Desde 1985, año en el que se
descubrió, y durante la década de los 90, la principal amenaza de la futura
vida humana era el “agujero” que existía en la capa de ozono de la atmósfera sobre
la Antártida. Como la capa de ozono protege a los seres vivos de la radiación
ultravioleta proveniente de los rayos solares, la cual es dañina para la salud
humana, descubrir un lugar en donde dicha capa tuviera una densidad de poco más
de dos milímetros de grosor suponía un riesgo inminente para la salud de la
humanidad. Además, como este agujero no se había descubierto con anterioridad,
era de esperar que se hubiera originado a causa de algún comportamiento
antrópico.
A pesar de que había habido
ciertas advertencias por parte de distintos científicos de que los átomos de
cloro libre y el óxido nitroso podían actuar de catalizadores en la destrucción
del ozono, hubo que esperar a un estudio publicado en la revista Nature en 1985
en la que se mostraba una alarmante disminución de los niveles de ozono sobre
la Antártida con respecto al resto del planeta. Esa zona con niveles de ozono
tan bajos fue bautizada como “agujero de la capa de ozono”.
Ante tal nivel de alerta, todos
los países miembros de la ONU acordaron en 1987 la firma del denominado
Protocolo de Montreal, que entró en vigor el 1 de Enero de 1989, en donde se
comprometían a reducir la producción y el consumo de los productos más
sospechosos de ser los culpables de dicho agujero (los gases clorofluorocarbonos
o CFC) hasta la erradicación de su producción en 1995. Los gases incluidos
fueron CFC-11 (CFCl3), CFC-12 (CF2Cl2),
CFC-113 (C2F3Cl3), tetracloruro de carbono (CCl4)
y metilcloroformo (C2H3Cl3). Estos gases
fueron sustituidos por los hidroclorofluorocarbonos (HCFC) inicialmente y por
los hidrofluorocarbonos (HFC) después.
Y a partir de la firma de este
protocolo el mundo quedó salvado y apenas ha vuelto a haber información del
estado del agujero de la capa de ozono, a pesar de que en 2005 registró su
récord absoluto al alcanzar una extensión de 29 millones de km2,
(unas 58 veces España).
La teoría de la destrucción del
ozono sostiene que cuando se desprende un átomo de cloro de cualquier CFC que
llega a la atmósfera, provoca la descomposición de dos moléculas de ozono (O3)
en tres de oxígeno (O2) en una reacción en cadena que puede provocar
que un solo átomo de cloro elimine hasta 100.000 moléculas de ozono. Sin
embargo, este fenómeno no es exclusivo de los átomos de cloro que se liberan de
los CFC, sino que se produce con cualquier átomo de cloro que haya libre en la
atmósfera. Basándonos en el fundamento de esta teoría, considerar culpables a
los CFC de la formación del agujero de la capa de ozono sería erróneo ya que mientras
que la producción mundial de CFC nunca fue superior a los dos millones de
toneladas (lo que supone que el cloro disociado en la atmósfera nunca superó
las 15000 Tm), la evaporación de agua marina libera a la atmósfera más de 600
millones de toneladas de cloro al año en forma de cloruro de sodio (NaCl) por
la sal marina disuelta en el agua, lo que supone un impacto 40000 veces mayor
al de los CFC. Igualmente, los volcanes inyectan a la atmósfera más de 36
millones de toneladas de cloro por los gases que emiten de forma pasiva (sólo
el volcán antártico Erebús emite mil toneladas de cloro diarias, 25 veces el
impacto que producía el consumo de CFC). Si añadimos las contribuciones de la
quema de biomasa (8,4 millones de toneladas) y de la biota oceánica (5 millones
de toneladas), estaríamos hablando de que la contribución del ser humano a la
destrucción del ozono estratosférico era ridícula, de apenas el 0,002%.
El grosor de la capa de ozono
sobre un punto es la suma de la columna total del ozono contenido en el aire
sobre la que está ese punto, puesto que el ozono está repartido a lo largo de
la atmósfera. Se considera que hay un agujero en la capa de ozono en aquellas
zonas en las que la suma del ozono existente en dicha columna es inferior a
2,20 mm, es decir, que si se concentrase todo el ozono que hay que hay sobre un
punto, la figurada capa de ozono tendría un espesor inferior a 2,20 mm, cuando
el grosor medio es de unos 3 mm.
El caso es que desde que la NASA
toma datos de la concentración de ozono en la atmósfera a través de los
satélites que forman parte del TOMS (Total Ozone Mapping Spectrometer), y que
publica regularmente en su página web, se ha comprobado que lo que denominamos "agujero de la capa de ozono"
es una disminución temporal del ozono estratosférico que comienza en Agosto,
alcanza su culmen a finales de Septiembre o principios de Octubre (momento en
el que alcanza una extensión media de unos 25 millones de km2, que
son unas cincuenta veces la superficie de España) y en Diciembre desaparece,
por lo sería un fenómeno de temporada que dura entre tres y cuatro meses.
Esta destrucción extra de ozono se debe a reacciones fotoquímicas
que ocurren en las nubes estratosféricas cuando el Sol (después de unos meses
de ausencia) comienza a iluminar la Antártida al final del invierno austral y de las que hay varias hipótesis (presencia
de cloro libre, aumento de la concentración del vapor de agua, movimientos
atmosféricos…).
El caso es que hasta el IPCC
(Panel Intergubernamental del Cambio Climático) que es algo así como el comité
de expertos sobre el cambio climático de Naciones Unidas, ha reconocido que una
disminución del ozono estratosférico contribuiría al enfriamiento de la
troposfera lo que amortiguaría el calentamiento global, algo que va en contra
de las primeras conclusiones que venían a decir que si el ozono disminuía, la
superficie de la Tierra se achicharraría. Igualmente, algunos experimentos de
laboratorio (que incluso han sido publicados en la propia revista Nature)
muestran que el cloro puede que tenga mucha menos importancia de la que se ha
creído que tenía. Parece ser que la alarma inicial fue excesiva y como ahora el
objetivo es contener el calentamiento global, que es de donde se obtienen los
fondos, el tema del agujero de la capa de ozono se aparca como tema ya
superado.
Además, con este tema todos
quedaron contentos, Greenpeace lo ensalzó como modelo de actuación, ICI y
Dupont que mantenían el monopolio de la fabricación de CFC no tuvieron ningún
problema en seguir con el monopolio de los HCFC o de los HFC, e incluso
Margaret Thatcher fue su principal impulsora, por lo que ya da igual si se
actuó erróneamente o de manera precipitada.
Curiosamente, el Premio Nobel de
Química de 1995 fue para el mexicano Mario Molina, el estadounidense Frank Sherwood
Rowland y el holandés Paul Crutzen, (los científicos que habían alertado de que
los átomos de cloro libre y el óxido nitroso actuaban de catalizadores en la
destrucción del ozono) por su trabajo en la química de la atmósfera,
particularmente en lo que respecta a la formación y desintegración del ozono.
También lo fueron por su papel para la dilucidación de la amenaza a la capa de
ozono de la Tierra por parte de los gases clorofluorocarbonos (CFC), aunque
esto último no se añadió en la motivación que les otorgó el premio. Puede que
fuera por precaución, para no mostrar una evidencia errónea de cara al futuro,
como tantas otras que ha dejado el Nobel a lo largo de su historia.