Pasé una gran parte de mi
infancia en el pueblo natal de padres, Curiel de Duero, situado al este de la
provincia de Valladolid y a sólo cinco kilómetros de Peñafiel. Lo hacía de
forma no continuada, fines de semana y una gran parte del verano, pues mis
padres gustaban de pasar en su pueblo la mayoría de su tiempo libre.
Allí me familiaricé con la totalidad
de los términos rurales, pues Aranda, por entonces, ya era más una ciudad
industrial que agraria. Me sorprendía que la gente mayor aún hacía alusión a
las “varas” como unidad de medida, pero me imaginaba que era un residuo de la
transición a las unidades actuales, ya que eran los mismos que aún valoraban
las cosas por reales, aquellas monedas de 25 céntimos de peseta que tenían un
agujero en el centro y del que llegué a tener cerca de una docena de ellas
obtenidas tras diversos husmeos en distintos desvanes, a los que era muy
aficionado de niño. En lo que sí que estaba algo más familiarizado es en que
los melones se vendiesen por arrobas, la cantidad de vino se midiese por
cántaras y la superficie de las tierras por fanegas. Igualmente, cuando mi abuela
me hablaba de cómo funcionaba su panadería, pues fue la panadera del pueblo, me
contaba que la gente les pagaba en grano y que había una equivalencia entre las
fanegas de trigo con los sacos de harina y las hogazas de pan. Esto ya me
liaba, pues no veía ninguna relación entre la fanega utilizada en el pueblo
como medida de capacidad y la fanega utilizada como medida de superficie para
las tierras de labranza.
Me imaginaba que ese residuo
procedía de la gente que no se había adaptado al cambio de unidades, de la
misma forma que a día de hoy aún hay gente que sigue hablando en pesetas a
pesar de los más de diez años transcurridos desde la adopción del euro, aunque
he de reconocer que en todas las vendimias aún tengo que pasarle a mi padre los
kilos de uva primero y los litros de mosto obtenidos, después, a cántaras para
que él planifique los cubillos que va a necesitar para la fermentación del vino
propio que hacemos todos los años.
Lo que más me sorprendió fue
descubrir que, en España, la adopción del Sistema Internacional de Pesos y
Medidas se produjo de forma obligatoria y por Real Decreto en Julio de 1890,
(31 años después de la adopción del metro como unidad de longitud), y que un
siglo después estas unidades aún seguían siendo referenciales en la mayoría de
los pueblos de Castilla.
El origen de estas unidades de
medida estándar hay que buscarlas a partir en la Revolución Francesa. Tras el
triunfo de la revolución se buscó una estandarización en las unidades de medida
para facilitar las transacciones comerciales y eliminar así todo un enorme
compendio de diferentes medidas utilizadas a niveles regionales y locales y
haciendo que todas ellas tuvieron múltiplos y submúltiplos basados en el
sistema decimal con sus notaciones, (deca, hecto, kilo,… para los múltiplos y
deci, centi, mili,… para los submúltiplos).
Con esto se pretendía buscar un
sistema de unidades único para todo el mundo y así facilitar los intercambios
comerciales, científicos o culturales, entre otros. Hasta
entonces cada país, incluso cada región, tenía su propio sistema de unidades y,
a menudo, una misma denominación representaba un valor distinto en lugares y
épocas diferentes. Se intentaba normalizar las distintas unidades existentes de
longitud, (legua, milla, cuerda, braza, paso, vara, codo, pie, pulgada, línea,
punto, caña, cuarta, palmo, estadio, toesa, versta, ana, empan, …), de masa,
(tonelada, cuarto, quintal, arroba, libra, marco, cuarterón, onza, fanega, dracma,
grano, panilla, …), de superficie, (estadal, cuartillo, celemín, aranzada,
fanegada, yugada, caballería, acre, …), o de volumen, (cahíz, fanega, almud,
medio, cuartillón, moyo, cántara, arroba, azumbre, botella, cuartillo, copa,
cortadillo, barril, galón, pinta, …), que además tenían valores diferentes en
las distintas regiones que las empleaban.
La vara que yo conocí era una
unidad de longitud que equivalía a tres pies. La longitud de la vara oscilaba
en los distintos territorios de España, entre 0,912 metros de la de Alicante y
los 0,768 m de la de Teruel. La empleada en Curiel era la vara castellana, (la
más empleada en su tiempo), que equivalía a 0,836 metros, tres veces el pie
castellano de 0,279 metros.
La arroba de la que oí hablar,
cuando en verano venían los camiones ambulantes vendiendo melones desde
Villaconejos, equivalía a 11,5 kilogramos. Una arroba eran 25 libras, (la
cuarta parte de un quintal), pero en Aragón y Cataluña tenían equivalencias
diferentes. También se empleó como unidad de volumen, referenciándolo al líquido
medido y de valor diferente en función de la densidad de éste.
La cántara, que aún seguimos
utilizando debido a que los cubillos aún se referencian sobre esta medida, equivale
a 16,133 litros. En Castilla, el moyo eran 16 cántaras o arrobas de vino, la
cántara o arroba eran ocho azumbres, la azumbre eran cuatro cuartillos y el
cuartillo eran cuatro copas. Sin embargo estas medidas eran diferentes en
Extremadura, Galicia, Navarra o las regiones provenientes del antiguo reino de
Aragón.
Por último, la fanega, que era la
que me causaba mayor confusión, equivalía en Curiel a un tercio de hectárea
como medida de superficie. Esto se debe a que la fanega era una unidad de
capacidad para áridos, que en Castilla equivalía a 55,5 litros, por lo que,
como unidad de superficie, una fanega era la cantidad de terreno necesaria para
sembrar una fanega de grano. Las tierras de mejor calidad necesitaban menos
superficie y de ahí la diferencia de superficie para las diferentes comarcas
castellanas. Evidentemente, si ya de por sí era diferente como unidad de
superficie en las comarcas castellanas, más aún lo era en las comarcas de otras
regiones donde utilizaban una referencia diferente de la fanega como unidad de
capacidad.
Habrá que agradecer por tanto a
la Revolución Francesa su aportación al mundo. No sólo acabó con la monarquía,
el absolutismo, el feudalismo y los privilegios de la nobleza y el clero,
separó los poderes del Estado y creó la declaración de los derechos del hombre
y del ciudadano a partir de los principios de la Ilustración basados en la
razón, la igualdad y la libertad, sino que también aportó las bases para la
unificación de medidas a nivel internacional, así como de sus múltiplos y
submúltiplos, acabando así con toda esa algarabía de diferentes unidades de
medida existentes en todo el mundo.
Si ya de por sí, nos complicaban
la existencia con el paso de unidades del S.I. al anglosajón, (que todavía
convive en oficialidad en Estados Unidos y Gran Bretaña, entre otros países),
no quiero ni imaginar lo que sería del mundo sin una unificación tal.
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