Soy Leo con ascendente Leo, por lo que todos los rasgos característicos propios de “un
Leo” yo los tengo potenciados y muy definidos en mi personalidad (según mi
supuesta carta astral). Eso sí, si hubiese nacido cinco minutos más tarde mi
ascendente sería Virgo. Y esos cinco minutos que no tengo muy claros, porque mi
madre no me puede garantizar que naciese exactamente a las ocho de la mañana y
que no fueran más de las ocho y cinco y el médico redondease a las ocho, son
bastante importantes porque según la astrología, el ascendente establece cómo
comienza un individuo en el mundo y eso afecta a su físico y a su apariencia,
dotando de las características propias del signo al recién nacido y señalando
qué planetas son los que más le van a afectar durante su vida. Sinceramente, no
veo justo que después de un parto de varias horas, cinco minutos puedan ser
suficientes para que alguien pueda pasar de ser un futuro líder de la sociedad
de fuerte carácter que irradie extroversión y seguridad como son las personas
de ascendente Leo, a sólo ser una persona analítica, prudente, realista y
ligeramente tímida (como son las personas de ascendente Virgo).
Independientemente de cual sea mi
ascendente, de lo que no hay duda es que mi signo del horóscopo es Leo, porque
nací lo bastante alejado del comienzo y del final del período de este signo
para no tener dudas, al menos en el zodiaco tropical que es el utilizado en la
astrología occidental, la que se emplea en Oriente Próximo y Europa y que tiene
origen babilónico, porque según el zodiaco sideral, utilizado en la astrología
oriental o hindú, sería “Cáncer”. Eso sin citar que soy “Rata” en el horóscopo chino,
“Ciprés” en el horóscopo celta, “Murciélago” en el horóscopo maya, “Perro” en
el horóscopo azteca, “Alfanje” en el horóscopo árabe, “Acebo” en el horóscopo
druida, “Ra” en el horóscopo egipcio, “Estrella” en el horóscopo gitano,
“Esturión” en el horóscopo indio americano, “Changó” en el horóscopo orisha o
“Escorpión” en el horóscopo budista.
Lo que sí que tienen en común
todos estos horóscopos es que interpretan, cada uno a su manera, la posición de
las estrellas en el firmamento. Todo esto forma parte de la astrología, una
pseudociencia que engloba todo un conjunto de creencias que utiliza la posición
de los astros en el firmamento como método de adivinación del futuro mediante correlaciones
pasadas.
En la antigüedad, ya los primeros
seres humanos pudieron darse cuenta de que el mapa celestial les podía servir
no sólo para orientarse sino también para anticiparse a los cambios de
estación, ya que el giro de la Tierra hace que no siempre sean visibles las
mismas estrellas. Así, las primeras civilizaciones tenían asociadas las llegadas
de algunos fenómenos naturales de temporada con la aparición de ciertos astros
en el cielo. Pero identificar todas las estrellas de entre las cerca de seis
mil estrellas visibles desde la Tierra a simple vista, (aunque solo podamos ver
unas dos mil como máximo de forma simultánea) es bastante difícil. Es por eso
que ya desde la Antigüedad se agruparon las estrellas en función de formas
imaginarias que resultasen familiares y reconocibles, creándose las
constelaciones, todas ellas basadas en formas humanas o animales. Con la creación
de las constelaciones (actualmente hay 88 constelaciones oficiales y se
utilizan como referencia para localizar cualquier cuerpo celeste, sea estrella,
galaxia, nebulosa...) se tenía confeccionado el mapa estelar independientemente
de que éste variase debido a los movimientos de la Tierra, tanto de traslación
(alrededor del Sol) como de rotación, motivo por el cual ciertas constelaciones
eran visibles durante todo el año y algunas solo eran visibles en determinadas
épocas del año. Además, como las estrellas están tan lejos, (se estima que las
trescientas estrellas más brillantes del firmamento se encuentran, de media, a
una distancia de 347 años luz de la Tierra, lo que equivale a unos 3.470
billones de kilómetros) su movimiento es inapreciable a tanta distancia por lo
que el mapa estelar visible desde la Tierra es fijo y lo único que varía es el
trozo del firmamento que se puede ver desde un punto concreto de la Tierra.
