Cuando era más joven siempre
decía que la única ventaja que tenía el capitalismo era que hacía que la gente
se buscase la vida para salir adelante sin necesidad de tutelaje por parte del
sistema. Por lo demás, todo lo que veía en ese sistema era injusto, pues el
capitalismo funciona gracias al sometimiento y la explotación que unos pocos
países realizan sobre el resto, por lo que este sistema económico sólo funciona
en poco más de una treintena de países, fracasando en todos los demás. Es más,
incluso en los pocos países donde se puede decir que dicho sistema funciona,
las clases sociales más elevadas someten y explotan a las clases sociales más
desfavorecidas en la medida que les permite la legislación de cada país. Sin
embargo, he de reconocer, que a pesar de lo injusto del sistema y viendo que es
irrevocable una migración a otro tipo de sistema económico, echo de menos ese
sistema de capitalismo productivo, pues en los tiempos actuales el sistema predominante
es un subgénero de éste, denominado capitalismo liberal o neoliberalismo, basado
en la especulación, en la no regulación de los mercados y en la falta de
intervencionismos gubernamentales en materia económica, que condiciona la
situación de las clases productivas o proletarias.
El neoliberalismo es el sistema
que ha dominando la cultura política, económica y mediática de la gran mayoría
de los países desarrollados desde los últimos treinta años, tras ciertos
experimentos realizados en Chile o Argentina, aprovechando las entonces recién
instauradas dictaduras militares.
Este sistema propone una
limitación del papel del Estado en la economía, la privatización de empresas
públicas y la reducción del tamaño del Estado hasta minimizar el porcentaje del
PIB controlado o administrado directamente por el Estado, dejando en manos de las
empresas privadas y de los particulares el mayor número de actividades
económicas posible. Igualmente, propugna la flexibilización laboral, la
eliminación de restricciones y regulaciones a la actividad económica, la
apertura de fronteras para mercancías, capitales y flujos financieros, el aumento
de las tasas de interés o la reducción de la oferta de dinero hasta lograr una
inflación cercana a cero y evitar así el riesgo de devaluaciones de la moneda
para minimizar los llamados ciclos del mercado, un aumento de los impuestos
sobre el consumo y una reducción de los impuestos directos sobre la producción,
la renta personal y los beneficios empresariales, la eliminación de regímenes
especiales, la disminución del gasto público y la desregularización del
comercio entro otras medidas, todo ello para permitir que el sector privado sea
el único encargado de la generación de riqueza.
El que ha sido nombrado como el
“gurú” del neoliberalismo, Ronald Reagan, comenzó su primera legislatura como
presidente de Estados Unidos diciendo “el gobierno no es la solución, sino el
problema”, (refiriéndose al sector público). Esta premisa, sirvió como
explicación al origen de la crisis por la que pasaba Estados Unidos a
principios de los años 80 y derivó en políticas públicas de recortes y
austeridad que intentaban reducir el déficit y la deuda pública de los Estados
Unidos. Dicho dogma creía que la crisis de entonces se debía a un gasto público
excesivo que había ahogado con su peso a la economía, privando de fondos y
recursos al sector privado imposibilitándolo a que actuara como motor de la
economía.
A partir de esas premisas, los
recortes se acentuaron predominantemente en los gastos públicos sociales, pues
se asumía que la supuestamente excesiva protección social en legislación
laboral, con unos derechos hipertrofiados y un abultado crecimiento salarial, estaba
relajando a la clase proletaria trabajadora, (a la que se había redefinido como
clase media), lo que provocaba una pérdida de competitividad y un aumento de los
precios de los productos, lo que obstaculizaba la capacidad exportadora del
país. Por lo tanto, se requería una batería de intervenciones públicas, que
redujera dichos derechos laborales y sociales mediante la puesta en marcha de
reformas laborales que tenían como objetivo disminuir igualmente los salarios.
Con el fin de llevar a cabo tales
intervenciones públicas, todas ellas sumamente impopulares, era preciso poner
en marcha una estrategia ideológica y mediática que tendría como objetivo hacer
creer a la población que tales políticas eran las únicas posibles, advirtiendo
de que no había alternativas. La estrategia consistió en subvencionar, directa
o indirectamente, a investigadores académicos que dieran cierta evidencia
científica y avalaran la necesidad, inevitabilidad y bondad de tales políticas
para la situación económica. Serían estos economistas neoliberales, todos ellos
profesores de conocidas universidades y todos ellos próximos al capital
financiero, es decir, a la banca y otras asociaciones financieras, los que
acaparasen las intervenciones en los medios de comunicación, debido a que todos
ellos gozaban de grandes cajas de resonancia facilitada por su proximidad a
líneas ideológicas del poder. Así, sus trabajos se convirtieron en la sabiduría
económica convencional y el dominio de tal dogma fue absoluto en los medios de
comunicación, priorizando a economistas patrocinados y financiados por el
capital financiero, sobre otros economistas críticos con esta línea ideológica.
Casi al unísono que en Estados
Unidos, dichas políticas fueron instauradas en el Reino Unido de la mano de
Margaret Thatcher. Sus políticas económicas hicieron hincapié en la
desregularización, (especialmente del sector financiero), la flexibilización del
mercado laboral, la privatización de empresas públicas y la reducción del poder
de los sindicatos, siguiendo el guión marcado por la Escuela de Economía de
Chicago, precursora de dichas políticas.
A partir de entonces, este
pensamiento político-económico se fue expandiendo a la práctica mayoría de los
países desarrollados y las consecuencias de tal desregularización se han visto plasmadas
en las sucesivas burbujas económicas tecnológica e inmobiliaria, ocasionando la
quiebra del sistema. Un sistema que ha tenido que ser rescatado y reanimado por
el intervencionismo de los estados con aporte de capital para reflotar dicho
sistema económico quebrado. Un intervencionismo, por cierto, contrario a dichas
directrices económicas, pero que ha servido para reanimar un sistema fracasado,
que se ha vuelto a poner en marcha y a avasallar a una población que ya no
tiene poder de decisión y ha claudicado ante sus representantes políticos
alineados con este nuevo capitalismo.
gran reflexión, enhorabuena por tu blog
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