jueves, 29 de noviembre de 2018

EL ORIGEN DE LA ASTROLOGÍA

Soy Leo con ascendente Leo, por lo que todos los rasgos característicos propios de “un Leo” yo los tengo potenciados y muy definidos en mi personalidad (según mi supuesta carta astral). Eso sí, si hubiese nacido cinco minutos más tarde mi ascendente sería Virgo. Y esos cinco minutos que no tengo muy claros, porque mi madre no me puede garantizar que naciese exactamente a las ocho de la mañana y que no fueran más de las ocho y cinco y el médico redondease a las ocho, son bastante importantes porque según la astrología, el ascendente establece cómo comienza un individuo en el mundo y eso afecta a su físico y a su apariencia, dotando de las características propias del signo al recién nacido y señalando qué planetas son los que más le van a afectar durante su vida. Sinceramente, no veo justo que después de un parto de varias horas, cinco minutos puedan ser suficientes para que alguien pueda pasar de ser un futuro líder de la sociedad de fuerte carácter que irradie extroversión y seguridad como son las personas de ascendente Leo, a sólo ser una persona analítica, prudente, realista y ligeramente tímida (como son las personas de ascendente Virgo).

Independientemente de cual sea mi ascendente, de lo que no hay duda es que mi signo del horóscopo es Leo, porque nací lo bastante alejado del comienzo y del final del período de este signo para no tener dudas, al menos en el zodiaco tropical que es el utilizado en la astrología occidental, la que se emplea en Oriente Próximo y Europa y que tiene origen babilónico, porque según el zodiaco sideral, utilizado en la astrología oriental o hindú, sería “Cáncer”. Eso sin citar que soy “Rata” en el horóscopo chino, “Ciprés” en el horóscopo celta, “Murciélago” en el horóscopo maya, “Perro” en el horóscopo azteca, “Alfanje” en el horóscopo árabe, “Acebo” en el horóscopo druida, “Ra” en el horóscopo egipcio, “Estrella” en el horóscopo gitano, “Esturión” en el horóscopo indio americano, “Changó” en el horóscopo orisha o “Escorpión” en el horóscopo budista.

Lo que sí que tienen en común todos estos horóscopos es que interpretan, cada uno a su manera, la posición de las estrellas en el firmamento. Todo esto forma parte de la astrología, una pseudociencia que engloba todo un conjunto de creencias que utiliza la posición de los astros en el firmamento como método de adivinación del futuro mediante correlaciones pasadas.

En la antigüedad, ya los primeros seres humanos pudieron darse cuenta de que el mapa celestial les podía servir no sólo para orientarse sino también para anticiparse a los cambios de estación, ya que el giro de la Tierra hace que no siempre sean visibles las mismas estrellas. Así, las primeras civilizaciones tenían asociadas las llegadas de algunos fenómenos naturales de temporada con la aparición de ciertos astros en el cielo. Pero identificar todas las estrellas de entre las cerca de seis mil estrellas visibles desde la Tierra a simple vista, (aunque solo podamos ver unas dos mil como máximo de forma simultánea) es bastante difícil. Es por eso que ya desde la Antigüedad se agruparon las estrellas en función de formas imaginarias que resultasen familiares y reconocibles, creándose las constelaciones, todas ellas basadas en formas humanas o animales. Con la creación de las constelaciones (actualmente hay 88 constelaciones oficiales y se utilizan como referencia para localizar cualquier cuerpo celeste, sea estrella, galaxia, nebulosa...) se tenía confeccionado el mapa estelar independientemente de que éste variase debido a los movimientos de la Tierra, tanto de traslación (alrededor del Sol) como de rotación, motivo por el cual ciertas constelaciones eran visibles durante todo el año y algunas solo eran visibles en determinadas épocas del año. Además, como las estrellas están tan lejos, (se estima que las trescientas estrellas más brillantes del firmamento se encuentran, de media, a una distancia de 347 años luz de la Tierra, lo que equivale a unos 3.470 billones de kilómetros) su movimiento es inapreciable a tanta distancia por lo que el mapa estelar visible desde la Tierra es fijo y lo único que varía es el trozo del firmamento que se puede ver desde un punto concreto de la Tierra.

