lunes, 28 de abril de 2014

LAS ALEACIONES DE ORO

Nunca llevo ningún tipo de joya, complemento o reloj. El reloj lo dejé de usar a los 20 años cuando mi último Casio, bastante magullado por la mala vida que le había proporcionado, decidió pasar a mejor vida soltándose de mi muñeca justo cuando estaba asomado al balcón, debido a lo desgastada que estaba su correa. Lo había intentado bastantes veces pero nunca desde un sitio tan propicio. A partir de entonces decidí que no iba a ser esclavo del tiempo y que me iba a regir por mis propios parámetros y no los que me marcase la hora del día.

Anteriormente, ya me había desprendido de mi collar de adolescente rebelde, (de macarra, según mi padre), me había negado a llevar cualquier tipo de anillo de “niño bien” que mi madre hubiese deseado que hubiese querido llevar después de la Comunión y no osé a ponerme un pendiente para evitar que me hubiesen podido arrancar la oreja en casa, aunque provoqué polémica alguna que otra vez cuando aparecía en casa con algún pendiente de imán.

Por todo ello, mi conocimiento sobre joyería siempre ha sido bastante escaso, incluso actualmente. La primera vez que fui a una joyería para hacer un regalo especial y me empezaron a hablar de quilates, de oro blanco o de oro rosa, no sabía de qué me estaban hablando, así que, como hubiese hecho cualquier otro en mi situación, elegí lo que más me gustaba y que se aproximaba al dinero que tenía pensado gastarme.

Evidentemente, nada más salir de la joyería y llegar a casa me puse a investigar acerca de lo que significaba cada cosa, pues no sabía si esas variedades de oro eran oro de menor calidad o no, a pesar de lo que me habían dicho en la joyería, pues en ningún momento me hablaron de aleaciones y el joyero no deja de ser un vendedor que pretendía que no me fuera de vacío.

Así, descubrí que el oro puro tiene 24 quilates. El problema es que el oro puro es demasiado blando para ser usado en joyería, por lo que se reduce su pureza y se endurece aleándolo con plata, cobre, paladio, níquel o hierro, adquiriendo distintos tonos de color o matices después de la aleación.

En joyería fina normalmente se usa el oro aleado. El oro alto tiene 18 quilates y tiene 18 partes de oro y 6 de otro metal o metales (75 % en oro), el oro medio tiene 14 quilates, con 14 partes de oro y 10 de otros metales (58,33 % en oro) y el oro bajo o de 10 quilates, tiene 10 partes de oro por 14 de otros metales (41,67 % en oro). El oro de 18 quilates es muy brillante y vistoso, pero es caro y poco resistente, por lo que el oro medio suele ser el más usado en joyería, ya que es menos caro que el oro de 18 quilates y más resistente.

Dentro de los distintos tipos de oro alto, (de 18 quilates), en función del tipo de aleación, éste se denomina de diferentes maneras. El más común es el oro amarillo, que contiene 18 partes de oro, 3 de plata y 3 de cobre y es el oro de 18 quilates por excelencia. Otros tipos de oro alto muy apreciados últimamente son el oro blanco, que contiene el 75% de oro, el 16% de paladio y el 9% de plata, el oro rosa, que contiene 75% de oro, 20% de cobre y 5% de plata, y el oro gris, que contiene el 75% de oro, 15% de níquel y 10% de cobre. El resto, también de 18 quilates, son el oro rojo, que contiene 18 partes de oro y 6 de cobre, el oro verde, que contiene 18 partes de oro y 6 de plata y el oro azul, que contiene 18 partes de oro y 6 de hierro.

Aparte de en joyería, el oro también se emplea como patrón monetario, en medicina, en la industria, en electrónica, en química comercial, en alimentos y en bebidas. Tiene una muy buena conductividad eléctrica y resistencia a la corrosión, así como una buena combinación de propiedades químicas y físicas, por lo que comenzó a emplearse a finales del siglo XX como metal en la industria. Es sumamente inactivo e inalterable por el aire, el calor, la humedad y la mayoría de los agentes químicos, aunque se disuelve en mezclas que contienen cloruros, bromuros o yoduros, entre otros, siendo los cloruros y los cianuros los compuestos más importantes de oro, al mezclarlo con mercurio. Desde tiempos remotos es apreciado, no solamente por su belleza y resistencia a la corrosión, sino también por ser más fácil de trabajar que otros metales, debido a su maleabilidad, y menos costosa su extracción, aunque su relativa rareza, propició que comenzara a usarse como moneda de cambio y como referencia en las transacciones monetarias internacionales.

