Cuando tenía 10 años, por fin
nuestro colegio, el C.P. Santa María, se inscribió en la Liga Escolar de
fútbol. El equipo lo formamos mayoritariamente entre los compañeros de clase,
todos alevines de primer año, puesto que los de sexto curso preferían jugar al
balonmano. Así, tuve relativamente sencillo quedarme con el número 9, que era
mi número predilecto por entonces, ya que era el mismo que llevaba Quini, mi
mito de la infancia. Todo ello a pesar de que ya jugaba “de ocho” o “de diez”,
más que “de nueve”, pues me faltaba velocidad para nuestro juego
desestructurado.
Eso sólo duró el primer año, ya
que al año siguiente pasé a llevar el número 6 y a jugar en el centro de campo.
A pesar de que tenía la que posiblemente sea la posición más bonita del fútbol
actual, la de medio centro, a mí, por entonces, me gustaba jugar más
adelantado, por lo que en los distintos equipos en los que jugué lo hacía de
delantero centro, media punta o interior derecho, optando siempre por el número
9 o el 11 en su defecto.
Ya en competiciones de categoría
absoluta, en el primer equipo que jugué fue en el de la cafetería San Francisco con
el que jugué un año la competición local de fútbol-sala. Allí llevaba el 24,
pues toda la numeración del equipo estaba en la veintena, algo curioso, por
otro lado.
Posteriormente, cuando jugué
federado en las categorías regionales de mi provincia, dejé de dar importancia
al número que llevaba, aunque tenía preferencia por los números altos.
Igualmente, aunque prefería jugar de media punta o de interior derecho, también
dejé de dar importancia a la posición en la que jugaba, pues todas las
posiciones tienen la suya. Así en Villalba empecé jugando de interior derecho o
lateral derecho, dependiendo de las necesidades. Jugué un año con el 2, otro
con el 16 y otro con el 14, que pasó a ser mi número predilecto. Ese número lo
llevé el año que pasé en Berlangas, (exclusivamente de delantero centro), cuando
volví a Villalba, (ya de defensa central), y en Arandilla, (seis años, en
total), para pasar al 18 en Pinilla, pues era el que más me gustaba de los
pocos que quedaban.
Aunque normalmente los números 1
y 13 se destinaban para los porteros, hubo un año en el que el número 13 estaba
disponible. Recuerdo que éramos dos los que lo queríamos y acabó no tocándome a
mí. Es cierto que si hubiera tenido un gran empeño, otros años podía haber
pedido que se hiciera una camiseta con el número 13, pero tampoco era un asunto
tan importante como para estar pendiente de sí se iba a hacer equipación o no y
de la numeración que iba a llevar. Además, he de reconocer que, aunque no soy
nada supersticioso, sí que he llegado a pensar que si me empeñaba en llevar el
13 y sufría alguna lesión importante podría en algún momento llegar a achacarse
a eso por parte de alguien, algo que no quería que sucediera, por lo que no
insistí en el tema. Yo, que lo primero que hice cuando llegué a Valladolid a
iniciar mi etapa universitaria fue contar los 20 leones que hay en las 18
columnas de la histórica Universidad de Valladolid, (hoy Facultad de Derecho), desafiando
una muy antigua y muy vigente superstición estudiantil por la que quien osa
contar los leones nunca terminará sus estudios universitarios, que nunca evito
pasar por debajo de una escalera o que lo único que me molesta de que se me
caiga la sal es que tengo que recogerla, renunciaba a solicitar que se incluyera
el número 13 influenciado por las supersticiones ajenas, (y también porque soy
un poco dejado).
Este miedo irracional al número
trece se denomina triscaidecafobia y es una superstición a la que se le
atribuyen dos orígenes muy parecidos, ambos muy arcaicos.
El más antiguo procede de la
mitología nórdica. Loki, el espíritu de la ira, el engaño y del mal, era el
decimotercer dios en el Valhalla o panteón nórdico y fue el causante de la
muerte del dios Balder, segundo hijo de Odín, el dios principal de la mitología
nórdica. Esto se cristianizó más tarde al decir que Satán era el decimotercer
ángel.
El segundo origen que se le
atribuye es cristiano, relacionado con la última cena de Jesús con los doce
apóstoles. Tras esa cena, Jesús fue capturado y crucificado tras haber sido
traicionado por Judas Iscariote. De ahí que la tradición cristiana considere
que nunca se deben sentar trece personas en una comida o una cena, pues uno de
ellos morirá en el transcurso de un año.
Anteriormente, tampoco es que el trece
hubiese corrido mejor suerte. Los egipcios dividían la vida en trece etapas,
donde la última se correspondía con “la vida eterna” tras la muerte. Los
babilonios consideraban al número trece como de mal agüero, tanto es así que
incluso el código de Hammurabi, compilación de leyes y edictos auspiciada por el
rey Hammurabi, omitió este número en su lista. Hesíodo, poeta de la Antigua
Grecia, en su obra "Los trabajos y los días" hace referencia a la
fatalidad del número trece prohibiendo la siembra en esos días. Y, para colmo, aunque
posterior al origen cristiano, el capítulo 13 del Apocalipsis de San Juan es el
correspondiente al Anticristo y al día de la bestia.
En general, el 13 se puede
considerar un número malo sencillamente porque es el siguiente al 12, el cual
es un número popularmente utilizado en muchas culturas debido a que es un
número altamente compuesto, divisible entre 2, 3, 4 y 6, mientras que el 13
encima es primo, es decir, que no se puede descomponer. El halo de desgracia que
rodea al número 13 se ha extendido y enraizado hasta casos completamente
sorprendentes y en muchos países ha quedado borrado de lugares como hogares o
transportes, donde más atención se suele prestar al bienestar y más pánico se tiene
a la posibilidad de ver entrar el maleficio. Por ejemplo, en Francia se intenta
omitir el número 13 al dar las señas y en Italia, la Lotería Nacional lo omite.
Algunas líneas aéreas internacionales saltan del 12 al 14 en la numeración de
los asientos de sus aviones, al igual que también ocurre en la mayor parte de
los edificios en Estados Unidos y en la numeración de los coches de la Fórmula
1. Además, en la cultura anglosajona si además de día 13 se le suma el que sea
viernes la maldición se completa, pues el viernes es el día en la que Jesús murió
crucificado, mientras que en la cultura grecolatina es el martes y 13 puesto
que Marte, (que da el nombre al martes), es el dios de la guerra en la
mitología griega, por lo que el martes está regido por el planeta rojo, el de
la destrucción, la sangre y la violencia.
La verdad es que, aunque por lo
general el número 13 en fútbol se destina al portero suplente por ser el que
menos posibilidades suele tener de salir a jugar y la gente lo evita por esa
cultura popular que cree en fuerzas ocultas que van a propiciar mala o buena
suerte en función de supersticiones infundadas, yo lo considero un número más
sin ningún significado, pues los números sólo representan cantidades.
Por cierto, para aquellos
supersticiosos, he de recordar que, a pesar de lo poco que se usa el número 13
por las razones ya descritas, Wilt Chamberlain, el mejor jugador de baloncesto
de la historia hasta la irrupción de Michael Jordan, llevaba el número 13,
(número retirado por Los Ángeles Lakers en su honor), y Gerhard “Torpedo”
Müller marcó 14 goles con su selección, (Alemania R.F.), en los mundiales de
México 70 y Alemania 74 siendo la segunda mejor marca de todos los tiempos sólo
superada por el brasileño Ronaldo. En el primero de ellos fue elegido mejor
jugador del torneo y en el segundo se proclamó campeón, todo ello con el número
13 a la espalda.
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