lunes, 30 de diciembre de 2013

LOS SUEÑOS RECURRENTES

Cuando era niño tenía un sueño recurrente. Tenía como escenario la casa de mi abuela materna, que es el lugar donde vivíamos los fines de semana que íbamos al pueblo de mis padres. Por aquellas épocas, para que los niños fueran obedientes e hiciesen lo que los padres querían, se les intimidaba con que acudiría el coco, el sacamantecas o algún otro ser temible para los pequeños infantes en el caso de no hacer lo ordenado, muy basado todo ello en las tradiciones de la cuasi analfabeta España franquista. Eso provocó que durante en mi infancia tuviese una pesadilla reiterada con este tema, pero no provocó que fuera más sumiso a mis progenitores.

Ese sueño recurrente tenía lugar en la pequeña cocina de dicha casa de mi abuela materna. La amenaza venía de la despensa que comunicaba con la bodega, (que para mis primos y para mí era una enigmática cueva a la que no se podía acceder porque allí es donde residían estos malévolos personajes). El sueño siempre era igual. Toda la familia estaba reunida allí, atemorizada por uno de esos seres amenazantes al que sólo podíamos oír, pero que sabíamos que iba a parecer en cualquier momento. En cuanto aparecía, sin llegar a ver su rostro, yo solía saltar de la cama.

Muchos años más tarde, tras haber terminado mis estudios universitarios, soñé repetidas veces que estaba trabajando sin la titulación académica pertinente por lo que corría peligro mi puesto de trabajo. En estos casos nunca me desperté durante el sueño, pero he de reconocer que en numerosas ocasiones dudaba de si había terminado o tenía que ponerme a estudiar urgentemente porque se me acababan las convocatorias. Al final tenía que recordar el día de la presentación del proyecto Fin de Carrera para convencerme de que todo había sido un sueño producto de mi subconsciente.

Al igual que estos dos sueños, tuve otros que también se repitieron en varias ocasiones, y casi todos ellos acontecieron cuando aún era menor de edad.

Por lo general, según la mayoría de expertos en psicoanálisis, los sueños recurrentes se repiten con poca variación en el tema. Aunque pueden ser positivos, la mayoría de ellos son pesadillas. Los sueños pueden recurrir porque un conflicto plasmado en el sueño permanece no resuelto e ignorado, por lo que una vez se ha encontrado una solución al problema, éstos suelen cesar. Se podría decir que los sueños recurrentes tienen un papel adaptativo tan importante como el de la sensación de dolor. Igual que el dolor alerta acerca de un problema, los sueños recurrentes tendrían un altísimo valor adaptativo porque mostrarían un peligro o una amenaza pendiente de atender para asegurar la correcta salud mental, sin la cual no existe posibilidad de adaptación.

Esta corriente de opinión se cimenta en que el inconsciente se forma con las capas de las experiencias, los aprendizajes, las emociones y los recuerdos que se almacenan desde el primer día de vida. La emoción del momento puede reprimirse pero el inconsciente es el que dicta de forma silenciosa el comportamiento, aunque la conciencia puede bloquear o vetar un acto iniciado por el cerebro, ya que los procesos eléctricos inconscientes preceden en hasta seis segundos a las decisiones conscientes.

Sin embargo, existe otra línea de opinión al respecto, sostenida mayoritariamente por aquellos expertos que considera al psicoanálisis como una pseudociencia, según la cual los sueños solamente son imágenes absurdas producidas por el cerebro. Los sueños funcionarían como una especie de “protector de pantalla”, estimulando al cerebro para mantenerlo en forma durante largos períodos de inactividad. El cerebro seguiría produciendo ciertos neurotransmisores mientras algunas regiones del cerebro permanecen inactivas. Esta teoría se basa en que el contenido del sueño no tiene ninguna importancia mientras el cerebro se mantenga en actividad. Todo esto viene respaldado por el funcionamiento de nuestra memoria, pues todos los recuerdos pasan de una región del cerebro a otra antes de ser almacenados y se sueña con dichos recuerdos durante ese intervalo.

Yo, por mi experiencia, sí que creo que los sueños, por lo general, están vacíos de significado y que, por lo general, es una manera que utiliza el cerebro de almacenar la nueva información recopilada. Es por eso que cuando se conoce gente significativa o se tienen experiencias especiales, se suele soñar con ello. También creo que el hecho de que un sueño llame la atención de quien lo ha padecido, bien por placentero, bien por traumático, hace que al recordarlo se tengan muchas más posibilidades de volverlo a padecer, debido al funcionamiento de nuestra memoria, pues en lugar de almacenarlo, dicho recuerdo se mantendría latente, lo que acabaría convirtiéndolo en sueño recurrente en el caso de volver a soñar con dicho recuerdo. Es por eso que ningún sueño recurrente suele ser neutro, o bien es una pesadilla o bien es un sueño placentero, aunque estos sean los menos frecuentes.

El caso es que volviendo a la corriente de los defensores del psicoanálisis, me llamó la atención escuchar una frase dicha por el psiquiatra y psicólogo suizo, Carl Gustav Jung, (fundador de la escuela de psicología analítica, también llamada psicología de los complejos y psicología profunda, y figura clave en la etapa inicial del psicoanálisis), que dijo que “un sueño sin interpretar es como una carta sin abrir donde el remitente de la carta es tu subconsciente que tiene un mensaje para ti”. Haciendo caso de esta premisa y teniendo en cuenta que hace unos pocos días volví a tener el último sueño recurrente descrito al inicio, no me va a quedar más remedio que hablar seriamente con mi subconsciente para ver qué me quiere decir de una vez por todas, ya que se está empezando a repetir un poco en su mensaje.


sábado, 14 de diciembre de 2013

LA TEORÍA DE LA RELATIVIDAD

Considero que la teoría de la relatividad es la teoría más importante plasmada por el hombre. Si hablamos de popularidad, sin duda, sería la segunda, ya que la teoría de la existencia de un ser supremo creador que englobaría a todo aquel compendio de explicaciones o esforzados razonamientos que se han dado para intentar demostrar, sobre el papel, dicha existencia o, al menos, la no posibilidad de su no existencia, sería la primera. Yo, como soy de los que piensan que ese ser creador es un invento del hombre, para así cubrir sus eternas necesidades de seguridad e idolatría y ya de paso dar una banal y fantástica argumentación acerca del posible origen de todo esto para cubrir sus necesidades de conocimiento, me decanto por las investigaciones de Albert Einstein.