Bueno, los babilonios se dieron cuenta de que hay algo más que también varía, puesto que aparte del Sol y la Luna, cuyo cambio de posición sobre el firmamento se aprecia con una simple observación, hay otros cinco astros que cambian de posición con respecto al resto de estrellas, es decir, que se mueven. Estos cinco astros son los planetas visibles a simple vista: Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno. Todos ellos, (los cinco planetas más la Luna y el Sol), se mueven sobre una línea recta imaginaria a través del cielo que denominamos eclíptica. Esto es debido a que todos los planetas del sistema solar siguen órbitas casi circulares (ligeramente elípticas) alrededor del ecuador del Sol y casi sobre un mismo plano.

Lo que no sabían los babilonios es que esas “cinco luces” que se movían en el cielo eran planetas. Sí que sabían que “las estrellas les mandaban mensajes”, y como ciertos fenómenos, como la llegada de las lluvias o la crecida de algún río, coincidía con ciertas posiciones de los astros en el firmamento, pensaron que todos los sucesos estaban relacionados con las posiciones de las estrellas. Además, como estos cinco astros tenían un comportamiento diferente al resto se tenía que tratar de seres sobrenaturales, por lo que convirtieron a Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno, en sus dioses Nabu, Ishtar, Nergal, Marduk y Ninurta, y sus movimientos era la forma que tenían de enviar mensajes a la humanidad, por lo que descifrarlos supondría poder saber qué iba a suceder en el futuro.

Por este motivo los babilonios vigilaban obsesivamente las posiciones de los astros en el cielo e intentaban relacionarlas con sucesos importantes que ocurrían a su alrededor. Cuando una posición concreta del firmamento coincidía con algún evento significativo, se grababa la posición de los astros en una tabla de arcilla para utilizarla en el futuro, ya que se consideraba esa configuración celeste como un presagio.

El principal problema de todo ello es que al desconocer el origen del movimiento de los planetas, llevaron al extremo la incapacidad para diferenciar la casualidad de la causalidad. La llegada de la época de lluvias o las crecidas de los ríos coincidía con la aparición en el cielo de alguna estrella significativa que no era visible con anterioridad (por ejemplo, Sirio, la estrella más brillante del cielo, aparece en Julio coincidiendo con la época de crecida de los ríos Tigris y Éufrates) debido a una causa concreta, como es la posición de la Tierra asociado a un fenómeno de temporada que se repite de forma periódica año tras año. Sin embargo, otros sucesos de origen casual (como una invasión, una plaga, una batalla ganada o perdida…) se producen independientemente de la época del año y de poco sirve la posición de las estrellas para que estos sucesos se produzcan o no. Debido a este desconocimiento los babilonios creían que todo estaba relacionado con la posición de los planetas, por lo que perseveraron en su empeño por descifrar los mensajes de sus dioses, vaticinando el futuro (de forma casi siempre errónea) a partir de los presagios almacenados, que cada vez eran más, dando origen a la astrología, es decir, a adivinar el futuro a partir de la correlación entre sucesos y configuraciones celestes pasados.

Así, en función de cuál de las doce constelaciones que cruzan la eclíptica (en realidad son trece, pero siendo doce se dividen mejor los 360º de una esfera) sea por la que sale el sol en la fecha de nacimiento de un individuo, se genera su signo del zodiaco, y en función de la disposición de los astros en cada momento y de la influencia que cada uno tenga sobre cada signo zodiacal se realizan los métodos de predicción astrológica. Un método de predicción no demostrado, sin ningún tipo de rigor y basado en la superstición y el desconocimiento del medio.

En definitiva, que aunque los babilonios no lograron descifrar “los mensajes de sus dioses”, dejaron para la posteridad un infundado procedimiento para predecir el futuro que sirve para que charlatanes y estafadores hagan de esto su modus vivendi como la astrología. Eso sí, a partir de esa obsesión por analizar el movimiento de los astros durante siglos, lograron calcular con una enorme exactitud la periodicidad de ciertos fenómenos, como la duración de un mes lunar (el periodo de tiempo que transcurre entre dos lunas llenas) o la duración del año con errores inferiores al 0,001%, lo que les permitió crear calendarios muy precisos. También dejaron para la posteridad el sistema sexagesimal, (motivo por el que la hora y los minutos se dividen en 60 minutos y 60 segundos respectivamente), aunque no se tiene certeza de que la ideación de este sistema tenga relación con la observación astronómica.