Se cree que la cantidad total de oro extraído y, por lo tanto, de oro circulante en el mundo, es de unas 165.000 toneladas lo que supondría un cubo de unos 20,3 metros de lado, (poco más de 8000 metros cúbicos), mientras que la producción mundial anual actual está en torno a las 2.500 toneladas, lo que supone algo más de 126 metros cúbicos de oro o lo que es lo mismo un cubo de poco más de cinco metros de lado.

En la cultura popular el oro es frecuentemente referenciado en sentido figurado. Así la regla de oro suele hacer referencia a la regla más importante en una disciplina concreta. Cuando algo se califica como muy valioso o apreciado se dice que es "de oro". Igualmente, cuando algún producto es muy valioso económicamente hablando para el conjunto de la sociedad o es medio de subsistencia de una comunidad concreta se le hace referencia al oro. Se utiliza la calificación de "oro negro" para referirse al petróleo, "oro rosa" para referirse a los camarones, "oro verde" para referirse al aguacate, a las esmeraldas, a la planta de coca, al cannabis o a la soja, "oro blanco" para referirse al platino y al clorhidrato de cocaína, al algodón o al marfil, "oro rojo" para referirse al coral rojo o a la sangre humana traficada ilegalmente y "oro líquido" para referirse al aceite de oliva, como ejemplos más significativos. Incluso Bea, cuando tiene una gran ocurrencia o recuerda algo importante que yo había olvidado, se señala la cabeza y me dice “Ves, pepitas de oro tengo aquí”.

Es curioso, pero las monedas de 50, 20 y 10 céntimos de euro están formadas por una aleación denominada oro nórdico, ya que Suecia fue el primer país que la utilizó para fabricar coronas. Esta aleación está compuesta por un 89% de cobre, un 5% de aluminio, un 5% de zinc y un 1% de estaño. Evidentemente no contiene oro. Otra curiosidad es que el miedo irracional al oro se denomina crisofobia, aunque no creo que exista tal miedo.


lunes, 14 de abril de 2014

LA MALDICIÓN DEL TRECE

Cuando tenía 10 años, por fin nuestro colegio, el C.P. Santa María, se inscribió en la Liga Escolar de fútbol. El equipo lo formamos mayoritariamente entre los compañeros de clase, todos alevines de primer año, puesto que los de sexto curso preferían jugar al balonmano. Así, tuve relativamente sencillo quedarme con el número 9, que era mi número predilecto por entonces, ya que era el mismo que llevaba Quini, mi mito de la infancia. Todo ello a pesar de que ya jugaba “de ocho” o “de diez”, más que “de nueve”, pues me faltaba velocidad para nuestro juego desestructurado.

Eso sólo duró el primer año, ya que al año siguiente pasé a llevar el número 6 y a jugar en el centro de campo. A pesar de que tenía la que posiblemente sea la posición más bonita del fútbol actual, la de medio centro, a mí, por entonces, me gustaba jugar más adelantado, por lo que en los distintos equipos en los que jugué lo hacía de delantero centro, media punta o interior derecho, optando siempre por el número 9 o el 11 en su defecto.

Ya en competiciones de categoría absoluta, en el primer equipo que jugué fue en el de la cafetería San Francisco con el que jugué un año la competición local de fútbol-sala. Allí llevaba el 24, pues toda la numeración del equipo estaba en la veintena, algo curioso, por otro lado.

Posteriormente, cuando jugué federado en las categorías regionales de mi provincia, dejé de dar importancia al número que llevaba, aunque tenía preferencia por los números altos. Igualmente, aunque prefería jugar de media punta o de interior derecho, también dejé de dar importancia a la posición en la que jugaba, pues todas las posiciones tienen la suya. Así en Villalba empecé jugando de interior derecho o lateral derecho, dependiendo de las necesidades. Jugué un año con el 2, otro con el 16 y otro con el 14, que pasó a ser mi número predilecto. Ese número lo llevé el año que pasé en Berlangas, (exclusivamente de delantero centro), cuando volví a Villalba, (ya de defensa central), y en Arandilla, (seis años, en total), para pasar al 18 en Pinilla, pues era el que más me gustaba de los pocos que quedaban.

