martes, 14 de enero de 2014

EL NUEVO CAPITALISMO

Cuando era más joven siempre decía que la única ventaja que tenía el capitalismo era que hacía que la gente se buscase la vida para salir adelante sin necesidad de tutelaje por parte del sistema. Por lo demás, todo lo que veía en ese sistema era injusto, pues el capitalismo funciona gracias al sometimiento y la explotación que unos pocos países realizan sobre el resto, por lo que este sistema económico sólo funciona en poco más de una treintena de países, fracasando en todos los demás. Es más, incluso en los pocos países donde se puede decir que dicho sistema funciona, las clases sociales más elevadas someten y explotan a las clases sociales más desfavorecidas en la medida que les permite la legislación de cada país. Sin embargo, he de reconocer, que a pesar de lo injusto del sistema y viendo que es irrevocable una migración a otro tipo de sistema económico, echo de menos ese sistema de capitalismo productivo, pues en los tiempos actuales el sistema predominante es un subgénero de éste, denominado capitalismo liberal o neoliberalismo, basado en la especulación, en la no regulación de los mercados y en la falta de intervencionismos gubernamentales en materia económica, que condiciona la situación de las clases productivas o proletarias.

El neoliberalismo es el sistema que ha dominando la cultura política, económica y mediática de la gran mayoría de los países desarrollados desde los últimos treinta años, tras ciertos experimentos realizados en Chile o Argentina, aprovechando las entonces recién instauradas dictaduras militares.

Este sistema propone una limitación del papel del Estado en la economía, la privatización de empresas públicas y la reducción del tamaño del Estado hasta minimizar el porcentaje del PIB controlado o administrado directamente por el Estado, dejando en manos de las empresas privadas y de los particulares el mayor número de actividades económicas posible. Igualmente, propugna la flexibilización laboral, la eliminación de restricciones y regulaciones a la actividad económica, la apertura de fronteras para mercancías, capitales y flujos financieros, el aumento de las tasas de interés o la reducción de la oferta de dinero hasta lograr una inflación cercana a cero y evitar así el riesgo de devaluaciones de la moneda para minimizar los llamados ciclos del mercado, un aumento de los impuestos sobre el consumo y una reducción de los impuestos directos sobre la producción, la renta personal y los beneficios empresariales, la eliminación de regímenes especiales, la disminución del gasto público y la desregularización del comercio entro otras medidas, todo ello para permitir que el sector privado sea el único encargado de la generación de riqueza.

El que ha sido nombrado como el “gurú” del neoliberalismo, Ronald Reagan, comenzó su primera legislatura como presidente de Estados Unidos diciendo “el gobierno no es la solución, sino el problema”, (refiriéndose al sector público). Esta premisa, sirvió como explicación al origen de la crisis por la que pasaba Estados Unidos a principios de los años 80 y derivó en políticas públicas de recortes y austeridad que intentaban reducir el déficit y la deuda pública de los Estados Unidos. Dicho dogma creía que la crisis de entonces se debía a un gasto público excesivo que había ahogado con su peso a la economía, privando de fondos y recursos al sector privado imposibilitándolo a que actuara como motor de la economía.

A partir de esas premisas, los recortes se acentuaron predominantemente en los gastos públicos sociales, pues se asumía que la supuestamente excesiva protección social en legislación laboral, con unos derechos hipertrofiados y un abultado crecimiento salarial, estaba relajando a la clase proletaria trabajadora, (a la que se había redefinido como clase media), lo que provocaba una pérdida de competitividad y un aumento de los precios de los productos, lo que obstaculizaba la capacidad exportadora del país. Por lo tanto, se requería una batería de intervenciones públicas, que redujera dichos derechos laborales y sociales mediante la puesta en marcha de reformas laborales que tenían como objetivo disminuir igualmente los salarios.

Con el fin de llevar a cabo tales intervenciones públicas, todas ellas sumamente impopulares, era preciso poner en marcha una estrategia ideológica y mediática que tendría como objetivo hacer creer a la población que tales políticas eran las únicas posibles, advirtiendo de que no había alternativas. La estrategia consistió en subvencionar, directa o indirectamente, a investigadores académicos que dieran cierta evidencia científica y avalaran la necesidad, inevitabilidad y bondad de tales políticas para la situación económica. Serían estos economistas neoliberales, todos ellos profesores de conocidas universidades y todos ellos próximos al capital financiero, es decir, a la banca y otras asociaciones financieras, los que acaparasen las intervenciones en los medios de comunicación, debido a que todos ellos gozaban de grandes cajas de resonancia facilitada por su proximidad a líneas ideológicas del poder. Así, sus trabajos se convirtieron en la sabiduría económica convencional y el dominio de tal dogma fue absoluto en los medios de comunicación, priorizando a economistas patrocinados y financiados por el capital financiero, sobre otros economistas críticos con esta línea ideológica.

Casi al unísono que en Estados Unidos, dichas políticas fueron instauradas en el Reino Unido de la mano de Margaret Thatcher. Sus políticas económicas hicieron hincapié en la desregularización, (especialmente del sector financiero), la flexibilización del mercado laboral, la privatización de empresas públicas y la reducción del poder de los sindicatos, siguiendo el guión marcado por la Escuela de Economía de Chicago, precursora de dichas políticas.

A partir de entonces, este pensamiento político-económico se fue expandiendo a la práctica mayoría de los países desarrollados y las consecuencias de tal desregularización se han visto plasmadas en las sucesivas burbujas económicas tecnológica e inmobiliaria, ocasionando la quiebra del sistema. Un sistema que ha tenido que ser rescatado y reanimado por el intervencionismo de los estados con aporte de capital para reflotar dicho sistema económico quebrado. Un intervencionismo, por cierto, contrario a dichas directrices económicas, pero que ha servido para reanimar un sistema fracasado, que se ha vuelto a poner en marcha y a avasallar a una población que ya no tiene poder de decisión y ha claudicado ante sus representantes políticos alineados con este nuevo capitalismo.


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