco de Quevedo en el siglo XVII utilizando únicamente palabras que comenzaban con la lera “a”, aunque se considera que la obra maestra del tautograma fue “Pugna porcorium per Placentium porcium poetam” del profesor alemán de teología Leo Placentius y escrito en latín, que se traduce como “El combate de los cerdos por el poeta porcino Placentius” y que se componía de 253 versos hexámetros que contenían únicamente palabras que comenzaban con la letra “p”.

Lo curioso del disco en cuestión, es que, aunque tardé algo más en percatarme de ello, el título del disco “Luz azul” es un sencillo palíndromo, es decir, una palabra o frase que se lee igual en los dos sentidos. A este recurso era muy aficionado el escritor argentino Juan Filloy, que incluyó innumerables palíndromos en sus obras, aunque quizá el más famoso palíndromo en español sea “Átale, demoníaco Caín, o me delata” extraído del cuento “Satarsa” del también argentino Julio Cortázar, autor de otras muchas tantas obras que incluían palíndromos. Pero el más célebre de todos es el cuadrado Sator, encontrado en varias ruinas romanas e iglesias, con la inscripción “Sator arepo tenet opera rotas” que puede leerse en horizontal y vertical y en ambas direcciones, desconociéndose su verdadero significado. Otro célebre palíndromo es “A man, a plan, a canal, Panama” publicado por Leigh Mercer en honor de Ferdinand de Lesseps, constructor del canal de Suez y que fue quien comenzó las obras de construcción del canal de Panamá, aparte de ser el precursor de dicha idea.

Este grupo, Dislexia, me recordó mucho, por sus letras y estilo, al grupo Mamá Ladilla, que tiene canciones como “Risión cumplida” cuya letra está formada exclusivamente por palabras polisílabas, a excepción del título, “Cunnilingus post mortem” cuya letra está formada exclusivamente por latinajos o locuciones latinas, es decir, expresiones en latín que se utilizan en español con un significado cercano al original, “En el vergel del Edén”, cuya letra es un lipograma univocal ya que sólo utiliza la vocal “e” o “Atente a tu tonta tarea”, cuya letra es una continua paronomasia, recurso fónico que consiste en emplear parónimos, es decir, palabras que tienen sonidos semejantes pero diferentes significados. Igualmente, en otras canciones emplean intencionadamente diversos juegos de palabras. Curiosamente, al informarme acerca del grupo, descubrí que en su formación estaba Juan Abarca, líder de Mamá Ladilla.

Por cierto, un lipograma es un texto que excluye una o varias letras del alfabeto de modo intencionado, mientras que un univocalismo o monovocalismo emplea solamente una vocal, por lo que sería un lipograma en el que están ausentes todas las vocales salvo una. En 1972, el escritor francés George Perec escribió “Les Revenentes”, en la que sólo usa la vocal “e” durante 138 páginas. El escritor mejicano Óscar de la Borbolla en su libro “Las vocales malditas” escrito en 1988 dedica un cuento a cada vocal, aunque en “Un gurú vudú” utilice palabras modificadas, debido a la imposibilidad que se da en castellano de confeccionar frases con sentido y medianamente largas utilizando sólo la vocal “u”. Otros ejemplo son el cuento “Amar hasta fracasar” del escritor nicaragüense Rubén Darío, la canción “Ojo con los Orozco” del argentino León Gieco o “Efectos vocales” del rapero Nach, compuesta por tres bloques donde solamente usa las vocales “a”, (en el primer bloque), “e”, (en el segundo), y “o”, (en el último).

Todos estos artificios lingüísticos se engloban dentro de lo que se ha venido a llamar extraoficialmente como ludolingüística o uso lúdico de la lengua. Aparte de los ya enunciados recursos o artificios ludolingüísticos, existen otros como los pangramas, las palabras panvocálicas, los calambures o los anagramas, por citar los más representativos.

Los pangramas son oraciones que contienen todas las letras del alfabeto. Quizá el pangrama más conocido en el idioma español puede ser "El veloz murciélago hindú comía feliz cardillo y kiwi, la cigüeña tocaba el saxofón detrás del palenque de paja". Puede ser debido a que este pangrama es usado para mostrar las fuentes en el sistema operativo Windows. Por cierto, en Linux aparece el pangrama “Jovencillo emponzoñado de whisky: ¡qué figurota exhibe!”

Las palabras panvocálicas o pentavocálicas contienen todas las vocales y, si es posible, una sola vez cada una. Un ejemplo clásico, sin repetición de vocales, es la palabra “murciélago”, pero la más corta es “euforia” y la más larga “vislumbrándoles”.