Bueno, los babilonios se dieron
cuenta de que hay algo más que también varía, puesto que aparte del Sol y la
Luna, cuyo cambio de posición sobre el firmamento se aprecia con una simple
observación, hay otros cinco astros que cambian de posición con respecto al
resto de estrellas, es decir, que se mueven. Estos cinco astros son los
planetas visibles a simple vista: Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno. Todos
ellos, (los cinco planetas más la Luna y el Sol), se mueven sobre una línea
recta imaginaria a través del cielo que denominamos eclíptica. Esto es debido a
que todos los planetas del sistema solar siguen órbitas casi circulares
(ligeramente elípticas) alrededor del ecuador del Sol y casi sobre un mismo
plano.
Lo que no sabían los babilonios
es que esas “cinco luces” que se movían en el cielo eran planetas. Sí que
sabían que “las estrellas les mandaban mensajes”, y como ciertos fenómenos, como
la llegada de las lluvias o la crecida de algún río, coincidía con ciertas
posiciones de los astros en el firmamento, pensaron que todos los sucesos
estaban relacionados con las posiciones de las estrellas. Además, como estos cinco
astros tenían un comportamiento diferente al resto se tenía que tratar de seres
sobrenaturales, por lo que convirtieron a Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y
Saturno, en sus dioses Nabu, Ishtar, Nergal, Marduk y Ninurta, y sus
movimientos era la forma que tenían de enviar mensajes a la humanidad, por lo
que descifrarlos supondría poder saber qué iba a suceder en el futuro.
Por este motivo los babilonios
vigilaban obsesivamente las posiciones de los astros en el cielo e intentaban
relacionarlas con sucesos importantes que ocurrían a su alrededor. Cuando una
posición concreta del firmamento coincidía con algún evento significativo, se
grababa la posición de los astros en una tabla de arcilla para utilizarla en el
futuro, ya que se consideraba esa configuración celeste como un presagio.
El principal problema de todo
ello es que al desconocer el origen del movimiento de los planetas, llevaron al
extremo la incapacidad para diferenciar la casualidad de la causalidad. La
llegada de la época de lluvias o las crecidas de los ríos coincidía con la
aparición en el cielo de alguna estrella significativa que no era visible con
anterioridad (por ejemplo, Sirio, la estrella más brillante del cielo, aparece
en Julio coincidiendo con la época de crecida de los ríos Tigris y Éufrates)
debido a una causa concreta, como es la posición de la Tierra asociado a un
fenómeno de temporada que se repite de forma periódica año tras año. Sin
embargo, otros sucesos de origen casual (como una invasión, una plaga, una
batalla ganada o perdida…) se producen independientemente de la época del año y
de poco sirve la posición de las estrellas para que estos sucesos se produzcan
o no. Debido a este desconocimiento los babilonios creían que todo estaba
relacionado con la posición de los planetas, por lo que perseveraron en su
empeño por descifrar los mensajes de sus dioses, vaticinando el futuro (de
forma casi siempre errónea) a partir de los presagios almacenados, que cada vez
eran más, dando origen a la astrología, es decir, a adivinar el futuro a partir
de la correlación entre sucesos y configuraciones celestes pasados.
Así, en función de cuál de las
doce constelaciones que cruzan la eclíptica (en realidad son trece, pero siendo
doce se dividen mejor los 360º de una esfera) sea por la que sale el sol en la
fecha de nacimiento de un individuo, se genera su signo del zodiaco, y en
función de la disposición de los astros en cada momento y de la
influencia que cada uno tenga sobre cada signo zodiacal se realizan los métodos
de predicción astrológica. Un método de predicción no
demostrado, sin ningún tipo de rigor y basado en la superstición y el
desconocimiento del medio.
En definitiva, que aunque los
babilonios no lograron descifrar “los mensajes de sus dioses”, dejaron para la posteridad
un infundado procedimiento para predecir el futuro que sirve para que charlatanes
y estafadores hagan de esto su modus
vivendi como la astrología. Eso sí, a partir de esa obsesión por analizar
el movimiento de los astros durante siglos, lograron calcular con una enorme
exactitud la periodicidad de ciertos fenómenos, como la duración de un mes
lunar (el periodo de tiempo que transcurre entre dos lunas llenas) o la
duración del año con errores inferiores al 0,001%, lo que les permitió crear
calendarios muy precisos. También dejaron para la posteridad el sistema
sexagesimal, (motivo por el que la hora y los minutos se dividen en 60 minutos
y 60 segundos respectivamente), aunque no se tiene certeza de que la ideación
de este sistema tenga relación con la observación astronómica.