Aunque normalmente los números 1 y 13 se destinaban para los porteros, hubo un año en el que el número 13 estaba disponible. Recuerdo que éramos dos los que lo queríamos y acabó no tocándome a mí. Es cierto que si hubiera tenido un gran empeño, otros años podía haber pedido que se hiciera una camiseta con el número 13, pero tampoco era un asunto tan importante como para estar pendiente de sí se iba a hacer equipación o no y de la numeración que iba a llevar. Además, he de reconocer que, aunque no soy nada supersticioso, sí que he llegado a pensar que si me empeñaba en llevar el 13 y sufría alguna lesión importante podría en algún momento llegar a achacarse a eso por parte de alguien, algo que no quería que sucediera, por lo que no insistí en el tema. Yo, que lo primero que hice cuando llegué a Valladolid a iniciar mi etapa universitaria fue contar los 20 leones que hay en las 18 columnas de la histórica Universidad de Valladolid, (hoy Facultad de Derecho), desafiando una muy antigua y muy vigente superstición estudiantil por la que quien osa contar los leones nunca terminará sus estudios universitarios, que nunca evito pasar por debajo de una escalera o que lo único que me molesta de que se me caiga la sal es que tengo que recogerla, renunciaba a solicitar que se incluyera el número 13 influenciado por las supersticiones ajenas, (y también porque soy un poco dejado).

Este miedo irracional al número trece se denomina triscaidecafobia y es una superstición a la que se le atribuyen dos orígenes muy parecidos, ambos muy arcaicos.

El más antiguo procede de la mitología nórdica. Loki, el espíritu de la ira, el engaño y del mal, era el decimotercer dios en el Valhalla o panteón nórdico y fue el causante de la muerte del dios Balder, segundo hijo de Odín, el dios principal de la mitología nórdica. Esto se cristianizó más tarde al decir que Satán era el decimotercer ángel.

El segundo origen que se le atribuye es cristiano, relacionado con la última cena de Jesús con los doce apóstoles. Tras esa cena, Jesús fue capturado y crucificado tras haber sido traicionado por Judas Iscariote. De ahí que la tradición cristiana considere que nunca se deben sentar trece personas en una comida o una cena, pues uno de ellos morirá en el transcurso de un año.

Anteriormente, tampoco es que el trece hubiese corrido mejor suerte. Los egipcios dividían la vida en trece etapas, donde la última se correspondía con “la vida eterna” tras la muerte. Los babilonios consideraban al número trece como de mal agüero, tanto es así que incluso el código de Hammurabi, compilación de leyes y edictos auspiciada por el rey Hammurabi, omitió este número en su lista. Hesíodo, poeta de la Antigua Grecia, en su obra "Los trabajos y los días" hace referencia a la fatalidad del número trece prohibiendo la siembra en esos días. Y, para colmo, aunque posterior al origen cristiano, el capítulo 13 del Apocalipsis de San Juan es el correspondiente al Anticristo y al día de la bestia.

En general, el 13 se puede considerar un número malo sencillamente porque es el siguiente al 12, el cual es un número popularmente utilizado en muchas culturas debido a que es un número altamente compuesto, divisible entre 2, 3, 4 y 6, mientras que el 13 encima es primo, es decir, que no se puede descomponer. El halo de desgracia que rodea al número 13 se ha extendido y enraizado hasta casos completamente sorprendentes y en muchos países ha quedado borrado de lugares como hogares o transportes, donde más atención se suele prestar al bienestar y más pánico se tiene a la posibilidad de ver entrar el maleficio. Por ejemplo, en Francia se intenta omitir el número 13 al dar las señas y en Italia, la Lotería Nacional lo omite. Algunas líneas aéreas internacionales saltan del 12 al 14 en la numeración de los asientos de sus aviones, al igual que también ocurre en la mayor parte de los edificios en Estados Unidos y en la numeración de los coches de la Fórmula 1. Además, en la cultura anglosajona si además de día 13 se le suma el que sea viernes la maldición se completa, pues el viernes es el día en la que Jesús murió crucificado, mientras que en la cultura grecolatina es el martes y 13 puesto que Marte, (que da el nombre al martes), es el dios de la guerra en la mitología griega, por lo que el martes está regido por el planeta rojo, el de la destrucción, la sangre y la violencia.

La verdad es que, aunque por lo general el número 13 en fútbol se destina al portero suplente por ser el que menos posibilidades suele tener de salir a jugar y la gente lo evita por esa cultura popular que cree en fuerzas ocultas que van a propiciar mala o buena suerte en función de supersticiones infundadas, yo lo considero un número más sin ningún significado, pues los números sólo representan cantidades.

Por cierto, para aquellos supersticiosos, he de recordar que, a pesar de lo poco que se usa el número 13 por las razones ya descritas, Wilt Chamberlain, el mejor jugador de baloncesto de la historia hasta la irrupción de Michael Jordan, llevaba el número 13, (número retirado por Los Ángeles Lakers en su honor), y Gerhard “Torpedo” Müller marcó 14 goles con su selección, (Alemania R.F.), en los mundiales de México 70 y Alemania 74 siendo la segunda mejor marca de todos los tiempos sólo superada por el brasileño Ronaldo. En el primero de ellos fue elegido mejor jugador del torneo y en el segundo se proclamó campeón, todo ello con el número 13 a la espalda.