El calambur es la agrupación de sílabas de diversos modos con significados diferentes, basándose en la homonimia, en la paronimia o en la polisemia. Fue popular en el Siglo de Oro y utilizado por escritores como Luis de Góngora (“Con dados ganan condados”), Francisco de Quevedo (“Entre el clavel blanco y la rosa roja, su majestad escoja/es coja”) o Juan Ruiz de Alarcón (“¿Éste es conde? Sí, éste esconde la cantidad y el dinero”), entre otros. El libro “Yo a éste lo ablando hablando” del uruguayo Santiago Tavella, los nombres de los personajes del dúo Gomaespuma o la adivinanza “Oro parece, plata no es” son ejemplos contemporáneos del uso de este juego de palabras.

El anagrama es una palabra o frase que resulta de la transposición de letras de otra palabra o frase, es decir, contienen las mismas letras en distinto orden. Ejemplos clásicos son amor- roma-mora-ramo-armo, monja-jamón-mojan, esponja-japonés, cabrón-bronca-barcón. Es un recurso muy recurrente en los guiones de cine y en la literatura, hasta tal punto que incluso el Sindicato de Directores de Estados Unidos empleó el seudónimo de Alan Smithee, (anagrama de "The alias men"), cuando alguno de sus miembros no quería ser asociado con una obra.

En fin, que con esto de hablar de jugar con la lengua me ha provocado cierta curiosidad y me ha dado por buscar la palabra más larga reconocida por la R.A.E. Es electroencefalografista, (persona especializada en electroencefalografía), de 23 letras. Aunque hablando con una amiga enfermera me dijo que polioencefalomeningomielitis, (trastorno inflamatorio que afecta a las meninges y a la sustancia gris del encéfalo y de la médula espinal), de 28 letras, es más largo y es un nombre real. Estoy seguro de que en algunos campos se trabaja con nombres mucho más largos y también reales, como  puede ser alfadenobetaparahidroxifenilpropanoicotirosina, (de 46 letras), que es el nombre de un proteína. Atrás quedó el título de la famosa canción infantil “Supercalifragilísticoexpialidoso”, (32 letras), que cuando era niño consideraba, erróneamente, la palabra más larga del castellano.

Por cierto, un  pentaquismiriohexaquisquilohexacosiotetracontapentágono, (55 letras), es un polígono de 56.465 lados y la hipopotomonstrosesquipedaliofobia, (de 33 letras), es el jocoso nombre que se le ha dado al miedo irracional o fobia a la pronunciación de palabras largas. ¡Qué cachondos!

miércoles, 12 de febrero de 2014

EL RECUERDO DE LOS OLORES

Cada vez que comienza el otoño, el barrio de mi infancia tiene un olor especial. Es un olor que no sabría decir a qué se parece, pero siempre que vuelvo al barrio donde viven mis padres, ese olor que aparece en las tardes soleadas de mediados o finales de Septiembre me traslada, momentáneamente, a mi época de adolescente. Es el olor del comienzo del curso, del fin del verano. Es el olor que mi mente asocia al otoño. Para mí es el olor del otoño. También el invierno para mí tiene un olor especial, también incomparable con otro tipo de olores. Me sucede a comienzo de las tardes soleadas de invierno y el recuerdo lo asocio a las tardes de partido. Era el olor que percibía cuando salía de casa camino a “El Montecillo”, para ver aquellos partidos de tercera que disputaba mi querida Gimnástica Arandina como local cuando era niño, o el olor que percibía cuando salía de casa dispuesto a jugar al fútbol en las categorías de aficionados con los distintos equipos que jugué, (Villalba, Berlangas, Arandilla o Pinilla). Todavía me sucede que cuando salgo de casa estando de visita a mis padres, me entra una nostalgia terrible de aquellas tardes de domingo que pasaba en aquellos “patatales” en los que jugaba domingo tras domingo durante casi una década.

