miércoles, 6 de junio de 2018

EL AGUJERO DE LA CAPA DE OZONO

Desde 1985, año en el que se descubrió, y durante la década de los 90, la principal amenaza de la futura vida humana era el “agujero” que existía en la capa de ozono de la atmósfera sobre la Antártida. Como la capa de ozono protege a los seres vivos de la radiación ultravioleta proveniente de los rayos solares, la cual es dañina para la salud humana, descubrir un lugar en donde dicha capa tuviera una densidad de poco más de dos milímetros de grosor suponía un riesgo inminente para la salud de la humanidad. Además, como este agujero no se había descubierto con anterioridad, era de esperar que se hubiera originado a causa de algún comportamiento antrópico.

A pesar de que había habido ciertas advertencias por parte de distintos científicos de que los átomos de cloro libre y el óxido nitroso podían actuar de catalizadores en la destrucción del ozono, hubo que esperar a un estudio publicado en la revista Nature en 1985 en la que se mostraba una alarmante disminución de los niveles de ozono sobre la Antártida con respecto al resto del planeta. Esa zona con niveles de ozono tan bajos fue bautizada como “agujero de la capa de ozono”.

Ante tal nivel de alerta, todos los países miembros de la ONU acordaron en 1987 la firma del denominado Protocolo de Montreal, que entró en vigor el 1 de Enero de 1989, en donde se comprometían a reducir la producción y el consumo de los productos más sospechosos de ser los culpables de dicho agujero (los gases clorofluorocarbonos o CFC) hasta la erradicación de su producción en 1995. Los gases incluidos fueron CFC-11 (CFCl3), CFC-12 (CF2Cl2), CFC-113 (C2F3Cl3), tetracloruro de carbono (CCl4) y metilcloroformo (C2H3Cl3). Estos gases fueron sustituidos por los hidroclorofluorocarbonos (HCFC) inicialmente y por los hidrofluorocarbonos (HFC) después.

Y a partir de la firma de este protocolo el mundo quedó salvado y apenas ha vuelto a haber información del estado del agujero de la capa de ozono, a pesar de que en 2005 registró su récord absoluto al alcanzar una extensión de 29 millones de km2, (unas 58 veces España).

La teoría de la destrucción del ozono sostiene que cuando se desprende un átomo de cloro de cualquier CFC que llega a la atmósfera, provoca la descomposición de dos moléculas de ozono (O3) en tres de oxígeno (O2) en una reacción en cadena que puede provocar que un solo átomo de cloro elimine hasta 100.000 moléculas de ozono. Sin embargo, este fenómeno no es exclusivo de los átomos de cloro que se liberan de los CFC, sino que se produce con cualquier átomo de cloro que haya libre en la atmósfera. Basándonos en el fundamento de esta teoría, considerar culpables a los CFC de la formación del agujero de la capa de ozono sería erróneo ya que mientras que la producción mundial de CFC nunca fue superior a los dos millones de toneladas (lo que supone que el cloro disociado en la atmósfera nunca superó las 15000 Tm), la evaporación de agua marina libera a la atmósfera más de 600 millones de toneladas de cloro al año en forma de cloruro de sodio (NaCl) por la sal marina disuelta en el agua, lo que supone un impacto 40000 veces mayor al de los CFC. Igualmente, los volcanes inyectan a la atmósfera más de 36 millones de toneladas de cloro por los gases que emiten de forma pasiva (sólo el volcán antártico Erebús emite mil toneladas de cloro diarias, 25 veces el impacto que producía el consumo de CFC). Si añadimos las contribuciones de la quema de biomasa (8,4 millones de toneladas) y de la biota oceánica (5 millones de toneladas), estaríamos hablando de que la contribución del ser humano a la destrucción del ozono estratosférico era ridícula, de apenas el 0,002%.

El grosor de la capa de ozono sobre un punto es la suma de la columna total del ozono contenido en el aire sobre la que está ese punto, puesto que el ozono está repartido a lo largo de la atmósfera. Se considera que hay un agujero en la capa de ozono en aquellas zonas en las que la suma del ozono existente en dicha columna es inferior a 2,20 mm, es decir, que si se concentrase todo el ozono que hay que hay sobre un punto, la figurada capa de ozono tendría un espesor inferior a 2,20 mm, cuando el grosor medio es de unos 3 mm.

El caso es que desde que la NASA toma datos de la concentración de ozono en la atmósfera a través de los satélites que forman parte del TOMS (Total Ozone Mapping Spectrometer), y que publica regularmente en su página web, se ha comprobado que lo que denominamos "agujero de la capa de ozono" es una disminución temporal del ozono estratosférico que comienza en Agosto, alcanza su culmen a finales de Septiembre o principios de Octubre (momento en el que alcanza una extensión media de unos 25 millones de km2, que son unas cincuenta veces la superficie de España) y en Diciembre desaparece, por lo sería un fenómeno de temporada que dura entre tres y cuatro meses.

Esta destrucción extra de ozono se debe a reacciones fotoquímicas que ocurren en las nubes estratosféricas cuando el Sol (después de unos meses de ausencia) comienza a iluminar la Antártida al final del invierno austral  y de las que hay varias hipótesis (presencia de cloro libre, aumento de la concentración del vapor de agua, movimientos atmosféricos…).

El caso es que hasta el IPCC (Panel Intergubernamental del Cambio Climático) que es algo así como el comité de expertos sobre el cambio climático de Naciones Unidas, ha reconocido que una disminución del ozono estratosférico contribuiría al enfriamiento de la troposfera lo que amortiguaría el calentamiento global, algo que va en contra de las primeras conclusiones que venían a decir que si el ozono disminuía, la superficie de la Tierra se achicharraría. Igualmente, algunos experimentos de laboratorio (que incluso han sido publicados en la propia revista Nature) muestran que el cloro puede que tenga mucha menos importancia de la que se ha creído que tenía. Parece ser que la alarma inicial fue excesiva y como ahora el objetivo es contener el calentamiento global, que es de donde se obtienen los fondos, el tema del agujero de la capa de ozono se aparca como tema ya superado.

Además, con este tema todos quedaron contentos, Greenpeace lo ensalzó como modelo de actuación, ICI y Dupont que mantenían el monopolio de la fabricación de CFC no tuvieron ningún problema en seguir con el monopolio de los HCFC o de los HFC, e incluso Margaret Thatcher fue su principal impulsora, por lo que ya da igual si se actuó erróneamente o de manera precipitada.

Curiosamente, el Premio Nobel de Química de 1995 fue para el mexicano Mario Molina, el estadounidense Frank Sherwood Rowland y el holandés Paul Crutzen, (los científicos que habían alertado de que los átomos de cloro libre y el óxido nitroso actuaban de catalizadores en la destrucción del ozono) por su trabajo en la química de la atmósfera, particularmente en lo que respecta a la formación y desintegración del ozono. También lo fueron por su papel para la dilucidación de la amenaza a la capa de ozono de la Tierra por parte de los gases clorofluorocarbonos (CFC), aunque esto último no se añadió en la motivación que les otorgó el premio. Puede que fuera por precaución, para no mostrar una evidencia errónea de cara al futuro, como tantas otras que ha dejado el Nobel a lo largo de su historia.