Siempre digo que la fortaleza
mental que actualmente pueda tener la he adquirido a base de superar ciertas
duras pruebas con las que me he encontrado en la vida y de las que no he salido
malparado, así como de superar innumerables fracasos de mayor o menor magnitud.
En definitiva, es lo que casi todos nos hemos ido encontrando en las diferentes
circunstancias vividas y que cada uno ha digerido de una u otra manera. Es la
puesta en práctica de la célebre frase “lo que no te mata te hace más fuerte”
atribuida erróneamente al filósofo alemán Friedrich Nietzsche, puesto que lo
que él dijo exactamente fue prácticamente lo contrario: “Lo que no te mata te
hiere de gravedad y te deja tan apaleado que luego aceptas cualquier maltrato y
te dices a ti mismo que eso te fortalece".
Un día escuché en la radio que se
estima que más del 90% de los productos que se intentan colocar en el mercado
fracasan y que más de un 99% de los inventos o ideas novedosas no logran ver la
luz, (datos que comprobé posteriormente), por lo que fracasar no es una
excepción si no que es lo normal. Es por ello que habría que aprender a
convivir con más naturalidad con la posibilidad de fracasar ya que el fracaso
es una parte vital del aprendizaje.
Con el fracaso solemos hacer de
todo menos aceptarlo y lo que habría que hacer es aprender a llevar con
naturalidad la posibilidad de fracasar. Las principales tendencias de
sociólogos y psicólogos entienden el fracaso como un paso necesario hacia el futuro
éxito, por lo que habría que aceptarlo desde una postura positiva. Las
frustraciones experimentadas a lo largo de la vida deberían ser igualmente
valoradas que los logros y aceptadas positivamente como si se trataran de
conquistas personales, puesto que el enfoque psicopedagógico concluye que la
aceptación de los fracasos es, en realidad, la clave para alcanzar éxitos en el
futuro.
Como anécdota cabe destacar que el
inventor estadounidense Thomas Edison logró fabricar la primera bombilla de
larga duración tras realizar más de mil intentos. Se dice que poco antes de
llegar al final uno de los discípulos que colaboraba con él en el taller le
preguntó si no se desanimaba ante tantos fracasos, ante lo que Edison le respondió
que él no había fracasado sino que en cada intento había descubierto un motivo
por el cual una bombilla no funcionaba, por lo que ya sabía mil maneras de no
hacer una bombilla. Por cierto, Thomas Edison no inventó la bombilla, fue el
científico inglés Humphry Davy quien construyó la primera fuente de iluminación
eléctrica basada en filamentos incandescentes. Eso sí, Edison la desarrolló y
perfeccionó hasta conseguir la primera bombilla de larga duración y
comercialmente rentable.
El psicólogo estadounidense de
origen israelí Daniel Kahneman, (premio Nobel de Economía en 2002 por haber
integrado aspectos de la investigación psicológica en la ciencia económica,
especialmente en lo que respecta al juicio humano y la toma de decisiones bajo
incertidumbre), asegura que “el dolor del fracaso es dos veces más intenso que
la felicidad que sentimos al ganar”. Es por ello que nos da tanto miedo perder
o fracasar, a pesar de que fracasar forma parte del proceso natural de
desarrollo de las personas, pues ya fracasamos en todos nuestros primeros
intentos, ya sea de andar, de hablar o de la gran mayoría de acciones que
realizamos por primera vez. Es decir, fracasamos continuamente hasta que los
errores que cometemos nos enseñan cómo hacer bien las cosas.
Estudios psicológicos explican
que hay dos enfoques básicos para afrontar el fracaso según sea la creencia
implícita sobre el talento por parte del individuo que ha fracasado en algo.
Así hay un enfoque fijo, que cree que el talento o las habilidades son innatas,
y un enfoque incremental, que cree que el talento es fruto del tesón y se
desarrolla gracias a los retos y al esfuerzo por mejorar. Quienes creen en el
enfoque fijo son personas que se enfrentan a los retos como una oportunidad
para mostrar su talento innato así que el fracaso significa para ellos que
tienen no tienen suficiente talento, mientras que quienes creen en el enfoque
incremental son personas para las que los fracasos no son una humillación sino
la prueba de que se están esforzando para depurar sus limitaciones actuales y el
fracaso es una estrategia que utilizan para fortalecerse y mejorar. Los
primeros se rendirían fácilmente ante los obstáculos y considerarían el
esfuerzo innecesario, pues consideran estar carentes de talento, mientras que
los segundos aceptarían desafíos, persistirían ante obstáculos y asumirían el
esfuerzo como aprendizaje, pues si no fracasan no mejoran.
Reconozco que para lograr lo que
se quiere, sea lo que sea, hay que perder el miedo al fracaso, algo a lo que
creo que no tengo miedo, aunque también creo que siempre hay que tener en
cuenta el coste que puede suponer el fracasar en el intento, ya que si el coste
es inasumible o muy poco asumible, intentarlo podría ser como jugar a la ruleta
rusa. Es por ello que creo estar más encasillado dentro del grupo del enfoque
fijo como forma de abordar el fracaso, pues para los objetivos que no me siento
apto o con el talento necesario para lograrlo, desisto por falta de
capacitación, aunque como todos, en mayor o menor medida, he utilizado el
enfoque incremental en determinadas circunstancias y gracias a ello he
conseguido algún que otro objetivo que en un principio pensaba que no iba
lograr. Al fin y al cabo, como casi todo el mundo, he fracasado en muchos de
los objetivos que me he marcado.
Del escritor irlandés Samuel
Beckett, (Premio Nobel de Literatura en 1969), es la frase “Inténtalo de nuevo,
fracasa de nuevo, fracasa mejor”, pues consideraba que el fracaso es una fuente
de información y conocimientos inagotable. No hay más que ponerse a analizar la
vida de los personajes más exitosos que ha dado la historia universal para
comprobar que en su vida no todo fueron éxitos, sino que coleccionaron
numerosos fracasos. Así que, aquí estoy, dispuesto a afrontar un nuevo fracaso,
pues, como siempre se ha dicho, de los errores se aprende.