Jugué al fútbol durante diez años
en categorías regionales. De aquellas tardes de partido, aparte de buenos
ratos, tuve dos pequeñas lesiones en la rodilla. La más importante me la
produje en Tórtoles de Esgueva jugando con el equipo de Villalba, en la que
acabé el partido con la rodilla inflamada como consecuencia de un mal giro que
hice justo cuando pisaba uno de los numerosos hoyos que tenía el irregular y
maltrecho campo de juego. Me produje un derrame articular, es decir, se me rompió
la cápsula articular de la rodilla, por lo que el líquido de ésta se había
salido, dejándome la rodilla como si estuviera tremendamente hinchada. La
consecuencia de esta lesión fue estar más de dos meses sin jugar, lo que en la
práctica me supuso casi el final de aquella temporada, aunque sí que pude
disputar los últimos partidos.
El caso es que, exceptuando que
me tuvieron que extraer el líquido de la rodilla dos veces y que acabaron
inmovilizándomela para evitar una hipotética tercera extracción, me recuperé
bien de aquello, y la rodilla no volvió a darme problemas. Eso sí, unos meses
después, ya bien entrado el verano, en un día de bochorno matinal, la rodilla
me empezó a molestar impidiéndome correr y dificultándome el andar con
normalidad. Ese mismo día por la tarde, una tremenda tormenta de verano me
pilló de vuelta a casa desde la facultad, donde estaba terminando mi proyecto
de fin de carrera, mojándome más de lo normal debido a mis limitaciones físicas
de ese día. Poco después, aún con la tormenta descargando agua a raudales en
todo Valladolid, la rodilla dejó de dolerme. Acababa de descubrir que mi
rodilla se había convertido en un instrumento de predicción meteorológica.
Así estuve unos años, aunque las
molestias eran mucho menores que aquella primera vez, cada vez que iba a haber
un brusco cambio de tiempo, mi rodilla me avisaba con unas horas de antelación,
a veces incluso el día anterior, sabiendo de antemano cuando iba a llover sin la
necesidad de tener que consultar la información meteorológica, debido a que los
cambios bruscos de presión atmosférica suele generar dolores articulares,
especialmente en aquellas articulaciones que presentan daño o que han sufrido
algún daño reciente.
Este fenómeno que padeció mi
rodilla durante unos cuatro años, se denomina sensibilidad meteorológica o
meteorosensibilidad, y se produce cuando el organismo se resiente antes o
durante los cambios de tiempo, siendo las condiciones atmosféricas que se
alejan de los umbrales climáticos a los que estamos acostumbrados las que más
nos trastornan. Así, como fue en mi caso, un descenso brusco de la presión
atmosférica y la temperatura me provocó la presencia de dolor en una zona en
donde había sufrido un traumatismo, aunque por ese mismo motivo, el descenso
brusco de presión atmosférica, también se puede generar en personas
meteorosensibles y de manera transitoria, dolencias en articulaciones,
migrañas, variaciones en la glucemia, crisis epilépticas, insuficiencias
respiratorias, alteraciones del sueño y sensación de ofuscamiento con pérdida
de concentración, memoria y reflejos. Además, el 80% de las enfermedades
cardiovasculares se dan cuando hay fuertes variaciones de la presión
atmosférica y los infartos son más frecuentes al final del otoño, cuando la
presión atmosférica es baja y la humedad es inferior al 60%, siendo menos
frecuentes con tiempo cálido, seco y estable.
Igualmente, otros fenómenos
meteorológicos están asociados a otros trastornos. La lluvia y la humedad
generan mayor ansiedad y provocan dolores reumáticos y asma; los vientos secos
pueden estar relacionados con el dolor de cabeza, la irritabilidad o la
ansiedad y también con el aumento de los accidentes de tráfico, puesto que
pueden alterar nuestra conducta (hasta tal punto que el foëhn suizo puede ser
eximente en un juicio por asesinato); y los periodos largos con abundante
nubosidad y falta de luz solar pueden afectar al estado de ánimo, incluso
originar depresión. Además, se ha comprobado en los colegios que, horas antes
de que se ponga a llover, los niños están más nerviosos de lo habitual. Todas
estas alteraciones producidas por motivo de la meteorología afectan a casi la
mitad de la población mundial.
Por cierto, la ciencia que se
ocupa de los efectos nocivos provocados por las variaciones de los fenómenos
meteorológicos sobre la salud humana, se denomina meteoropatología, que indica cualquier
patología que se desencadena o se agrava ante unas condiciones meteorológicas
concretas, o biometeorología médica.
Como ya he dicho, la rodilla me
sirvió durante unos cuatro años como herramienta de predicción meteorológica,
algo que me resultaba curioso y que me servía para vacilar un poco, sobre todo
en verano, cuando la aparición de tormentas suele ser más impredecible salvo
para mi rodilla por aquel entonces. Además, las molestias que solía padecer
eran bastante llevaderas por lo que incluso me parecía algo divertido. Desde
entonces, me puedo excluir de ese casi 50% de personas meteorosensibles, ya que
los cambios de tiempo no me suelen afectar en casi nada. Sí, si llueve me mojo,
el viento fuerte me suele molestar, y me cuesta adaptarme a los primeros fríos
del invierno y a los primeros calores del verano, pero no como para que afecte
a mi estado de ánimo o a mi físico de manera que me provoque alguno de los
síntomas anteriormente relacionados.