viernes, 31 de agosto de 2018

LA PRÁCTICA DE LA RELATIVIDAD

Estamos en un mundo en el que todo es relativo. Los comparativos dan una pista de ello. A todos los chicos nos ha pasado alguna vez, que hemos visto a una chica sentada en un banco, por ejemplo, que nos ha parecido guapa y la hemos calificamos como tal, siempre según nuestros parámetros condicionados por la experiencia, el estado anímico y el entorno. Si en ese instante pasa al lado un bellezón, la primera pasa a ser algo normalito y parece que incluso hemos equivocado nuestras percepciones. Lo mismo nos pasa en el caso contrario, en el que la chica del banco sea poco afortunada físicamente. Si en este caso al lado pasa una chica en el que la combinación genética de sus ya de por sí desafortunados progenitores ha sido cruel, la chica del banco pasa a no ser tan poco afortunada. Es más, incluso la calificación guapa o fea es relativa a la gente que conocemos o al círculo de personas con el que nos movemos e incluso a nuestra alteración anímica. Incluso cuando generalizamos en que las mujeres de alguna localización geográfica concreta son guapas lo hacemos en comparación con las de nuestro entorno o nuestra localización geográfica.
Al igual que en la belleza, esta relatividad es comparable a absolutamente todos los adjetivos valorativos. Una persona es buena o mala en términos absolutos siempre que esté dentro del grupo de los más buenos o de los más malos de los que el valorador conoce. Incluso podríamos decir que todos son más malos que el mejor y más buenos que el peor, por lo que al utilizar estas descripciones siempre estaríamos relativizando. Podríamos incluso concluir que el segundo mejor, sería el primero de los mediocres y que el segundo peor sería el último de los mediocres tanto en una escala de bondad como de calidad.
El mejor ejemplo lo podemos utilizar con la percepción que tenemos de la temperatura del agua. Podemos decir con casi absoluta certeza que el agua a 25ºC de temperatura es idónea para tomar un baño al aire libre en verano. Sin embargo si acabamos de salir de una piscina termal, que suelen estar a 35-40ºC, el agua a 25ºC estará helada para nuestro cuerpo y la sensación sería bastante desagradable. Igualmente nos sucedería si venimos de tomar un baño en aguas casi heladas, pero con una sensación contraria, casi cercana al abrasamiento. Esto nos da una idea de que toda calificación valorativa depende, principalmente de la percepción del calificador y de las circunstancias y valoraciones de éste. Un ejemplo también muy práctico serían los colores, sobre todo las tonalidades intermedias entre verde y azul. Si se compara un azul turquesa con un azul intenso, el azul turquesa nos parecerá verde cuando no lo es. Igualmente, nos pasará lo mismo al comprar un verde azulado con un verde intenso. En este caso el verde azulado nos parecerá azul también equivocadamente. Bien es cierto que en este punto habría que definir claramente dónde empiezan los tonos considerados azules y dónde los considerados verdes.
Igualmente, esta relatividad se acentúa con la introducción de la variable “tiempo”, por lo que se puede llegar a concluir que la adjetivación calificativa es temporal lo que la relativiza y la hace aún más subjetiva. Es por ello, que con el parámetro tiempo, se puede pasar de ser para alguien la persona más querida, a ser la persona a la que menos se desea ver. Igualmente, en los ejemplos dados anteriormente, nadie es un bellezón perpetuo ni nadie es el mejor en algo durante toda su existencia, salvo en casos extremos como podría ser dejar de existir estando en la cúspide de dicha calificación. El estado anímico también relativiza estas percepciones incluso en fracciones de tiempo más reducidas, ya que ese estado puede cambiar de un día para otro, o de una semana para otra y lo que pareció de una manera o calidad en un estado anímico determinado, podría incluso pasar a ser el contrario en otro estado anímico diferente.
Todos hemos sufrido en nuestras carnes dicha relativización a la hora de valorar algunas de nuestras cualidades y hemos visto como lo que unas personas han valorado positivamente, otras las han valorado de forma contraria, tanto contemporáneamente como a lo largo del tiempo. Una vez más somos víctimas de la práctica relativa, en la que influye principalmente el calificador y todos los patrones que éste emplea para llegar a dicha valoración. Incluso el que dicha valoración haya sido realizada de forma liviana sin profundizar o analizar exhaustivamente, acentuaría aún más la práctica relativa o la relativización del entorno.
Y es curioso que la práctica sea tan relativa, porque realmente, muchas de las decisiones importantes que se toman acerca de nosotros están tomadas a partir de la relatividad práctica, totalmente subjetiva, pues cada decisión ha sido tomada por calificadores diferentes y en circunstancias que no tienen por qué estar en relación.
Por tanto, se podría decir que la práctica relativa generaría que una gran parte de las decisiones que se tomasen tendrían un componente azaroso importante. A veces, ese componente azaroso podría ser más o menos manejable en parte por el calificado en determinadas circunstancias y aspectos, pero no se libraría de la práctica relativa en su totalidad, sino no se conocerían tan grandes errores apreciativos realizados por gente muy bien considerada en determinados campos.
En definitiva, que desafortunadamente la sentencia de que “la primera impresión es la que queda” es la máxima de la relatividad práctica, pues en una primera impresión las medidas a tomar van a ser escasas y con esas escasas percepciones se suele dictar sentencia con respecto a una tercera persona. Afortunadamente, en muchos casos, hay segundas y terceras impresiones para corroborar o, en muchos casos, rectificar esa primera impresión tan relativa y, por lo tanto, tan poco objetiva. Menos mal que a veces me surgen estas segundas oportunidades, porque no suelo ser alguien que genere una buena primera impresión. Será que yo también soy víctima de la práctica de la relatividad.