Curiosamente, Einstein ganó el premio Nobel, no por esta teoría, sino por sus contribuciones generales a la física teórica. Al parecer, la persona encargada de evaluar dicha teoría para la tan politizada academia sueca no fue capaz de entenderla y ante el temor de galardonar una teoría que pudiese ser errónea, decidieron no correr el riesgo.

En el momento que Albert Einstein postuló sus teorías, la física estaba sustentada por dos grandes pilares cimentados por dos de los científicos más grandiosos de la ciencia. Un pilar era la teoría de la mecánica, donde todos los conocimientos de cinemática y dinámica desde Aristóteles hasta Galileo, fueron condensados por Newton en la denominada actualmente teoría de la Mecánica Clásica. El otro pilar condensaba la otra mitad de la física y englobaba los efectos magnéticos y eléctricos conocidos desde los griegos hasta los últimos estudios de Oersted, Faraday y Lenz, entre otros. Toda esta información técnica fue unificada por el científico inglés James Maxwell en la “Teoría del Electromagnetismo”. Sin embargo, fueron apareciendo algunos nuevos cuestionamientos o efectos físicos desconocidos como el efecto fotoeléctrico, la fórmula de la radiación de un cuerpo caliente o las rayas en los espectros de emisión del Hidrógeno, que no encontraban cabida en ninguno de estos dos pilares, según los conceptos del momento.

A principios del siglo XX, la Ciencia estaba tratando de determinar las diversas propiedades de la luz, su velocidad exacta, su naturaleza, su energía o su medio de propagación entre otros. Se pensaba que el medio utilizaba la luz para propagarse era el éter, un teórico fluido que se encontraba en todo el universo, transparente y de baja densidad que inundaba todos los huecos del espacio. Sin embargo, todos los experimentos de medición de haces de luz realizados en la época llegaban a conclusiones que determinaban que el éter no existía.

En este escenario Albert Einstein presentó su teoría física basándose en dos postulados, (afirmaciones sin demostración), para explicar la naturaleza del Universo. Uno es que la luz se mueve siempre a velocidad constante de unos 300.000 km/s. con respecto a cualquier observador e independientemente de la velocidad de la fuente emisor, (exactamente a 299.793 kilómetros por segundo), contradiciendo la relatividad Galileo, y además se propaga en el vacío. El otro es que no existe ningún experimento posible en una nave que nos permita saber si nos estamos moviendo y la prueba más palpable es que los pobladores de la Tierra no podemos apreciar los movimientos traslaciones y rotacionales de ésta. Más tarde dichos postulados fueron demostrados.

A partir de estos postulados se concluye que cada sistema de referencia tiene su propio espacio-tiempo y que la idea de un tiempo absoluto como lo había planteado dos siglos antes Newton estaba errada. Matemáticamente la velocidad es igual al espacio recorrido sobre el tiempo empleado, pero si la velocidad de la luz es constante, el tiempo no podría ser un concepto rígido, por lo que cuanto más rápido te mueves, el espacio se ha de contraer y el tiempo se ralentiza, por lo que se envejece más lentamente, (experimentos realizados con muones, partículas atómicas elementales, confirman dicha afirmación).

De estas premisas teóricas Einstein obtuvo una serie de ecuaciones que tuvieron como consecuencias el aumento de la masa con la velocidad. Uno de sus resultados más importantes fue la equivalencia entre masa y energía, según la conocida fórmula E=mc², en la que c es la velocidad de la luz y E representa la energía obtenible por un cuerpo de masa m cuando toda su masa sea convertida en energía.

Todo esto fue demostrado en el año 1932 y dio lugar a impresionantes aplicaciones concretas en el campo de la física, (tanto la fisión nuclear como la fusión termonuclear son procesos en los que una parte de la masa de los átomos se transforma en energía). Los aceleradores de partículas donde se obtiene un incremento de masa son un ejemplo experimental clarísimo.

Con todo esto, que se denominó “Teoría especial de la relatividad”, (publicada en 1905), Albert Einstein reformuló toda la física clásica de Newton conocida hasta ese momento. De aquí en adelante la mecánica clásica sería sólo un caso particular de una mecánica más amplia y general, llamada más tarde Física Relativista, y que se aplica a las partículas que se mueven a grandes velocidades.

Sin embargo, Einstein se dio cuenta de que el que todas las leyes de la naturaleza fueran las mismas para todos los observadores que se mueven con velocidad uniforme, unos con respecto a otros, discriminaba a los observadores que aceleran, como es el hecho de que una persona que cae al vacío no siente su propio peso, y que los efectos producidos por un campo gravitacional equivalen a los producidos por el movimiento acelerado. Su teoría de la relatividad restringida sólo era válida, por lo tanto, para sistemas inerciales, es decir, sin aceleración, y quería hacerla extensiva también a sistemas acelerados.

Además, la teoría de la relatividad especial, basada en el principio de la constancia de la velocidad de la luz sea cual sea el movimiento del sistema de referencia en el que se mide, no concordaba con la teoría de la gravitación newtoniana, que dice que la fuerza con que dos cuerpos se atraen depende de la distancia entre ellos, puesto que al moverse uno de ellos tendría que cambiar al instante la fuerza sentida por el otro, es decir, la interacción tendría una velocidad de propagación infinita, violando la teoría especial de la relatividad que señala que nada puede superar la velocidad de la luz.

A partir de estas premisas, tras ocho años de investigación y tras varios intentos fallidos de acomodar la interacción gravitatoria con la relatividad, Einstein sugirió que la gravedad no es una fuerza como las otras, sino que es una consecuencia de que el espacio-tiempo se encuentra deformado por la presencia de masa. Así acabó publicando en 1915 la “Teoría general de la relatividad”, estableciendo que el espacio y el tiempo son en sí mismo como un tejido que se puede retorcer en presencia de enormes masas, lo que significaría que el espacio es flexible, por lo que el tiempo también lo es, al ser el espacio-tiempo una entidad relacional. Por ello, el tiempo transcurre más despacio es sistemas gravitacionales más fuertes.

