miércoles, 16 de marzo de 2016

LA LEY DE MOORE

Del laboratorio de Matemáticas que teníamos en la E.U.P. de Valladolid, recuerdo aquellos ordenadores que allí había, la mayoría de ellos con procesador Intel i486, y con su pequeño display de dos dígitos en siete segmentos donde aparecía la frecuencia de reloj (el equivalente a la velocidad de procesamiento) del procesador expresado en megahercios (MHz). Había que estar muy rápido y motivado para pillar los pocos que había a 75MHz. El resto nos repartíamos los de 66MHz, 50MHz o 33MHz.

Ahora resulta curioso, pero en la época de los i386, los i486 y la primera generación de los Pentium, los ordenadores personales incorporaban un display donde aparecía la velocidad de procesamiento, con lo cual era muy fácil apreciar como cada dos años se lograba doblar la velocidad de procesamiento de los procesadores que llevaban los ordenadores personales, algo que ha sido así hasta la aparición de los procesadores de doble núcleo.

Esto ha ido en consonancia con la predicción que realizó el ingeniero estadounidense Gordon Moore y que es conocida como ley de Moore. Dicha ley (que realmente fue una predicción) afirma que el número de transistores integrados en un microprocesador se duplica cada dos años. Inicialmente, en el artículo que publicó en la revista Electronics en 1965 siendo Gordon Moore director de los laboratorios de Fairchild Semiconductor, afirmó que sería cada año, modificando su predicción a dos años en 1975, cuando ya era presidente de Intel Corporation, empresa que había fundado junto al también ingeniero estadounidense Robert Noyce (inventor, junto a Jack Kilby, del microchip o circuito integrado y que fue apodado como “el alcalde de Silicon Valley”, pues fue él quien ideó el nombre). Curiosamente, este crecimiento exponencial se ha ido cumpliendo, dando lugar a dispositivos cada vez más potentes, más rápidos, más pequeños y con menor consumo, pues al duplicarse el número de transistores integrados en los chips de cualquier dispositivo, prácticamente se duplican las prestaciones de los chips y de los dispositivos. En 2007, el propio Moore determinó una fecha de caducidad para su ley afirmando que “mi ley dejará de cumplirse dentro de diez o quince años, no obstante, una nueva tecnología vendrá a suplir a la actual”.

Por aquel entonces, hará unos quince años, cuando mis amigos me solían consultar acerca de las prestaciones de los ordenadores que se querían comprar y observaban el crecimiento exponencial de éstas, recuerdo que se me preguntó en varias ocasiones acerca de los límites de dicho crecimiento. Yo no sabía muy bien qué contestar, aunque por mis conocimientos solía decir que con la tecnología actual el límite estaba en la velocidad de la luz. Así llegué a predecir que difícilmente se conseguiría un procesador que alcanzara los 100GHz de velocidad de procesamiento con la tecnología existente, puesto que si un hercio es una instrucción-máquina por segundo y a la velocidad de la luz es de unos 300.000 Kilómetros por segundo (0,3 gigametros por segundo), a nada que cada instrucción-máquina implicase que cada pulso eléctrico tenga que realizar un recorrido medio de un milímetro se tendría un umbral de 300GHz. Si tenemos en cuenta el rozamiento con los dispositivos y que los procesadores suelen tener una superficie de unos 25 cm², por lo que es difícil limitar a un milímetro la distancia recorrida por cada pulso eléctrico para completar una instrucción-máquina, los 100GHz me parecían una meta casi imposible de alcanzar (y todo ello sin tener en cuenta el calor provocado que es el principal escollo en la actualidad), salvo que se realizara con una tecnología diferente como podrían ser los aún no desarrollados procesadores ópticos que, por entonces, parecían ser los candidatos más factibles a ser los procesadores del futuro.

Pero aparte de la velocidad de la luz hay otros límites físicos importantes. Uno es la capacidad de integración. Hay que tener en cuenta que en un chip de unos seis centímetros cuadrados, se han conseguido acumular 10.000 millones de transistores, es decir, donde antes cabía un transistor ahora caben un millón. Si se sigue aplicando la ley de Moore, cada transistor se reducirá, en tan solo tres generaciones más, al tamaño de unos pocos átomos y eso ya no será un transistor, debido a que los efectos cuánticos a esas escalas comienzan a ser notables.

Otro límite físico es el calor generado. Acumular cada vez más transistores en un espacio cada vez más pequeño produce calor y, si no se limita la frecuencia a la que funcionan los chips, éstos se queman. En los últimos diez años, la frecuencia de reloj no se ha podido aumentar por esta razón y para conseguir procesadores más rápidos se ha tenido que recurrir a chips que tienen varios núcleos procesando en paralelo, algo que presenta dificultades de programación y que no baja el coste. Por ello, el informe periódico de la ITRS (International Technology Roadmap for Semiconductors), que engloba a expertos de la industria mundial del sector de los semiconductores, ha reconocido oficialmente que la ley de Moore ya no es su objetivo principal.

De momento, el récord Guinness data del 13 de Septiembre de 2011 y está en manos del procesador AMD Bulldozer FX de 8 núcleos que alcanzó un rendimiento de 8,429 GHz utilizando overclocking (técnica que consiste en hacer trabajar al procesador por encima de la velocidad para la que está preparado) y siendo refrigerado con helio y nitrógeno líquido.

Actualmente, miniaturizar los componentes todavía más (siempre y cuando se pueda) supone altísimas inversiones que los fabricantes empiezan ya a no poderse permitir, a pesar de haberse concentrado en unas pocas empresas. Da cara al futuro, con la ley de Moore llegando a su fin por cuestiones puramente físicas, se abren ciertas incógnitas acerca de cómo va a ser la computación del futuro. En ese sentido se abren dos posibilidades. Una sería continuista de la lógica binaria, pero con una tecnología distinta a la del silicio. En esta posibilidad, los nanotubos de carbono, el grafeno, los transistores fotónicos (en los que se mueven fotones en vez de electrones) e incluso el ADN serían candidatos a ser los sustitutos. La otra sería rupturista de la lógica binaria existente, lo que supondría cambiar la lógica de computación, siendo la cuántica la que más interés suscita. Sin embargo, nada de eso está todavía maduro, por lo que no existen plazos para su llegada al mercado.

De todas formas, independientemente de la tecnología que se use en el futuro y a pesar de que la ley de Moore esté próxima a su fin en sentido literal, ya que el crecimiento exponencial en el número de transistores integrados por superficie no puede continuar, estoy convencido de que ésta se seguirá cumpliendo en su espíritu, en la de ofrecer al consumidor una tecnología que mejore continuamente sus prestaciones, gracias a la innovación y a las futuras tecnologías que se pongan en marcha, pues ya se está viendo que, a pesar de que los procesadores básicos no logran tener una mayor capacidad de procesamiento, se consiguen procesadores y dispositivos cada vez más y más potentes.