miércoles, 16 de noviembre de 2016

LOS FILÓSOFOS PRESOCRÁTICOS

Hice la selectividad en Burgos, en la Escuela Politécnica. Entonces, dicha prueba duraba dos días, tenía un total de ocho exámenes y terminaba con las pruebas de Lengua e Historia de la Filosofía. Yo había acudido a los dos días de prueba junto con Jorge, Marcos, Tomás y el Chopo, es decir, casi los mismos con los que luego compartí piso en Valladolid. Fuimos en vehículo particular pues eso nos daba mayor libertad, así el primer día, después de comer nos fuimos a echar unos billares y el segundo día nos subimos al monte de San Miguel. Recuerdo que allí arriba, todos, salvo Marcos y yo, se pusieron a repasar para el examen de Filosofía. Marcos y yo no éramos partidarios de hacer cosas así y nos pusimos a charlar, aunque sí que recuerdo un momento en el que provocamos un poco a los que estudiaban, sobre todo al Chopo que era el más fácil de desconcentrar, al que le solté toda la parrafada de los presocráticos, a pesar de sus continuas quejas y de su insistencia para que me callara y me fuera lejos para dejarle repasar para el examen de Historia de Filosofía. Le vacilé con que con eso le valía para aprobar, ya que era lo único que me sabía bien.

Como los filósofos presocráticos era el primer tema y venía a ser el prólogo del curso, nadie se lo estudiaba. Sin embargo, yo me lo sabía completamente, pues era el tema que más me había llamado la atención y el único divertido para mí por el aquel entonces.

Realmente, cuando se habla de los filósofos presocráticos, se habla de los primeros filósofos de la historia de la humanidad. Los primeros que pretenden explicar la realidad a partir de algo que sería común a todo lo existente, interesándose por los procesos de la naturaleza, eliminando las explicaciones místicas para hacerlo de una manera racional, por lo que se independizaban de la religión y lo hacían de una manera más científica. Así, partiendo de estas premisas, tratan de responder a la pregunta que lanza Tales de Mileto, la de cuál es el principio de todas las cosas, ese elemento del que ha surgido todo y o que está presente en todas las cosas que forman el Universo que nos rodea, (al que denominan arché), dando cada uno de ellos una respuesta diferente.

Tales de Mileto (624-546 a.C.) dijo que el agua era el origen de todas las cosas, pues si la realidad es física, su causa también ha de ser física como el agua, que es el origen de la naturaleza y originó la vida.

Anaximandro de Mileto (610-545 a.C.) dijo que el origen era el ápeiron, una sustancia infinita, indeterminada e indefinida que no se parecía a ninguna clase de materia del mundo ya formado. Éste sería el origen de la realidad, el principio del Cosmos por medio de un principio no material, de donde partían las cosas y adonde debían retornar de acuerdo a un ciclo vital en el que los seres humanos derivaban unos de otros.

Anaxímenes de Mileto (585-524 a.C.) dijo que era el aire, al que consideró aliento vital, pues el aire estaría formado por la dispersión de las almas, ya que el alma sería el aire que nos sostendría, por lo que el aire sostendría al mundo entero. Todo surgiría del aire y todo retornaría a éste.

Pitágoras de Samos (572-496 a.C.) dijo que eran los números, pues los números serían lo permanente, lo que constituiría la esencia de las cosas. Los números serían entes inmutables y eternos ya que los conceptos matemáticos poseen una validez eterna y el mundo tiene un orden acorde a un sistema numérico.

Jenófanes de Colofón (570-475 a.C.) dijo que todo tendría su origen en el barro, ya que el mar disuelve la tierra hasta convertirla en barro y al final del ciclo, con la muerte, acontecería un proceso inverso de solidificación.

Heráclito de Éfeso (544-484 a.C.) dijo que sería el fuego es el origen de todo lo existente y adonde volverían para luego renacer, lo que conformaría el "ciclo cósmico". En la naturaleza no existiría nada estable y los continuos cambios en la naturaleza estarían originados por dicho ciclo.

Parménides de Elea (540-470 a.C.) dijo que es el ser, puesto que el “no ser” sería inconcebible, ya que en el momento en el que se piensa ya se es. Todo lo que hay ha existido siempre pues ningún verdadero cambio es posible. Fue discípulo de Jenófanes.

Empédocles de Acragás (495-435 a.C.) dijo que era la unión de los cuatro elementos o raíces que tiene la naturaleza (agua, aire, fuego, tierra). Los cambios en la naturaleza se producirían debido a que estos elementos se mezclarían y se separarían en diferentes proporciones. Por ello, en la naturaleza todo estaría compuesto y se formaría por esos cuatro elementos y por dos fuerzas antagónicas, que son el amor y el odio, dejando de ser cuando las partículas de estos elementos primordiales se separan.

Anaxágoras de Clazomene (500-428 a.C.) dijo que eran las semillas y que la naturaleza estaría hecha de muchas piezas minúsculas que contienen algo de todo, esas piezas serían los gérmenes o semillas. También se imaginaba una especie de fuerzas que ponían orden y que serían el espíritu y el entendimiento o inteligencia.

Demócrito de Abdera (460-370 a.C.) dijo que eran los átomos, pues el principio de todo se explicaría a partir de la existencia de unas unidades, piezas o partículas pequeñísimas que serían invisibles, indivisibles, eternas e inalterables y serían los denominados átomos o cuerpos densos. Las cualidades de las cosas dependerían de la figura, la magnitud, la posición y el orden de estos átomos. Es más, lo único que existiría serían los átomos y el espacio vacío.

El atomismo sería la culminación del pensamiento presocrático. Aunque pueda parecer increíble, muchas de las afirmaciones realizadas por Demócrito hace unos 2400 años, a partir de la simple observación y sin ningún tipo de artilugio, son admitidas como válidas por la ciencia actual.

Pues cayeron los presocráticos, los presocráticos y Hegel, aquel filósofo alemán que se estudiaba después de Kant, pero al que no llegamos a conocer ya que se nos acabó el curso y Kant fue el último tema que habíamos dado, por lo que el Chopo se tiró las dos horas del examen intentando recordar todo aquella parrafada que le había soltado en el monte de San Miguel y que casi le repito en aquella vieja casa okupa de Las Llanas a la que nos acercarnos después del examen a bebernos unos cachis de cerveza y donde estuvimos echando unas risas a costa de la jugada.