El caso es que Einstein encontró que la teoría de Newton estaba incompleta y sólo era aplicable para bajas velocidades en relación con la velocidad de la luz. Elaboró una descripción de la naturaleza más precisa que la de Newton. Pero la naturaleza no va a modificar su comportamiento para satisfacer la teoría de la comunidad científica, sino que es la comunidad científica quien deberá seguir progresando en sus investigaciones para que las posteriores teorías describan la naturaleza mejor que todas las teorías anteriores.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

LAS DIFERENCIAS HOMBRE-MUJER

El penúltimo año que cursé en la Universidad sólo tenía tres asignaturas y, por culpa del plan nuevo, sólo tenía una clase diaria, lo que me dejaba mucho tiempo libre, el suficiente para degustar un año universitario de los que están en mente de todos cuando se habla de Universidad y piso de estudiantes, salir mucho, llegar tarde a casa, levantarme a las once de la mañana… y, encima, podía llevar las asignaturas al día.

A diario solía quedar muy a menudo con Rosa y Anamari para acabar muchas de esas noches en el Elfos, un pub próximo a donde ellas vivían. Recuerdo que ese año traté varias veces con Anamari el tema de las grandes diferencias que había entre los hombres y las mujeres, sobre todo a nivel hormonal. Ella solía decir que las diferencias no eran tan grandes como yo quería creer y que las mismas necesidades que las hormonas les generan a los hombres, también se les genera a las mujeres, pero los hombres lo manifestamos más abiertamente. Yo le replicaba que no sólo lo manifestábamos, que también lo llevábamos a la práctica. El caso es que tampoco profundizamos mucho en el tema, pues ella me decía que siempre llevaba el tema a los matices de la sexualidad, pero sí que el tema salió en repetidas ocasiones por razones que a mí me parecían más que evidentes, a partir de lo que observaba en mi piso y en el suyo.

Realmente, yo pensaba que las diferencias se debían a motivos puramente hormonales, ya que las hormonas presentes en los cuerpos masculinos y femeninos son diferentes y provocan distintos comportamientos. Por ejemplo, los estudios con transexuales han mostrado que si se administra testosterona a una mujer durante meses adquiere no sólo los rasgos físicos de un hombre sino que también le cambia la estructura del cerebro y, por lo tanto, su forma de pensar tradicional y viceversa. Sin embargo, resulta que las diferencias en la composición de los órganos de un hombre y una mujer son bastante apreciables, como por ejemplo, el cerebro, los ojos, los oídos, la piel…

Durante las siete primeras semanas de gestación todos los fetos son femeninos. Esto es debido a que la naturaleza siempre tiende a crear embriones femeninos. Durante estas primeras siete semanas de la gestación, los órganos sexuales del embrión no están aún diferenciados. Cuando un espermatozoide con cromosoma X fecunda el óvulo, el proceso diferenciador lleva “por defecto” al desarrollo de un cerebro y órganos genitales femeninos, sin embargo, cuando el espermatozoide lleva el cromosoma Y, éste da una orden específica para que ese proceso natural se altere y comience la formación de los testículos. Éstos, a su vez, activan una serie de hormonas, (la antimulleriana y la testosterona), que inhiben definitivamente el desarrollo de los genitales y el cerebro femeninos y hacen que el embrión se convierta en varón.

Las principales diferencias entre hombres y mujeres no son sólo físicas, también tenemos cerebros diferentes. El cerebro masculino es de mayor tamaño, está funcionalmente organizado de una manera asimétrica evidente en las regiones frontales izquierdas, por lo que está más capacitado para la concentración, la capacidad espacial, el cálculo y la orientación. El cerebro femenino tiene una estructura con una mayor densidad de interconexión de los dos hemisferios por lo que puede realizar más tareas intelectuales simultáneamente, tiene mejor capacidad para el lenguaje, para la memoria y para la identificación de emociones ajenas con más precisión, presenta diferencias de densidad neuronal en ciertas zonas, un flujo sanguíneo mayor y un envejecimiento más lento.

Generalmente las mujeres son peores en matemáticas y mejores en lenguaje. Esto es debido a que en los hombres la materia gris del cerebro presenta más actividad que en las mujeres, (donde predomina la materia blanca). La materia gris maneja el tratamiento de la información mientras que la materia blanca establece relaciones entre datos. Es por ello que se suele creer que los hombres utilizan más la lógica y las mujeres utilizan la intuición. Cuando envejecen, los hombres tienden a perder más células cerebrales en los lóbulos temporales y frontales, lo que afecta los sentimientos y pensamientos. Sin embargo, las mujeres pierden más células cerebrales en el hipocampo, el que afecta a la memoria.

A pesar de contar con cerebros diferentes, que hace que alguno de los dos sexos pueda adquirir ligeras ventajas en uno u otro campo, las diferencias penden de unos hilos muy frágiles, que son culturales, genéticos y químicos. Todos ellos están tejidos por lo único que tiene poder para cambiar físicamente el cerebro, por las ideas y la cultura entendida como un conjunto de costumbres. Hombres y mujeres sienten lo mismo pero lo expresan de manera diferente. Por ejemplo, las mujeres cuando están estresadas necesitan hablar porque cuando hablan activan las conexiones situadas en los centros de placer del cerebro de las mujeres generando progesterona que las calma. Las mujeres utilizan de media unas 25.000 palabras por 12.000 de los hombres. En cambio los hombres estresados tienden a necesitar un poco de tiempo para estar solo para “retirarse a su cueva”, (según dicen los psicólogos), por lo que preguntarle “qué le pasa” puede ser contraproducente.

Des la misma forma, las mujeres cuando tienen un problema suelen necesitar ser escuchadas, que las comprendan, en cambio el hombre, por cultura y por genética, tiende a querer encontrar soluciones concretas a los problemas. Eso puede ser contraproducente en una relación de pareja, ya que intentar encontrar soluciones a una persona que necesita desahogo aumentará el estrés de su compañera. Por eso si una mujer tiene un problema suele buscar a otra mujer para que simplemente le escuche.

