A finales de Mayo del año pasado
viajé a Argel por motivos de trabajo. Era la primera vez que visitaba Argelia y
también la primera vez que viajaba a un país mayoritariamente musulmán durante
el mes del Ramadán, el mes en el que los musulmanes practican el ayuno con el
fin de “quemar” sus pecados (pues la traducción literal de ramadán es quemar).
La verdad es que es tremendamente
llamativo comprobar in situ el masivo
seguimiento del ayuno diario que condiciona durante todo ese mes la rutina de
todo el país. Durante el día todos los establecimientos están cerrados y apenas
se ve gente por la calle. El tráfico es casi inexistente, solo se puede ir a
comer a los hoteles y los establecimientos que sirven alcohol permanecen
cerrados durante todo el mes. Todo esto contrasta enormemente con la noche
puesto que a partir de la puesta de sol se eliminan las restricciones del ayuno
y se aprovecha para realizar todo aquello que no se ha realizado durante el
día.
Esto me dejó bastante
impresionado, sobretodo el primer día que lo vi, puesto que cuando fuimos a
cenar al centro de Argel desde el barrio financiero, que está a las afueras de
la ciudad, las carreteras de entrada a Argel, así como las calles principales,
estaban totalmente libres de tráfico. Pudimos aparcar sin ningún problema y no
nos encontramos a ningún viandante durante el trayecto que hicimos desde el
coche hasta la puerta del restaurante de un hotel del centro de la ciudad.
Escasamente dos horas después, cuando salimos del restaurante y ya había
anochecido, la situación era muy diferente. Riadas de gente por las aceras,
calles colapsadas de vehículos, bullicio, ruido de cláxones, la totalidad de los
establecimientos abiertos… Un ambiente impresionante que incitaba a quedarse en
lugar de ir a dormir.
En el calendario musulmán, el mes
del Ramadán es el noveno mes del año y en 2019 durará desde el atardecer del 5
de Mayo hasta el atardecer del 4 de Junio, puesto que el día musulmán termina
al ponerse el Sol. Es el mes del ayuno por lo que no se puede ni comer ni beber
durante las horas de sol, salvo casos muy excepcionales. Tiene la peculiaridad
de que cada año se retrasa unos once días con respecto a las fechas del
calendario gregoriano, el que es oficial en la mayor parte del mundo, debido a
que el calendario musulmán es un calendario lunar, correspondiéndose cada mes
musulmán con un ciclo lunar completo, lo que se conoce como mes sinódico. Por
este motivo la duración de un año musulmán es de 354 días, 8 horas, 44 minutos
y 54 segundos, (354,36 días) mientras que un año solar dura 365 días, 5 horas,
48 minutos y 45 segundos (365,24 días), habiendo una diferencia de 10 días, 21
horas, 3 minutos y 51 segundos (10,88 días) entre uno y otro. Por ese motivo,
32,5 años del calendario gregoriano equivalen a 33,5 años del calendario
musulmán.
Al basarse en ciclos lunares, y
siendo la duración media de un ciclo lunar de 29,53 días (ya que debido a las
perturbaciones de las órbitas de la Tierra y de la Luna, el tiempo real puede
variar entre 29,27 y 29,83 días), la duración de los meses del calendario
musulmán es de 30 y 29 días de forma alterna. Al igual que el calendario
gregoriano tiene ajustes durante los años bisiestos añadiendo un día al mes de
Febrero, el calendario musulmán también los tiene durante los años
intercalares, donde añaden un día al último mes del año, (Du al-Hiyya, el mes de la peregrinación). Esto se produce cada dos
o tres años, en función de una tabla prestablecida, de tal manera que en cada
ciclo lunar de 30 años hay once años intercalares, siguiendo la tradición
sumeria.
Con respecto a la duración de los
días, aunque tanto el día del calendario gregoriano como el día del calendario
musulmán tienen de media la misma duración, el día musulmán termina al ponerse
el Sol, al igual que el día judío, por lo que los días no duran exactamente 24
horas ya que el Sol no se pone siempre a la misma hora, a diferencia del día
del calendario gregoriano, (oficial en la mayor parte del mundo) que dura de medianoche
a medianoche (24 horas exactas). Esto se debe a que el islam es una religión
que nace a partir de las ya existentes a principios del siglo VII en las zonas
más cercanas a la península arábiga, fundamentalmente del judaísmo. Incluso los
días de la semana se llaman prácticamente igual para árabes y judíos. Así, al-áhad, al-ithnáyn, al-thalatha, al-arba‘a,
al-jamís y as-sabt en árabe y Yom Rishon, Yom Sheni, Yom Shlishi, Yom
Revii, Yom Jamishi y Shabat en
hebreo significan el primero, el segundo, el tercero, el cuarto, el quinto y
sábado respectivamente, que se corresponden con domingo, lunes, martes,
miércoles, jueves y sábado. La diferencia estriba en el viernes. Aunque ambas
religiones comparten el viernes y el sábado como fin de semana, para los
musulmanes el viernes es el día más importante (al-yuma‘a que se traduce como la reunión, reunión para el rezo), mientras
que para los judíos es el sexto día de la semana (Yom Shishi se traduce como
“el sexto”), ya que su día más importante es el sábado, (Shabat) el único que tiene nombre propio.
Cabe matizar que el calendario
musulmán comienza con la Hégira en el año 622, (concretamente el 16 de Julio)
cuando Mahoma tuvo que huir de su ciudad natal La Meca a Medina. Por ese motivo
los musulmanes están en el año 1440 desde el pasado 11 de Septiembre de 2018
hasta el próximo 31 de Agosto de 2019. Como curiosidad, resaltar que en el año
21445 ambos calendarios (gregoriano y musulmán) estarán en el mismo año,
siempre y cuando sigan existiendo.
Todo esto me dio por pensar en lo
difícil que debe ser cumplir con el Ramadán en regiones cercanas a los polos.
En las latitudes medias, donde se concentran la mayoría de los países
musulmanes, no hay una variación muy grande en la duración de los días de
invierno y de verano. Sin embargo, en las zonas más septentrionales, o más
meridionales, se puede pasar de apenas tener sol en invierno (lo que supondría
no tener apenas horas de ayuno para los musulmanes que allí vivieran) a que éste
no llegue nunca a ponerse en verano (lo que significaría estarse casi un mes
sin poder comer ni beber). Hay que tener en cuenta que hay aproximadamente un
millón de musulmanes viviendo en estas regiones y que en tan solo 15 años se
pasa de tener el Ramadán en plano verano a tenerlo en pleno invierno.
También me dio por pensar en lo
absurdo de tener un calendario basado en ciclos lunares, ya que pierde toda la
utilidad que podría tener el concepto de año. La única ventaja que tiene un
calendario lunar es que dependiendo del día del mes en el que se está, la luna
estará en un ciclo determinado, (en el caso del calendario musulmán, el cambio
de mes coincide con la luna nueva y la mitad del mes coincide con la luna
llena). El resto no tiene ningún sentido, puesto que el año se desajusta de las
estaciones y la periodicidad de todos los eventos relacionados con los cambios
de estación no están asociados a fechas concretas, por lo que cada año musulmán
es solo un recuento de doce fases lunares. Unos años el invierno caerá en unos
meses determinados y otros años en otros. Y aunque en la mayoría de países
musulmanes el calendario musulmán convive con el gregoriano, en países como
Arabia Saudita o Yemén, el calendario musulmán es el calendario oficial. De
poco sirve el conocimiento cuando manda la religión.