Valladolid, en invierno, lo tengo
asociado a la niebla. Recuerdo que en mi primer año de Bachillerato, que lo
cursé allí, la práctica totalidad de la temporada invernal estuvo marcada por
una permanente niebla que aparecía según caía la noche y que no desaparecía
hasta bien entrado el día. Incluso tuvimos bastantes días en los que la niebla
nunca desapareció.
En esos días de invierno, solía
bajar yo solo al patio del colegio, aprovechando la entrada de la noche, con el
balón de baloncesto a tirar unos tiros a canasta y a hacer jugadas imaginarias,
para evadirme un rato de la eterna compañía de mis compañeros y acompañarme de
esa cortina de partículas de agua en suspensión. Era la forma que tenía de
desconectar de las clases, las horas de estudio y las diversas actividades a
las que estábamos obligados. Alguna que otra vez, la niebla era tan espesa que
desde una canasta no se alcanzaba a ver la otra y eso que un campo de
baloncesto tiene una longitud de unos 26 metros. Tras ese año, no volví a vivir
en Valladolid hasta la época universitaria, (cuatro años después), pero durante
ese periplo de algo más de seis años, aunque la niebla solía aparecer en muchos
días de invierno, ya no era omnipresente como cuatro años atrás. La verdad es
que no recuerdo haber visto una niebla tan densa, y eso que en mi ciudad natal
la niebla es un fenómeno muy frecuente en invierno, hasta mi segunda estancia
en la ciudad china de Chongqing, (por razones de trabajo), donde estuve casi un
mes sin ver el suelo desde la ventana de mi habitación sita en la planta 20 del
hotel donde nos alojábamos. Curiosamente, estas tres localidades citadas están
ubicadas en un valle fluvial donde se produce la desembocadura de un afluente
en la misma ciudad. En Chongqing, el río Yangtsé recibe las aguas del río Jialing;
en Valladolid, el río Pisuerga recibe las aguas del río Esgueva y en Aranda, el
Duero recibe aguas de los ríos Arandilla y Bañuelos.
En general, en tierras de
Castilla, la niebla es un fenómeno bastante presente en las temporadas más
frías del año en forma de bancos aislados. Esto se debe a que la orografía de
Castilla es la de una meseta, es decir, una llanura extensa situada a cierta altitud
sobre el nivel del mar, en este caso entre 600 y 800 metros, y que en la
submeseta norte, (Castilla y León principalmente), toda la cuenca del Duero ha
erosionado el terreno creando sucesivos valles de gran amplitud, separados por
extensos páramos. Por ello es frecuente la presencia de la conocida como niebla
de valle que se forma, tal y como su nombre indica, en los valles, normalmente
durante el invierno. Es el resultado de la inversión de temperatura causada por
el aire frío que se asienta en el valle y el aire caliente que pasa por encima
de éste a lo largo de los páramos. Se trata básicamente de niebla de radiación
confinada por un accidente orográfico y puede durar varios días si el tiempo
está calmado, pues se forma normalmente en situaciones anticiclónicas en
invierno.
En el caso de las ciudades
citadas, aparte de la niebla de valle, que sería la más presente, se puede
encontrar la presencia de niebla de vapor que se da cuando el aire frío se
mueve sobre aguas más cálidas. El vapor del agua entra en la atmósfera por procesos
de evaporación y la condensación se da cuando se alcanza el punto de rocío.
Este suceso es común al final del otoño y principio del invierno y se necesita
de importantes masas de agua.
Según la Organización
Meteorológica Mundial, la niebla atmosférica es la suspensión de gotas pequeñas
de agua en el aire, normalmente de tamaño microscópico, que reduce la
visibilidad horizontal en la superficie terrestre a menos de 1 km. Si la
visibilidad es de entre uno y diez kilómetros, se denomina neblina. Para que se
forme niebla, de la naturaleza que sea, la humedad relativa ha de alcanzar el
100% y la temperatura del aire ha de bajar del punto de rocío del agua, lo cual
causa que el agua se condense. Aparte de las ya comentadas nieblas de valle y
de vapor, existen otros cinco tipos de niebla. La niebla de radiación que se da
nada más anochecer en otoño en zonas templadas, la niebla de advección que se
suele dar en la costa cuando masas de aire cálido se encuentra con masas de
agua o tierras frías, la niebla de precipitación que se produce cuando llueve y
el aire bajo las nubes se halla relativamente seco, la niebla de hielo que se
forma en las zonas congeladas y la niebla de ladera que se forma cuando el
viento sopla contra la ladera de una montaña condensándose la humedad al
ascender en la atmósfera, motivo por el que las cumbres montañosas aparecen
nubladas.
La niebla es un precioso fenómeno
que ha dado fama a ciudades como Londres o San Francisco, aunque las cuatro
veces que he visitado Pekín me encontrado con niebla más o menos densa. El caso
de Londres se debe a la fama de personajes de ficción como Sherlock Holmes,
Jack el Destripador o Dr. Jekyll y Mr. Hyde, que convivían con la niebla
londinense en sus aventuras literarias. Sin embargo, esta niebla tenía su origen
en la combustión del carbón que se utilizaba como fuente de energía y para la
calefacción de los hogares. En invierno de 1952, a partir de que Londres se
quedara paralizada durante cinco días por una densa niebla de humo que mató a
más de cuatro mil personas, el Gobierno británico prohibió la combustión de
carbón y Londres dejó de ser una ciudad con niebla. El caso de San Francisco es
diferente, ya que allí la presencia de niebla en verano es permanente. El
origen de la formación de esta espesa niebla estival se debe a que el aire
cálido y húmedo del océano Pacífico se abalanza sobre la corriente fría de
California que fluye desde Alaska hacia el sur paralela a la costa. Este aire
caliente y húmedo se enfría desde abajo, su humedad relativa aumenta y el vapor
de agua se condensa a medida que avanza a través de la bahía o de la tierra
formando la niebla de advección que provoca que los veranos de San Francisco
sean secos y nada calurosos. De ahí que el escritor y humorista Mark Twain dijera
que el invierno más frío que había pasado fue un verano en San Francisco.
La verdad
es que gracias a la niebla me he encontrado con preciosas estampas como alguna
que otra noche en París por los bohemios barrios de Butte-aux-Cailles, de
Mouffetard o de Montmartre o alrededor de cualquiera de sus más célebres
monumentos, he podido visualizar Curiel desde la montaña de enfrente y ver su
castillo flotando por encima de las nubes, disfrutar de preciosas noches repletas
de niebla en los cascos históricos de ciudades como Burgos, Santiago de
Compostela, Madrid, Salamanca, Palencia, León, Cáceres, Toledo, Zamora, Pamplona
o Segovia, de estar en el Teide por encima de la masa nubosa y recorrer la
punta de Anaga (Tenerife) casi a tientas, aparte de diferentes rutas de montaña
y de muchas noches en las tres ciudades que ya nombré al principio,
(Valladolid, Aranda y Chongqing), entre las más significativas que ahora me han
venido a la cabeza.
La niebla no deja de acompañarnos
en agradables momentos, aunque los tengamos que disfrutar bien abrigados.
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