Como metodología, los hombres tienden a ir más al grano, más al final del proceso, obviando los detalles. La resolución de los problemas está centrada en la meta. La mujer gestiona la resolución de problemas centrándolo más en el proceso. Igualmente, los hombres se identifican menos con su cuerpo que las mujeres, les gustan más los sistemas y las máquinas (objetos en general).

Otras características diferenciales son la vista, el oído o la piel, entre otras. Las mujeres también tienen una capacidad para recoger señales visuales a corta distancia, (mayor visión periférica), mientras que los hombres tienen mayor capacidad para avistar a larga distancia objetos concretos, (mayor visión cilíndrica). Las mujeres tienen mayor agudeza de oído, sin embargo los hombres son más capaces de saber de dónde viene ese sonido debido a que tienen un mayor sentido espacial y orientativo. Igualmente, las mujeres tienen una mayor sensibilidad táctil y al tacto.

Todo ello se debe a que, evolutivamente, las funciones de los hombres y las mujeres eran diferentes. El hombre cazaba y la mujer recolectaba y cuidaba del hogar y la familia, por lo que adaptaron sus órganos y las funcionalidades de estos a las funciones que desempeñaban.

Es un alivio saber que las diferencias son genéticas y producto del proceso evolutivo animal. Así dejaremos de volvernos locos en la búsqueda de limar diferencias y nos pondremos manos a la obra en aprender a convivir con las diferencias de género como una simple estrategia que nos permita ser más diversos y podernos llevar mejor, gracias a que sabemos que muchas de las actitudes que un género considera torpezas del otro género, se deben en realidad a que un género ha desarrollado mejor unas capacidades que el otro y viceversa.

Yo, particularmente, seguiré sin comprender ciertas cosas de las mujeres, pero al menos ya sé que si son concurrentes en todas ellas, se debe a que son así. Podremos seguir disfrutando unos de los defectos y virtudes de los otros y viceversa.


lunes, 11 de noviembre de 2013

EL PRIMER RECUERDO

El primer recuerdo, el más lejano que tengo de mi vida, cronológicamente hablando, es el de mi primer día de clase, traumático, por cierto. Es algo que siempre me preocupó, puesto que por entonces yo ya contaba con cuatro años de edad, pero lo que es cierto es que no he sido capaz de retener ningún recuerdo anterior a esa edad y si lo he hecho, lo sitúo cronológicamente a una edad posterior.

Cuando hablo con distinta gente, casi todos dicen tener recuerdos anteriores. Cierto es que me han contado multitud de anécdotas de cuando tenía menos de cuatro años e incluso he sido capaz de reconstruir dichos acontecimientos, pero siempre a partir de las pocas fotos que tengo de cuando era niño y del recuerdo de los escenarios donde sucedieron, pero no son recuerdos, son reconstrucciones mentales hechas por mí, a partir del recuerdo de los lugares. Y todo ello a pesar de la cantidad de anécdotas que me han contado de cuando era niño y que podrían haber perdurado en el tiempo por traumáticos, como el rociarme por encima todo el café recién hecho de una cafetera al intentar cogerla, el pingarme de un armario de la cocina hasta que éste cayó encima de mí o el perder temporalmente una uña del dedo gordo de un pie por culpa de una puerta que se abrió de forma inesperada, entre otras.

Lo que es curioso es que mis padres se cambiaron de vivienda cuando yo apenas contaba con ocho años de edad y, sin embargo, tengo infinidad de recuerdos de mi vida en aquella primera vivienda, como si aquellos cuatro posteriores años a mi primer día de clase hubieran sido muy intensos en cuanto al almacenamiento de experiencias o aconteceres.

Al parecer los neurólogos defienden hoy en día la tesis de que es imposible tener recuerdos precisos anteriores a los cuatro o cinco años de edad, pues sólo a partir de esta edad el hipocampo, una de las sedes de la memoria, está perfectamente configurado. Según ellos, las personas que dicen tener recuerdos de edades anteriores, en realidad han construido falsos recuerdos a partir de fotos o historias oídas a familiares.

Es por ello que la mayoría de las personas no es capaz de recordar hechos que ocurrieron cuando eran muy pequeños, pese a haber sido protagonistas de ellos, aunque sí que es posible que alguna experiencia quede marcada en el cerebro, por distintas cuestiones. Se trata de algo muy normal y que los científicos denominan “Amnesia Infantil”. No es una enfermedad, sino que es una consecuencia de la forma en que los niños utilizan su cerebro mientras éste se desarrolla. Los niños retienen recuerdos por poco tiempo y, a medida que pasan los años, éstos desaparecen y son remplazados por otros. La amnesia infantil suele englobar el período entre el nacimiento y los cuatro años, aunque las memorias pueden ser borrosas hasta los ocho. A diferencia de los adultos, el cerebro infantil procesa y almacena los estímulos e información de manera diferente y, a medida que los bebés y niños crecen, los contenidos se mueven y analizan de forma distinta, lo que evita el poder acceder a ellos tal como haríamos con un evento reciente o grabado en un cerebro más desarrollado.

La razón de no recordar los primeros años de nuestra vida, se debe a los altos niveles de producción neuronal durante esa época. La formación de nuevas neuronas aumenta la capacidad para recordar, pero también limpia la mente de viejos recuerdos. La capacidad de recordar disminuye cuando aumenta la formación de nuevas neuronas.

Los niños son capaces de absorber información de manera mucho más rápida que un adulto, pero lo que ellos consideran importante de recordar varía mucho de lo que el resto consideraría relevante. En la primera infancia, (antes de cumplir los cuatro o cinco años), el hipocampo y corteza pre-frontal están muy poco desarrollados, siendo las zonas encargadas de almacenar recuerdos a largo plazo en los adultos. Al ser el hipocampo muy dinámico, no puede acumular información de forma estable. Eso podría explicar la falta de recuerdos a largo plazo en la primera infancia. Además, entre los cuatro y los ocho años de edad, la memoria tiende a ser más borrosa, por lo que quizás se recuerden sensaciones pero no eventos. El cerebro en desarrollo es más plástico y se reorganiza a gran velocidad y, por lo tanto, la memoria, en ese momento, es más frágil y vulnerable y puede borrarse fácilmente. En ese proceso se difuminan huellas de memoria que dan paso a nuevos recuerdos y aprendizajes, por lo que se puede decir que hay un momento en que nuestro cerebro limpia datos para aumentar su capacidad.

