El penúltimo año que cursé en la
Universidad sólo tenía tres asignaturas y, por culpa del plan nuevo, sólo tenía
una clase diaria, lo que me dejaba mucho tiempo libre, el suficiente para
degustar un año universitario de los que están en mente de todos cuando se
habla de Universidad y piso de estudiantes, salir mucho, llegar tarde a casa,
levantarme a las once de la mañana… y, encima, podía llevar las asignaturas al
día.
A diario solía quedar muy a
menudo con Rosa y Anamari para acabar muchas de esas noches en el Elfos, un pub
próximo a donde ellas vivían. Recuerdo que ese año traté varias veces con
Anamari el tema de las grandes diferencias que había entre los hombres y las
mujeres, sobre todo a nivel hormonal. Ella solía decir que las diferencias no
eran tan grandes como yo quería creer y que las mismas necesidades que las
hormonas les generan a los hombres, también se les genera a las mujeres, pero
los hombres lo manifestamos más abiertamente. Yo le replicaba que no sólo lo manifestábamos,
que también lo llevábamos a la práctica. El caso es que tampoco profundizamos
mucho en el tema, pues ella me decía que siempre llevaba el tema a los matices
de la sexualidad, pero sí que el tema salió en repetidas ocasiones por razones
que a mí me parecían más que evidentes, a partir de lo que observaba en mi piso
y en el suyo.
Realmente, yo pensaba que las
diferencias se debían a motivos puramente hormonales, ya que las hormonas
presentes en los cuerpos masculinos y femeninos son diferentes y provocan
distintos comportamientos. Por ejemplo, los estudios con transexuales han
mostrado que si se administra testosterona a una mujer durante meses adquiere
no sólo los rasgos físicos de un hombre sino que también le cambia la
estructura del cerebro y, por lo tanto, su forma de pensar tradicional y
viceversa. Sin embargo, resulta que las diferencias en la composición de los
órganos de un hombre y una mujer son bastante apreciables, como por ejemplo, el
cerebro, los ojos, los oídos, la piel…
Durante las siete primeras
semanas de gestación todos los fetos son femeninos. Esto es debido a que la
naturaleza siempre tiende a crear embriones femeninos. Durante estas primeras
siete semanas de la gestación, los órganos sexuales del embrión no están aún
diferenciados. Cuando un espermatozoide con cromosoma X fecunda el óvulo, el
proceso diferenciador lleva “por defecto” al desarrollo de un cerebro y órganos
genitales femeninos, sin embargo, cuando el espermatozoide lleva el cromosoma
Y, éste da una orden específica para que ese proceso natural se altere y
comience la formación de los testículos. Éstos, a su vez, activan una serie de
hormonas, (la antimulleriana y la testosterona), que inhiben definitivamente el
desarrollo de los genitales y el cerebro femeninos y hacen que el embrión se
convierta en varón.
Las principales diferencias entre
hombres y mujeres no son sólo físicas, también tenemos cerebros diferentes. El
cerebro masculino es de mayor tamaño, está funcionalmente organizado de una
manera asimétrica evidente en las regiones frontales izquierdas, por lo que
está más capacitado para la concentración, la capacidad espacial, el cálculo y
la orientación. El cerebro femenino tiene una estructura con una mayor densidad
de interconexión de los dos hemisferios por lo que puede realizar más tareas
intelectuales simultáneamente, tiene mejor capacidad para el lenguaje, para la
memoria y para la identificación de emociones ajenas con más precisión, presenta
diferencias de densidad neuronal en ciertas zonas, un flujo sanguíneo mayor y
un envejecimiento más lento.
Generalmente las mujeres son
peores en matemáticas y mejores en lenguaje. Esto es debido a que en los
hombres la materia gris del cerebro presenta más actividad que en las mujeres,
(donde predomina la materia blanca). La materia gris maneja el tratamiento de
la información mientras que la materia blanca establece relaciones entre datos.
Es por ello que se suele creer que los hombres utilizan más la lógica y las
mujeres utilizan la intuición. Cuando envejecen, los hombres tienden a perder
más células cerebrales en los lóbulos temporales y frontales, lo que afecta los
sentimientos y pensamientos. Sin embargo, las mujeres pierden más células
cerebrales en el hipocampo, el que afecta a la memoria.
A pesar de contar con cerebros
diferentes, que hace que alguno de los dos sexos pueda adquirir ligeras
ventajas en uno u otro campo, las diferencias penden de unos hilos muy
frágiles, que son culturales, genéticos y químicos. Todos ellos están tejidos
por lo único que tiene poder para cambiar físicamente el cerebro, por las ideas
y la cultura entendida como un conjunto de costumbres. Hombres y mujeres
sienten lo mismo pero lo expresan de manera diferente. Por ejemplo, las mujeres
cuando están estresadas necesitan hablar porque cuando hablan activan las
conexiones situadas en los centros de placer del cerebro de las mujeres
generando progesterona que las calma. Las mujeres utilizan de media unas 25.000
palabras por 12.000 de los hombres. En cambio los hombres estresados tienden a
necesitar un poco de tiempo para estar solo para “retirarse a su cueva”, (según
dicen los psicólogos), por lo que preguntarle “qué le pasa” puede ser
contraproducente.
Des la misma forma, las mujeres
cuando tienen un problema suelen necesitar ser escuchadas, que las comprendan,
en cambio el hombre, por cultura y por genética, tiende a querer encontrar
soluciones concretas a los problemas. Eso puede ser contraproducente en una
relación de pareja, ya que intentar encontrar soluciones a una persona que
necesita desahogo aumentará el estrés de su compañera. Por eso si una mujer
tiene un problema suele buscar a otra mujer para que simplemente le escuche.
Como metodología, los hombres
tienden a ir más al grano, más al final del proceso, obviando los detalles. La
resolución de los problemas está centrada en la meta. La mujer gestiona la
resolución de problemas centrándolo más en el proceso. Igualmente, los hombres
se identifican menos con su cuerpo que las mujeres, les gustan más los sistemas
y las máquinas (objetos en general).
Otras características
diferenciales son la vista, el oído o la piel, entre otras. Las mujeres también
tienen una capacidad para recoger señales visuales a corta distancia, (mayor
visión periférica), mientras que los hombres tienen mayor capacidad para
avistar a larga distancia objetos concretos, (mayor visión cilíndrica). Las
mujeres tienen mayor agudeza de oído, sin embargo los hombres son más capaces
de saber de dónde viene ese sonido debido a que tienen un mayor sentido
espacial y orientativo. Igualmente, las mujeres tienen una mayor sensibilidad
táctil y al tacto.
Todo ello se debe a que,
evolutivamente, las funciones de los hombres y las mujeres eran diferentes. El
hombre cazaba y la mujer recolectaba y cuidaba del hogar y la familia, por lo
que adaptaron sus órganos y las funcionalidades de estos a las funciones que
desempeñaban.
Es un alivio saber que las
diferencias son genéticas y producto del proceso evolutivo animal. Así
dejaremos de volvernos locos en la búsqueda de limar diferencias y nos
pondremos manos a la obra en aprender a convivir con las diferencias de género
como una simple estrategia que nos permita ser más diversos y podernos llevar
mejor, gracias a que sabemos que muchas de las actitudes que un género
considera torpezas del otro género, se deben en realidad a que un género ha
desarrollado mejor unas capacidades que el otro y viceversa.
Yo, particularmente, seguiré sin
comprender ciertas cosas de las mujeres, pero al menos ya sé que si son
concurrentes en todas ellas, se debe a que son así. Podremos seguir disfrutando
unos de los defectos y virtudes de los otros y viceversa.