En la entrada anterior hablaba de
por qué nos reímos a partir de desgracias ajenas o de situaciones en las que un
tercero sufre una pequeña desgracia o padece algún acontecimiento o percance
desafortunado, a partir de situaciones inesperadas o incongruentes. Esto no es
comparable a la alegría que produce la desgracia de un tercero, pues en la
entrada anterior se hablaba de momentos cómicos a partir de un suceso
desgraciado acaecido a alguien y la causa por la que nos genera risa,
independientemente de que después del momento cómico pueda haber empatía hacia
la persona que ha padecido ese momento desgraciado, mientras que en ésta se
analizará la alegría que produce la desgracia de un tercero por el que,
evidentemente, no se tiene ninguna empatía.
He de reconocer que este
sentimiento lo he padecido en ciertas ocasiones a lo largo de mi vida, aunque
nunca ha sido a partir de momentos desafortunados o de desgracias padecidas por
gente cercana, pues nunca he sido lo suficientemente envidioso para alegrarme
por la desgracia de algún “igual”. Sí que me ha pasado cuando he visto ver caer
a corruptos, gente que se ha enriquecido ilícitamente, poderosos con prácticas
poco lícitas…
Este fenómeno es el denominado “schadenfreude”,
vocablo alemán sin equivalencia directa para casi ningún idioma que hace
alusión al sentimiento de alegría o placer que provoca en uno mismo cuando
terceras personas sufren un acontecimiento desgraciado. Literalmente se traduce
como "daño-alegría" y significa disfrutar de las desgracias ajenas.
Está claro que la envidia desempeña
un papel fundamental en este fenómeno. A la envidia nos conduce principalmente
la percepción que tenemos de nosotros mismos en relación con la imagen general
que impera en nuestro entorno, rivalidades forjadas, egocentrismo, una actitud
vital negativa, (que se expresa como crítica, calumnia o injuria hacia personas
más competitivas), el impulso a competir, (siendo la envidia un modo de
rendición) y la inseguridad emocional o el sentimiento de inferioridad. Y la
manifestación de la envidia suele tener dos claras vertientes: una es el
malestar o el sufrimiento que provoca el éxito ajeno y otra es el regocijo que
provoca el fracaso, caída o sufrimiento ajeno, siendo ambos sentimientos
universales asociados al sentimiento de envidia.
En esta respuesta ante el dolor
ajeno hay un factor decisivo, que es la opinión que se tenga de la persona que
sufre, en función de si es buena o mala. En diversos experimentos con adultos,
utilizando técnicas de imagen cerebral, se concluye que se siente poca empatía
y mayor alegría por la desgracia del tercero, ante casos de desgracia ajena
padecida por gente mal considerada, activándose en el cerebro el área de la
expectación de premios, vinculada con el deseo de venganza. Sin embargo, este
mismo experimento realizado con niños concluye que el cerebro de éstos
reacciona de forma más empática, activándose de forma intensa las regiones
implicadas en el procesamiento del dolor directo, como la ínsula y la corteza
somatosensorial.
Explorando el cerebro se puede
percibir que alegrarse del mal ajeno se correlaciona con la envidia que se
tiene hacia el sujeto que cae en desgracia. Los sentimientos de envidia activan
los nodos de dolor físico en la corteza cingulada anterior, y los centros de
recompensa del cerebro, como el estriado ventral, se activan ante la recepción
de noticias relativas a que algún individuo envidiado ha sufrido algún fracaso
o desgracia. Es más, la magnitud de la respuesta del cerebro ante esta alegría
producida por una desgracia ajena, podría predecirse a partir de la fuerza de
la respuesta al sentimiento de envidia anterior. En este sentimiento de alegría
malsana también está involucrada la oxicitina, pues los individuos que
presentaban mayores niveles de esta hormona aumentaron sus sentimientos de
alegría malsana ante la desgracia de un tercero mal considerado, así como sus
sentimientos de envidia ante aconteceres afortunados por parte de este tercero.
Igualmente, el dominio de la
política o del deporte son territorios privilegiados para la proliferación de
sentimientos de alegría malsana, especialmente para aquellos que se identifican
fuertemente con su partido político o con su equipo. En campos como la política
o el deporte, en el que hay más capacidad a analizar los sucesos en virtud de
nuestras ideologías o aficiones, la probabilidad de experimentar sentimientos
de alegría malsana dependerá de si el daño lo está sufriendo la formación
política o el equipo afín de un individuo o la parte contraria.
Estos estudios se basan en la
teoría de la comparación social, por la cual cuando las personas que nos rodean
tienen mala suerte provoca que se mejore la imagen que tenemos sobre nosotros
mismos. Este fenómeno se acentúa en las personas con baja autoestima, pues son
más propensas a alegrarse del mal ajeno que las personas que tienen una alta
autoestima.
Hay un refrán alemán que bien a
decir que “alegrarse de las desgracias ajenas es la alegría más bella, ya que
proviene del corazón” (Schadenfreude ist die schönste freude, denn sie kommt
von herzen). Puede que sea así. Reconozco que me alegro de las derrotas de
cierto equipo y de que imputen y condenen a los políticos corruptos, pero creo
que ser propenso a ello genera continua frustración y acabar siendo un
individuo insano y hostil. Prefiero quedarme con el aforismo del filósofo
alemán de principios del siglo XIX y de origen prusiano Arthur Schopenhauer: “Sentir
envidia es humano, gozar de la desgracia de otros es demoníaco”.
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