Todo ello se debe a que cuando somos niños, se tiene una forma única de absorber lo que ocurre a nuestro alrededor. En un principio los niños son siempre los protagonistas en la memoria y clasifican el hecho según cómo lo vieron. Al no tener la capacidad cognitiva o de lenguaje para procesarlo y almacenarlo de forma correcta, se suele almacenar como imágenes y el hecho se vuelve borroso o simplemente se pierde en el tiempo. Además, aquellos recuerdos considerados como traumáticos, se borran más rápidamente para volverse casi inaccesibles, en lo que quizá sea una forma de protección para un cerebro en plena formación. También, se cree que las niñas tienden a mantener recuerdos antes que los niños. Estudios determinan que las niñas pueden recordar algo que ocurrió cuando tenían tres años y medio mientras que en el caso de los varones, la edad sube a los cuatro años.

Todo esto lo acaba de demostrar la psicóloga canadiense Carole Peterson de la Universidad Memorial de Newfoundland, con un nuevo estudio con menores. Hasta el momento se pensaba que el fenómeno de la amnesia infantil, (la escasez o ausencia de recuerdos de los primeros años de nuestra vida), se producía sólo en los adultos. Sin embargo, este fenómeno también sucede en los menores. En los mayores, la edad media del momento del primer recuerdo es de tres años y medio, pero en los niños esta memoria cambia según se va creciendo.

El caso es que yo achacaba que mi falta de recuerdos anteriores a los cuatro años de edad se debía a una torpeza infantil por mi parte. Igual que comencé a andar algo más tarde de lo normal, pensaba que solamente fui capaz de retener recuerdos a una edad más tardía que el resto. Sin embargo, veo que es algo normal no recordar nada de mis cuatro primeros años de vida y que lo excepcional hubiese sido lo contrario.


viernes, 25 de octubre de 2013

LA ESCLAVITUD MODERNA

En mi segundo año universitario, vivíamos al final de la calle Imperial, próximos al puente Mayor, en Valladolid. Cuando podíamos, principalmente los sábados por la tarde, solíamos ir a echar unas pachanguitas de baloncesto, modalidad tres contra tres, en unas pistas próximas, ya en el barrio de La Rondilla, junto con algún amigo que se sumaba. Una de esas tardes, cuando terminamos de jugar y volvíamos para casa, vimos que en un instituto cercano había un mitin de Julio Anguita dentro de los actos de la campaña electoral de Izquierda Unida con vista a las siguientes elecciones generales y, al enterarnos, entramos todos a verlo.

Recuerdo que me quedé alucinado con aquel mitin. Nunca había escuchado a nadie con un poder de oratoria tan clara y convincente. En sus palabras todos los problemas tenían un claro origen y una lógica rotunda del resultado obtenido a partir de las políticas realizadas y todos los pasos que se estaban dando dentro de la política nacional del momento llegaban a unas conclusiones muy evidentes, a pesar de que iban a contracorriente de las opiniones de la gran mayoría de expertos y analizadores políticos. Explicaba todos los temas abiertamente y de forma muy clara y hasta los menos entendidos en la materia lograban comprender las situaciones expuestas. Incluso admiré que no había ningún intento, por su parte, de manipulación argumental o lingüística ni de utilizar demagogia. Él apostaba por su programa y a quien no le gustase el programa electoral de Izquierda Unida, tenía otras opciones de voto.

Es curioso como con el paso de tiempo mucha gente ve ahora en Julio Anguita a un profeta. La entrada en el euro y las consecuencias de ceder al Banco Central Europeo todas las decisiones de la política económica nacional, entre otras, parecen ahora muy evidentes, pero sólo él lo denunció públicamente en su momento, a pesar de que lo llamaran loco por aquel entonces. Reconozco que aún sigo admirándolo y me encanta saber de sus opiniones y escucharlo cuando es invitado a algún programa o cuando interviene en cualquier acto público.

Hace poco le oí hablar en un acto de la moral del esclavo feliz. Entre muchas de las cosas que dijo, comentó que gracias a los métodos propagandísticos, “el carcelero había conseguido que el esclavo estuviese calentito en la prisión y que, aunque la puerta estuviese abierta, el prisionero no se escapase ni pretendiese hacerlo”. Es lo que él llamaba “la dominación perfecta” o que el sistema había conseguido instaurar “la moral del esclavo feliz” y que ésa era la causa por la que la gente repite expresiones como “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”, “hemos de arrimar el hombro” o “con una huelga no se consigue nada”. También me quedé con una sentencia que dijo a partir de sus experiencias en la empresa privada y de su lucha por los derechos laborales: “Es más cómodo someterse que pensar, el esclavo es así”. A partir de sus experiencias en la empresa privada sacó la conclusión de que hay muchos ciudadanos que sienten envidia de los empleados que tienen mejores condiciones laborales y en lugar de luchar porque sus derechos se igualen a los que tienen unos derechos más favorables prefieren que las condiciones de los privilegiados se igualen a los suyos en precariedad, en lugar de luchar por mejorar los suyos. Es la razón que esgrimió para acabar opositando a una plaza de funcionario.

La verdad es que estoy bastante de acuerdo con la mayoría de las exposiciones que realiza. Estamos viviendo unas épocas en las que no paramos de ver como se están recortando una gran parte de los derechos laborales que con tanto esfuerzo se han ido conquistando a lo largo de los últimos siglos. Todos estos derechos se han logrado suprimir a partir de la generación de crisis económicas que han sumido en una pérdida importante de poder adquisitivo a las clases medias y bajas y que han permitido la introducción vehemente de políticas que han recortado continuamente los derechos de estas clases sociales en favor de las clases altas y dominantes todo ello en el nombre de la recuperación económica y del favorecimiento del empleo, a pesar de que han sido, precisamente, la incorrecta legislación de las clases dirigentes, así como las arriesgadas maniobras especulativas de las clases adineradas, las que han provocado esta última crisis. Evidentemente, todo ello, ha sido gracias a la complicidad del electorado que ha dado el poder a fuerzas políticas que han facilitado la introducción de todo ese compendio legislativo y han sido cómplices de dichas maniobras y, por tanto, de la situación actual.