Evidentemente, hay muchos otros olores que tengo marcados en mi subconsciente y asociados a situaciones pasadas. El olor de la lluvia primaveral me hace recordar mis momentos de la infancia en los que salía del clase y me iba a coger caracoles con mi amigo Óscar en los regachos cercanos al colegio. El olor del césped recién cortado lo tengo asociado a aquellas tardes que iba con mis amigos a echar una pachanguita detrás de las porterías de “El Montecillo” mientras entrenaba el primer equipo de la ciudad. El olor a cocido cuando llego a casa en invierno asociado a la vuelta del cole, donde no había rellano de barrio proletario que se librara de ese olor. El olor invernal de los pueblos castellanos, al humo generado por la madera en plena combustión, me devolvía a aquellas épocas en las que iba al pueblo a las típicas matanzas que se hacían regularmente por entonces. El cordero asado asociado a esas reuniones familiares que todavía seguimos haciendo regularmente con la justificación de cualquier celebración. El olor a cierto perfume femenino que hace que se te represente alguna vieja amiga, alguna antigua novia o alguna otra mujer que marcó algún período de tu vida.

Luego hay otros olores más personales o asociados a una experiencia concreta. Reconozco que cada vez que huelo a ponche, me dan náuseas. Aún lo tengo asociado a mi primera gran borrachera de la adolescencia y es algo que después de muchos años no he logrado superar. En el lado agradable suelen quedar otros olores, como aquel que te deja ella en las sábanas y que te hace que puedas disfrutar en su ausencia con sólo sentir su olor.

Por lo general, los olores evocan recuerdos intensos en muchas personas, aunque no en todas, pues dependerá del canal sensorial que cada persona haya desarrollado con mayor intensidad. Los canales visual, auditivo y sinestésico son los tres canales sensoriales del ser humano. El canal sinestésico hace referencia al canal de comunicación que conforman los tres sentidos más primitivos del ser humano, el gusto, el olfato y el tacto. La predominancia de uno de los tres canales de comunicación en cualquier persona dependerá de los estímulos recibidos durante los primeros años de vida.

El olfato y el gusto son sentidos directamente relacionados con el instinto de supervivencia y ambos están conectados por la faringe. Distintas reacciones fisiológicas de carácter químico hacen que uno funcione conectado con el otro. Como el olfato y el gusto se relacionan directamente con la comida y ésta es indispensable para sobrevivir, la evolución ha hecho que los mecanismos de la memoria se adapten para conservar la información percibida por estos sentidos, de modo que perdure en el tiempo.

Todos los órganos asociados a cada uno de los sentidos, (vista, oído, gusto, tacto y olfato), poseen una zona definida de la corteza cerebral. Estos órganos nos permiten el contacto consciente con el mundo exterior y por medio de ellos captamos información del medio que nos rodea. Por otro lado, existe un proceso llamado asociación cerebral por medio del cual el cerebro conecta las diferentes zonas de la corteza para relacionar recuerdos. Como el sabor y el olor poseen características muy propias y poco comunes, por lo general, es más fácil para el cerebro relacionarlos con formas, colores, texturas e incluso sonidos, que hacerlo de forma contraria, es decir, es más fácil relación un olor con un objeto que un objeto con su olor.

Los recuerdos de olores y sabores, generalmente, están asociados a situaciones de seguridad y estabilidad, comida y abrigo, por ello permanecen más tiempo en la memoria a corto y largo plazo. Ésta es una forma de asegurar la permanencia de la especie.

La capacidad para recordar olores concretos es sorprendente si se tiene en cuenta que las neuronas del epitelio olfatorio tienen una vida media de unos 60 días. Tras su muerte, son reemplazadas por otras células nerviosas que deben establecer de nuevo las sinapsis, o relación funcional de contacto entre las terminaciones de las células nerviosas. Mediante una extremada precisión en el recambio celular, en el que cada sustituta ocupa un lugar concreto, se logra que los recuerdos no desaparezcan.

Cuando se trata de la creación del primer recuerdo asociativo entre un objeto y un olor, el cerebro actúa de una forma particular. La primera vez que se asocia un objeto a un olor se crea un profundo recuerdo en el cerebro, algo así como que hubiera una memoria especial la primera vez que se huele algo, que es creada en el cerebro por las regiones del hipocampo y la amígdala, por lo que se puede concluir que el cerebro prioriza los olores. Por todo ello, recordamos los olores y los asociamos a personas, objetos o situaciones.

Hace un par de semanas volví a jugar a fútbol tras más de ocho años sin hacerlo, (en este caso fútbol-7). Sí que había jugado alguna que otra pachanga de fútbol-sala y fútbol-7, pero no en una competición organizada. Al llegar al campo esperaba encontrarme con ese olor a hierba húmeda o recién cortada que me traslada a aquellos recuerdos de partido inminente y que me provocan unas sensaciones similares a las de un adicto que no puede reprimir sus terribles ganas de calzarse las botas de fútbol. Sin embargo no fue así. Es lo que tiene el jugar en campos de césped artificial.