En sexto curso de Educación Primaria
tuvimos de profesor de Matemáticas a don Román. Natural de Llodio y afincado en
Aranda, el primer día de clase nos dijo que el alumno sólo podía optar del cero
al ocho, porque el nueve era para el profesor y el diez para Dios. Para todos
nosotros fue un claro propósito de intenciones de que la metodología de
enseñanza que íbamos a padecer iba a ser muy semejante a la que tiempos atrás
tuvieron nuestros padres, esa metodología que se englobaba bajo la famosa
máxima de que “la letra con sangre entra”, aunque en este caso iban a ser los
números.
Con estos antecedentes y el comenzar
el temario con los conjuntos y sus propiedades hizo que desde un primer momento
no me viera muy en sintonía con la asignatura, a pesar de que mi perfil
académico ya prefería más los números que las letras. Por entonces me sentaba
junto a Marcos al final de la clase, lo que nos permitía desconectar un poco y
hablar más de lo permitido, lo que propiciaba que fuéramos los que más
probáramos los métodos que don Román utilizaba para sus particulares
reprimendas. Fue capaz de dejarnos las muñecas doloridas a ambos para el resto
de la clase con solo atajarlas entre sus dedos índice y corazón y apretarlas
con un ligero movimiento oscilante. Nos lo hizo al unísono, a uno con cada
mano. El caso es que con estos antecedentes suspendí el primer examen que suponía
el 50% de la primera evaluación, algo inédito para mí y más aún en Matemáticas.
Además, por entonces aproximadamente, Marcos y yo fuimos separados pues a
ningún profesor le agradaba que nos sentáramos juntos, poniéndonos a ambos sin
compañero al lado.
La segunda parte de la evaluación
comenzó con las operaciones entre fracciones y los cálculos del mínimo común
múltiplo y el máximo común divisor, lo que suponía hacer la descomposición
numérica, algo más adaptado a mis cualidades, pues siempre se me dio bastante
bien el cálculo matemático. Fue entonces cuando comencé a demostrarle al
profesor que no era un patán en dicha asignatura. Al final llegó el segundo
examen de la evaluación, lo realicé en apenas la mitad del tiempo que teníamos,
lo revisé para asegurarme que tenía más del siete que necesitaba para no
suspender y lo entregué ante la sorpresa de bastantes compañeros y de don Román
incluido, que automáticamente lo revisó para ver si me había dado por rendido.
En apenas un minuto, cambió la cara, asintió y me dijo en voz alta: “Sí señor,
un diez”. Yo, con cara de satisfacción repliqué “Bien, he aprobado” y él
contestó para todos “al que me saca un diez en un examen no le hago la media”.
A partir de ahí pasé de estar en
el grupo de los que don Román no tenía en consideración, a estar en el grupo de
los más considerados, incluso podría decirse que el más considerado, todo ello
a pesar de que Juan Pedro también sacó un diez en aquel examen, salvo que su
diez pasó más desapercibido por haber sido corregido su examen junto a todos
los demás.
Unos meses después, las clases de
Matemáticas para mí ya no eran el suplicio que era para muchos de mis
compañeros, que tenían que seguir probando las dotes de don Román, que yo ya
había probado durante el primer mes de curso. Tanto me relejé que osé durante
sus clases proseguir con el diseño de clubes de alterne, proyecto imaginario
llevado a la práctica por aquel entonces entre Antonio y yo, con la que
pasábamos ratos muy divertidos. En el diseño estrella del proyecto me pilló la
explicación del teorema de Pitágoras. Mientras atendía la clase seguía
modificando el diseño de nuestro Megaclub y explicándole a Antonio las
modificaciones que había hecho cuando, de repente, don Román se puso a
preguntar a todos acerca del teorema recién explicado. Nadie logró contestar
correctamente a las preguntas que hacía por lo que finalmente me preguntó a mí.
Ante la incorrección de mis respuestas volvió a comenzar la explicación del
teorema, algo que supuso gran alivio para mis compañeros, pero que a mí me
encasilló definitivamente como el “enchufado” de don Román.
Como es sabido el teorema de
Pitágoras calcula la relación que existe entre los lados de un triángulo
rectángulo de tal forma que el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma del
cuadrado de los catetos, donde la hipotenusa es el lado más largo, (el opuesto
al ángulo de 90º que ha de tener cualquier triángulo para ser considerado como
rectángulo) y los catetos son los lados más cortos, (los adyacentes a dicho
ángulo).
Dicho teorema tiene una gran aplicación para la Trigonometría ya que cualquier triángulo puede ser dividido en triángulos rectángulos. Así, un triángulo acutángulo puede dividirse en dos triángulos rectángulos y un triángulo obtusángulo puede dividirse en tres. Igualmente sirve para el cálculo de las diagonales de cuadrados y rectángulos, y distintos componentes de otras figuras geométricas más complejas de dos y tres dimensiones. Su demostración gráfica más trivial se puede ver en la siguiente figura.
Dicho teorema tiene una gran aplicación para la Trigonometría ya que cualquier triángulo puede ser dividido en triángulos rectángulos. Así, un triángulo acutángulo puede dividirse en dos triángulos rectángulos y un triángulo obtusángulo puede dividirse en tres. Igualmente sirve para el cálculo de las diagonales de cuadrados y rectángulos, y distintos componentes de otras figuras geométricas más complejas de dos y tres dimensiones. Su demostración gráfica más trivial se puede ver en la siguiente figura.
Anteriormente a Pitágoras, (que vivió en el siglo VI a.C.),
en Mesopotamia y el Antiguo Egipto se conocían ternas de valores que se
correspondían con los lados de un triángulo rectángulo, y se utilizaban para
resolver problemas referentes a los citados triángulos. Sin embargo, no existe ningún
documento que exponga teóricamente su relación. La pirámide de Kefrén, construida
hacia el siglo XXVI a. C., fue la primera gran pirámide que se construyó
basándose en el llamado triángulo sagrado egipcio, de proporciones 3-4-5, el
triángulo rectángulo más básico con números enteros.
El caso es que pasé el resto del
curso sin ningún sobresalto más, dejando estas actividades extra-escolares para
otras clases de profesorado menos exigente. Sólo tuve uno pequeño cuando el
Real Madrid perdió la liga en Valencia, en el último partido de liga, en
beneficio del Athletic de Bilbao, algo que me sirvió para picar un poco a don
Román, ferviente madridista, que no se había tomado muy bien dicho acontecer.
Aún así, acabé logrando Sobresaliente en Matemáticas, como buen “enchufado”,
aunque dicho enchufe fuera muy a pesar mío.