Cada vez que comienza el otoño,
el barrio de mi infancia tiene un olor especial. Es un olor que no sabría decir
a qué se parece, pero siempre que vuelvo al barrio donde viven mis padres, ese
olor que aparece en las tardes soleadas de mediados o finales de Septiembre me
traslada, momentáneamente, a mi época de adolescente. Es el olor del comienzo
del curso, del fin del verano. Es el olor que mi mente asocia al otoño. Para mí
es el olor del otoño. También el invierno para mí tiene un olor especial,
también incomparable con otro tipo de olores. Me sucede a comienzo de las
tardes soleadas de invierno y el recuerdo lo asocio a las tardes de partido.
Era el olor que percibía cuando salía de casa camino a “El Montecillo”, para
ver aquellos partidos de tercera que disputaba mi querida Gimnástica Arandina
como local cuando era niño, o el olor que percibía cuando salía de casa
dispuesto a jugar al fútbol en las categorías de aficionados con los distintos
equipos que jugué, (Villalba, Berlangas, Arandilla o Pinilla). Todavía me
sucede que cuando salgo de casa estando de visita a mis padres, me entra una
nostalgia terrible de aquellas tardes de domingo que pasaba en aquellos “patatales”
en los que jugaba domingo tras domingo durante casi una década.
Evidentemente, hay muchos otros
olores que tengo marcados en mi subconsciente y asociados a situaciones
pasadas. El olor de la lluvia primaveral me hace recordar mis momentos de la
infancia en los que salía del clase y me iba a coger caracoles con mi amigo
Óscar en los regachos cercanos al colegio. El olor del césped recién cortado lo
tengo asociado a aquellas tardes que iba con mis amigos a echar una pachanguita
detrás de las porterías de “El Montecillo” mientras entrenaba el primer equipo
de la ciudad. El olor a cocido cuando llego a casa en invierno asociado a la
vuelta del cole, donde no había rellano de barrio proletario que se librara de
ese olor. El olor invernal de los pueblos castellanos, al humo generado por la
madera en plena combustión, me devolvía a aquellas épocas en las que iba al
pueblo a las típicas matanzas que se hacían regularmente por entonces. El
cordero asado asociado a esas reuniones familiares que todavía seguimos
haciendo regularmente con la justificación de cualquier celebración. El olor a
cierto perfume femenino que hace que se te represente alguna vieja amiga,
alguna antigua novia o alguna otra mujer que marcó algún período de tu vida.
Luego hay otros olores más
personales o asociados a una experiencia concreta. Reconozco que cada vez que
huelo a ponche, me dan náuseas. Aún lo tengo asociado a mi primera gran
borrachera de la adolescencia y es algo que después de muchos años no he
logrado superar. En el lado agradable suelen quedar otros olores, como aquel
que te deja ella en las sábanas y que te hace que puedas disfrutar en su
ausencia con sólo sentir su olor.
Por lo general, los olores evocan
recuerdos intensos en muchas personas, aunque no en todas, pues dependerá del
canal sensorial que cada persona haya desarrollado con mayor intensidad. Los
canales visual, auditivo y sinestésico son los tres canales sensoriales del ser
humano. El canal sinestésico hace referencia al canal de comunicación que
conforman los tres sentidos más primitivos del ser humano, el gusto, el olfato
y el tacto. La predominancia de uno de los tres canales de comunicación en
cualquier persona dependerá de los estímulos recibidos durante los primeros
años de vida.
El olfato y el gusto son sentidos
directamente relacionados con el instinto de supervivencia y ambos están
conectados por la faringe. Distintas reacciones fisiológicas de carácter
químico hacen que uno funcione conectado con el otro. Como el olfato y el gusto
se relacionan directamente con la comida y ésta es indispensable para sobrevivir,
la evolución ha hecho que los mecanismos de la memoria se adapten para
conservar la información percibida por estos sentidos, de modo que perdure en
el tiempo.
Todos los órganos asociados a
cada uno de los sentidos, (vista, oído, gusto, tacto y olfato), poseen una zona
definida de la corteza cerebral. Estos órganos nos permiten el contacto
consciente con el mundo exterior y por medio de ellos captamos información del
medio que nos rodea. Por otro lado, existe un proceso llamado asociación
cerebral por medio del cual el cerebro conecta las diferentes zonas de la
corteza para relacionar recuerdos. Como el sabor y el olor poseen características
muy propias y poco comunes, por lo general, es más fácil para el cerebro
relacionarlos con formas, colores, texturas e incluso sonidos, que hacerlo de
forma contraria, es decir, es más fácil relación un olor con un objeto que un
objeto con su olor.
Los recuerdos de olores y
sabores, generalmente, están asociados a situaciones de seguridad y
estabilidad, comida y abrigo, por ello permanecen más tiempo en la memoria a
corto y largo plazo. Ésta es una forma de asegurar la permanencia de la
especie.
La capacidad para recordar olores
concretos es sorprendente si se tiene en cuenta que las neuronas del epitelio
olfatorio tienen una vida media de unos 60 días. Tras su muerte, son
reemplazadas por otras células nerviosas que deben establecer de nuevo las
sinapsis, o relación funcional de contacto entre las terminaciones de las
células nerviosas. Mediante una extremada precisión en el recambio celular, en
el que cada sustituta ocupa un lugar concreto, se logra que los recuerdos no
desaparezcan.
Cuando se trata de la creación
del primer recuerdo asociativo entre un objeto y un olor, el cerebro actúa de
una forma particular. La primera vez que se asocia un objeto a un olor se crea
un profundo recuerdo en el cerebro, algo así como que hubiera una memoria
especial la primera vez que se huele algo, que es creada en el cerebro por las
regiones del hipocampo y la amígdala, por lo que se puede concluir que el
cerebro prioriza los olores. Por todo ello, recordamos los olores y los
asociamos a personas, objetos o situaciones.
Hace un par de semanas volví a
jugar a fútbol tras más de ocho años sin hacerlo, (en este caso fútbol-7). Sí que había jugado alguna
que otra pachanga de fútbol-sala y fútbol-7, pero no en una competición
organizada. Al llegar al campo esperaba encontrarme con ese olor a hierba
húmeda o recién cortada que me traslada a aquellos recuerdos de partido
inminente y que me provocan unas sensaciones similares a las de un adicto que
no puede reprimir sus terribles ganas de calzarse las botas de fútbol. Sin
embargo no fue así. Es lo que tiene el jugar en campos de césped artificial.
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