Estos marcos económicos adversos, sumen en la resignación a muchos de los miembros de dicha sociedad. Dicha resignación es la que acaba durmiendo a la gente y, por lo tanto, cualquier reacción de ésta.

Precisamente, el no tener una correcta conciencia social en las épocas de bonanza, el olvidar la lucha de clases, la austeridad comedida, la solidaridad consumista y no ser crítico con las políticas generadoras de burbujas financieras provoca estos bruscos ciclos económicos y deja en total indefensión a las clases medias y bajas, que ven como pierden calidad de vida paulatinamente en las épocas de crisis o retroceso económico y que la brecha con las clases altas aumenta de forma continua.

Todavía recuerdo como se criminalizaban, (y se siguen criminalizando), desde la totalidad de los medios de comunicación, a todas aquellas movilizaciones anti-globalización llevadas a cabo por los denominados grupos o asociaciones anti-sistema que, por cierto, eran de ideologías muy heterogéneas. Clamaban contra la supresión de aranceles y el mercado global que conducían a una avaricia consumista y que nos iban a degradar económica y socialmente. El consumir productos fabricados con personal en condiciones de semi-esclavitud hace que, con el tiempo, nos aboque hacia un camino de igualdad de condiciones laborales por degradación, para lograr ser competitivos con esas gigantes maquinarias productivas logradas a base de falta de regulación laboral y, por lo tanto, de derechos laborales, lo que nos sume progresivamente en la esclavitud cuando formamos parte de las distintas cadenas de manufacturación, sea cual sea el proceso de manufacturación del que formamos parte.

Yo creía que la conciencia de clases era algo que se daba por sentado pero, sin embargo, me encuentro cada vez más con que se ha logrado instaurar la indiferencia con respecto a estas particularidades sociales y, por lo tanto, con respecto a la ideología, lo que sume a la sociedad en el conformismo, el victimismo y la inacción, precisamente en lo que la clase dominante quiere que se convierta la gran masa social dominada o sometida a sus políticas de control y de liberalismo económico que convierte al capital en el dictador del sistema, todo ello gracias a una buena campaña propagandística encubierta bajo informativos o debates direccionados y mediante la opinión de expertos de opinión tóxica o no neutral, es decir, todo ello gracias al control de los medios de comunicación y a la censura o el ostracismo de quien ha querido contrariar “la versión oficial”. De eso Julio Anguita también sabe mucho.


lunes, 7 de octubre de 2013

LA PELÍCULA DE LA VIDA

Tras volver de trabajar de París, retomé mi vida rutinaria con mis amigos. Comencé a coincidir con Adela en varias ocasiones y unos cuatro meses después comenzamos a quedar. Por entonces, ella estaba más centrada en su vuelta a los estudios con el objetivo de cursar Enfermería, que finalmente logró terminar, y yo estaba afrontando un reciente cambio laboral que me obligaba a viajar bastante, por lo que solíamos quedar esporádicamente.

Un día que estábamos tomando algo en una terraza junto con mis amigos, Adela nos comentó que ella veía la vida como una película en la que la mayoría de la gente desempeñaba un papel que se había ido labrando a lo largo de existencia en función de cómo quería cada uno que la gente le viese. En esa película, ella era espectadora de todo aquello. A mí me pareció una reflexión con muchos matices de brillantez, así como del reconocimiento del carácter y de las limitaciones propias, aunque el resto lo viese como una reflexión de pasividad y conformismo.

Cuando digo que tenía muchos matices de brillantez es porque la conclusión a la que llegó la realizó mediante la observación y las sensaciones recogidas, pero el comportamiento humano tiene mucho que ver con la actuación, pues éste está muy influenciado por la manera en la que se aprende y la principal manera de aprender del ser humano es mediante la imitación y la actuación no deja de ser la interpretación de un papel, es decir, la imitación de los comportamientos del personaje que se está interpretando.

La imitación es el recurso de aprendizaje más utilizado por la humanidad desde la antigüedad, (desde que se tiene registros históricos), e inclusive ha sido observada en animales, siendo un aspecto sofisticado de su inteligencia. Sirviendo como ejemplo de esto es el hecho de que mediante la copia o imitación se aprende a hablar o caminar, puesto que ya desde la infancia se fomenta esta metodología como principal forma de aprender. Esto, evidentemente, puede conllevar a que muchos niños adopten prácticamente la personalidad de alguno de sus padres, tutores o personas muy cercanas, normalmente la de la persona a la que más admiran o la de su principal instructor. El aprendizaje mediante la imitación es lo que denomina aprendizaje vicario o social y es una forma de adquisición de conductas nuevas por medio de la observación. En la terapia de la conducta este procedimiento se llama modelado, mientras que en el contexto de la psicología conductual o conductismo se denomina modelamiento.

Con el paso del tiempo entra en función la experiencia como recurso de aprendizaje complementario. Lo que podríamos denominar como método de ensayo y error es el otro método humano de aprendizaje. Éste se basa en las experiencias vividas por lo que se adopta posteriormente y es complementario al aprendizaje mediante copia o imitación. Igualmente, cuando ya se tienen unos conocimientos básicos o sólidos ya adquiridos, entra en juego como método de aprendizaje el cognitivismo, que  incluye procesos mentales que cada uno desarrolla a partir del pensamiento basándose en la lógica, es decir, partiendo de un conocimiento se pueden desarrollar otros. Una parte del cognitivismo englobaría el aprendizaje constructivista, mediante el cual se crean procedimientos propios para resolver situaciones problemáticas, lo cual implica que las ideas se modifiquen y se siga aprendiendo. Viene a ser una construcción del aprendizaje e integra la lógica, las experiencias, las motivaciones, las emociones y la pragmática del aprendizaje donde se aprende algo en función de su utilidad.

