Hace un año, más o menos, pasando
el fin de semana en casa de mis padres, me encontré en el garaje comunitario
con Pablo, un vecino que podría ser considerado como “de toda la vida”. Cuando
me vio me preguntó acerca de cómo me iba y yo le contesté “tirando”. Me replicó
que siempre hay que decir “bien” o “muy bien”, ya que si al interlocutor le
importa realmente mi estado se alegrará por ello y si a dicho interlocutor no
le importa en absoluto cómo me va, no tiene por qué saber si no me va del todo
bien y no hay por qué darle motivos de alegría. Recuerdo que le dije que como
sabía que él era de los que se encontraba en el primer grupo, no pasaba nada
porque fuera del todo sincero.
La verdad es que salvo que esté
atravesando una buena racha que cuando me preguntan por cómo me va contesto “bien”,
cuando llevo una vida normal contesto “tirando”, “normal” o “sin novedades”,
todo ello a pesar de que muchas veces se dice “qué tal” en forma de saludo. Del
mismo modo, sé que cuando pregunto a otras personas, sólo las más sinceras y
allegadas me dan una respuesta carente de máscaras o de tapujos. La mayoría de
las veces recibo la respuesta de rigor de forma automatizada,
independientemente de si le va bien o no a mi interlocutor.
Tal y como me sugirió Pablo, la
mayoría de la gente utiliza un cinismo o hipocresía social en sus relaciones
sociales, muy basadas en destacar los aspectos positivos o afortunados de cada
uno y ocultar los aspectos negativos o adversos. En esta línea, mi amiga Raquel
siempre tiene un refrán para definir estas situaciones, “que se queme la casa, pero
que no se vea el humo”.
La palabra hipocresía proviene
del griego ὑπόκρισις
(hypokrisis), que significa actuar, fingir o "una respuesta”. Partiendo de
“hypo” (máscara) y “crytes” (respuesta), la palabra hipocresía significaría
responder con máscaras. Según el diccionario de la Real Academia Española, la
hipocresía es el fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que
verdaderamente se tienen o experimentan. Así mismo, el cinismo sugiere una
disposición a no creer en la sinceridad o bondad humana, ni en sus motivaciones
y acciones.
La hipocresía consta de la
simulación, mostrando algo distinto de lo que se es, y el disimulo, ocultando
lo que no se quiere mostrar. En esa misma línea, alguien que cree tener ciertos
derechos ante una circunstancia, pero que cree que otros no los han de tener en
esa misma circunstancia, tiene doble moral o doble rasero, pero alguien que
condena un comportamiento o una actitud pero lo realiza, es hipócrita. La
hipocresía, por lo tanto, es como la mentira, porque se pretende aparentar ser
alguien o algo que no se es y se la entiende como discurso o conducta
incongruente con lo que se piensa o se desea hacer, entendiéndose tal
incongruencia como una conveniencia táctica usada de forma oportunista para una
mejor adaptación a las circunstancias a las que se enfrenta el hipócrita. Por
ello, la hipocresía no es otra cosa que la capacidad para disimular o simular
defectos y virtudes que tenemos o no tenemos, en función del interés, con el
objetivo personal de ganar espacios en un mundo ante el cual, si nos
presentamos como somos, quedaríamos fuera de lugar.
La hipocresía como forma de
presentación de la persona en la vida cotidiana no es innata, sino que se trata
simplemente de un aprendizaje social que se incorpora a las conductas sociales del
individuo, motivada por el uso colectivo de ésta. Emplearla suele permitir
ganar espacios y obtener recompensas, tanto materiales como simbólicas, que pudieran
no conseguirse, o resultar muy dificultoso el lograrlos, sin recurrir a
estrategias hipócritas, al fin y al cabo, la sociedad está regida por una gran
parafernalia de valores contradictorios que conviven de manera promiscua, es
decir, mezclados de forma confusa. Partiendo de que la sociedad se rige por
ciertas conductas, las socialmente más aceptadas, adaptarse a ellas,
independientemente de estar de acuerdo con ellas o no, conduciría a adoptar una
conducta hipócrita, que nos permitiría adaptarnos mejor a la convivencia
social. Por lo tanto, no nacemos hipócritas o con tendencia al uso de la
hipocresía, sino que nos hacemos hipócritas en mayor o menor grado a lo largo
de nuestra vida, en la que adquiriremos un continuo aprendizaje de conductas
hipócritas que nos permitirán vivir mejor con los demás, en cuanto a que
posibilita el acceso a bienes simbólicos o materiales que son preciados,
apetecidos, deseados o envidiados por nosotros y todo ello sin mucho esfuerzo
aparente.
A diferencia de la mentira, donde
hay una expresa y consciente falsificación de la verdad y una alteración del
orden de los hechos, ya sea para ocultarlos o deformarlos, en la hipocresía hay
una alteración de los estados afectivos que vive el actor de conducta hipócrita,
sin intención expresa de provocar daño, sino más bien a producir beneficios para
sí mismo o para su entorno, de forma implícita.
Noam Chomsky define la hipocresía
como la negativa a aplicar en nosotros mismos los mismos valores que aplicamos
en otros, definiéndola como uno de los males centrales de nuestra sociedad y
principal promotora de injusticias, como la guerra o las desigualdades
sociales, dentro de un marco de autoengaño. Sin embargo, una gran mayoría de teorizadores
de negocios que han estudiado la utilidad de la hipocresía, sugieren que los
conflictos manifestados como hipocresía son una parte necesaria o benéfica del
comportamiento humano y de la sociedad.
Lo más gracioso de todo es que me
volví a encontrar a Pablo un par de meses después de aquel encuentro en el
garaje. Estaba en uno de los bancos próximos al edificio en el que viven él y
mis padres. Al verle, fui yo el que le pregunté acerca de cómo le iba a lo que
él me contesto “tirando”. Me hizo gracia, agradecí su sinceridad y ni siquiera
quise preguntarle acerca del consejo que me había dado un par de meses atrás.