Estas pautas de aprendizaje provocan que el comportamiento humano se vea muy influenciado por los patrones que se han tomado como referencia, por lo que buena parte de ese comportamiento tiene una influencia externa muy pronunciada pudiéndose exponer que cada individuo desempeña un papel que va adaptando a su perfil psicológico, a sus preferencias y gustos y a su conocimiento del medio con el que interactúa, (lugares e individuos). Igualmente, en su interacción social, sobre todo cuando se forma parte de un grupo, cada individuo tiende a buscar una especialización dentro de ese grupo, por lo que el comportamiento también puede verse influenciado por ello. Todas estas pautas pueden hacer llegar a pensar que cada individuo interpreta un papel moldeado por las circunstancias que le acompañan en cada momento.

Por otro lado, el hecho de interpretar que ella era espectadora de esa película que le parecía que estaban interpretando la gran mayoría de la gente, entraña, desde mi punto de vista, una actitud pasiva hacia la interacción social, dejando las decisiones acerca del papel que ella debería desempeñar en manos de otros, o bien, participando en la vida social sin influir en lo que ella veía como interpretaciones ajenas.

El caso es que el año pasado, estando en la tercera edición del Vayvén Rock que se celebró en el parque de La Isla, me encontré con Adela, que hacía muchos años que no la veía. Me presentó a su hija que tendría unos tres años, de la que estaba totalmente pendiente. Por fin, Adela había encontrado su papel en la película de la vida y además el más importante, el de protagonista principal, al menos en la película de la vida de su hija.


lunes, 23 de septiembre de 2013

LA DÁDIVA DE CONSEJOS

Siempre me sorprende la gratuidad con el que la gente da consejos. En cuanto alguien tiene un problema, en lugar de escucharle y ayudarle a que él por sí mismo encuentre la solución o una canalización más óptima a su problema, se le aconseja. Supongo que, como la facultad de ayudar suele ser más costosa, ya que implica soportar las quejas de quien tiene un problema, la manera más sencilla de salir del paso es aconsejándolo. Peor aún es cuando la gente da consejos no pedidos. A veces me da la sensación que allá donde vayas te vas a encontrar siempre con alguien que quiere imponer su voluntad sobre el resto a base de consejos no solicitados ante comportamientos que ve, argumentos que escucha o extractos de la vida de terceros.

Los consejos se dan en virtud de las experiencias propias vividas pero no tienen por qué adecuarse a las necesidades de quien los recibe, pues aunque la situación pueda ser idéntica, los protagonistas son diferentes y las soluciones o las maneras de afrontar ciertas situaciones no suelen ser universales para todos. Además, creo que en la gran mayoría de los casos, los consejeros no se aplican a sí mismos los consejos que dan, lo que me ratifica aún más en lo expuesto acerca de la gratuidad con que se dan. Un consejero debería ser consecuente con la máxima de Tales de Mileto cuando expuso “Toma para ti los consejos que das a otro”, pues siempre he creído que el practicar con el ejemplo es más didáctico. Sólo con eso nos evitaríamos tener que soportar toda esa retahíla de aprendices de consejeros, pues en la mayoría de los consejos recibidos, sabemos de antemano que quien los está dando no se los aplicaría a sí mismo si estuviera en nuestra situación, muy a pesar del famoso “Yo, en tu caso…” que suele ser como comienza un consejo.

Un día escuché a mi inseparable amigo Marcos decir que “los consejos son como las patadas en los cojones, que es mejor darlos que recibirlos”. Aun no siendo suya esa frase, reconozco que es la que utilizo cuando alguien me da un consejo que no he pedido y más aún cuando creo que el consejero no es la persona más adecuada para hacerlo, bien porque sé que es un consejo que él mismo no se aplica, porque es un consejo que da para beneficio propio o porque es un consejo que no se adecúa a mi situación o a mi forma de ser. Aún así, sí que creo que la frase del poeta italiano Arturo Graf es bastante acertada: “Escucha bien el consejo de quien sabe mucho, pero escucha sobre todo el consejo de quien te quiere mucho”. Si se busca consejo no hay como dejarse aconsejar por quien por sabiduría puede ser objetivo en el asesoramiento, así como del círculo de personas más queridas que, por empatía y cariño, van a intentar ser lo más acertados posibles con toda recomendación que hagan.

Según la R.A.E. un consejo es “un parecer o dictamen que se da o toma para hacer o no hacer una cosa”, por lo tanto, incluso por definición, no deja de ser una opinión de un interlocutor. Evidentemente no voy a ser crítico con quien da consejo solicitado, es decir, por aquel a quien le piden opinión ante un problema de una segunda o tercera persona. Con quien soy crítico es, en general, con esa masa de consejeros, que gratuitamente asesoran como si fueran los portadores de la coherencia, la exposición, la práctica y la experiencia, esos que reafirman el famoso proverbio popular que dice “Consejos vendo y para mí no tengo”.

El otro día estuve hablando con Bea acerca de esto. Aparte de hacerle mucha gracia mi exposición acerca de la idea que tengo sobre este tema, me comentó que, por lo general, a la gente no le gusta nada oír acerca de desgracias, problemas o insatisfacciones ajenas y que igual que se suele rehuir de preguntar a alguien acerca de cómo le va cuando se tiene la sospecha de que la respuesta no va a ser la deseada o estándar en estos casos, cuando alguien expone un problema es más fácil darle un consejo, para zanjar cuanto antes la situación indeseada, que escucharle y ayudarle a encontrar una solución, aceptación, encaminamiento o alivio a dicho problema, porque esto supondría un esfuerzo o unas habilidades mayores, ya que habría que escucharlo para propiciar el desahogo y, si se tiene facultad para ello, encaminarlo a encontrar por sí mismo una reacción a la situación, con técnicas como la mayéutica, (propia de los socráticos), o similares.

Es cierto, recurrir a los consejos es una buena solución cuando no se tienen habilidades o ganas para ayudar a alguien a resolver un problema, dilema o situación adversa. Lo asocio a esos casos de cierta gente que recurre continuamente a los refranes para describir ciertas situaciones cuando su dialéctica no es lo suficientemente cualificada como para hacerlo sin utilizar dicho recurso.

En definitiva, que supongo que si soy tan reacio a los consejos es precisamente porque apenas he recibido buenos consejos en mi vida o porque, si los he recibido, no se aplicaba a lo que necesitaba en ese momento. Eso no quiere decir que no los haga caso, aunque tampoco quiere decir que los siga, pero los suelo recordar, al menos a corto plazo, y la mayoría de ellos me han sido inservibles o poco aplicables, no sé si por inadecuados, porque me han mal aconsejado o porque no he sabido aplicar los consejos dados. Por eso mismo me cuesta tanto aconsejar a alguien que me pide consejo y nunca aconsejo a quien no me lo pide, salvo que quiera advertir a alguien de algo que me afecta directamente. Ya lo dijo Oscar Wilde: “Los buenos consejos que me dan sólo me sirven para traspasarlos a otros”.


martes, 3 de septiembre de 2013

LAS UNIDADES DE MEDIDA

Pasé una gran parte de mi infancia en el pueblo natal de padres, Curiel de Duero, situado al este de la provincia de Valladolid y a sólo cinco kilómetros de Peñafiel. Lo hacía de forma no continuada, fines de semana y una gran parte del verano, pues mis padres gustaban de pasar en su pueblo la mayoría de su tiempo libre.

Allí me familiaricé con la totalidad de los términos rurales, pues Aranda, por entonces, ya era más una ciudad industrial que agraria. Me sorprendía que la gente mayor aún hacía alusión a las “varas” como unidad de medida, pero me imaginaba que era un residuo de la transición a las unidades actuales, ya que eran los mismos que aún valoraban las cosas por reales, aquellas monedas de 25 céntimos de peseta que tenían un agujero en el centro y del que llegué a tener cerca de una docena de ellas obtenidas tras diversos husmeos en distintos desvanes, a los que era muy aficionado de niño. En lo que sí que estaba algo más familiarizado es en que los melones se vendiesen por arrobas, la cantidad de vino se midiese por cántaras y la superficie de las tierras por fanegas. Igualmente, cuando mi abuela me hablaba de cómo funcionaba su panadería, pues fue la panadera del pueblo, me contaba que la gente les pagaba en grano y que había una equivalencia entre las fanegas de trigo con los sacos de harina y las hogazas de pan. Esto ya me liaba, pues no veía ninguna relación entre la fanega utilizada en el pueblo como medida de capacidad y la fanega utilizada como medida de superficie para las tierras de labranza.

Me imaginaba que ese residuo procedía de la gente que no se había adaptado al cambio de unidades, de la misma forma que a día de hoy aún hay gente que sigue hablando en pesetas a pesar de los más de diez años transcurridos desde la adopción del euro, aunque he de reconocer que en todas las vendimias aún tengo que pasarle a mi padre los kilos de uva primero y los litros de mosto obtenidos, después, a cántaras para que él planifique los cubillos que va a necesitar para la fermentación del vino propio que hacemos todos los años.

Lo que más me sorprendió fue descubrir que, en España, la adopción del Sistema Internacional de Pesos y Medidas se produjo de forma obligatoria y por Real Decreto en Julio de 1890, (31 años después de la adopción del metro como unidad de longitud), y que un siglo después estas unidades aún seguían siendo referenciales en la mayoría de los pueblos de Castilla.

El origen de estas unidades de medida estándar hay que buscarlas a partir en la Revolución Francesa. Tras el triunfo de la revolución se buscó una estandarización en las unidades de medida para facilitar las transacciones comerciales y eliminar así todo un enorme compendio de diferentes medidas utilizadas a niveles regionales y locales y haciendo que todas ellas tuvieron múltiplos y submúltiplos basados en el sistema decimal con sus notaciones, (deca, hecto, kilo,… para los múltiplos y deci, centi, mili,… para los submúltiplos).

Con esto se pretendía buscar un sistema de unidades único para todo el mundo y así facilitar los intercambios comerciales, científicos o culturales, entre otros. Hasta entonces cada país, incluso cada región, tenía su propio sistema de unidades y, a menudo, una misma denominación representaba un valor distinto en lugares y épocas diferentes. Se intentaba normalizar las distintas unidades existentes de longitud, (legua, milla, cuerda, braza, paso, vara, codo, pie, pulgada, línea, punto, caña, cuarta, palmo, estadio, toesa, versta, ana, empan, …), de masa, (tonelada, cuarto, quintal, arroba, libra, marco, cuarterón, onza, fanega, dracma, grano, panilla, …), de superficie, (estadal, cuartillo, celemín, aranzada, fanegada, yugada, caballería, acre, …), o de volumen, (cahíz, fanega, almud, medio, cuartillón, moyo, cántara, arroba, azumbre, botella, cuartillo, copa, cortadillo, barril, galón, pinta, …), que además tenían valores diferentes en las distintas regiones que las empleaban.

La vara que yo conocí era una unidad de longitud que equivalía a tres pies. La longitud de la vara oscilaba en los distintos territorios de España, entre 0,912 metros de la de Alicante y los 0,768 m de la de Teruel. La empleada en Curiel era la vara castellana, (la más empleada en su tiempo), que equivalía a 0,836 metros, tres veces el pie castellano de 0,279 metros.

La arroba de la que oí hablar, cuando en verano venían los camiones ambulantes vendiendo melones desde Villaconejos, equivalía a 11,5 kilogramos. Una arroba eran 25 libras, (la cuarta parte de un quintal), pero en Aragón y Cataluña tenían equivalencias diferentes. También se empleó como unidad de volumen, referenciándolo al líquido medido y de valor diferente en función de la densidad de éste.

La cántara, que aún seguimos utilizando debido a que los cubillos aún se referencian sobre esta medida, equivale a 16,133 litros. En Castilla, el moyo eran 16 cántaras o arrobas de vino, la cántara o arroba eran ocho azumbres, la azumbre eran cuatro cuartillos y el cuartillo eran cuatro copas. Sin embargo estas medidas eran diferentes en Extremadura, Galicia, Navarra o las regiones provenientes del antiguo reino de Aragón.

Por último, la fanega, que era la que me causaba mayor confusión, equivalía en Curiel a un tercio de hectárea como medida de superficie. Esto se debe a que la fanega era una unidad de capacidad para áridos, que en Castilla equivalía a 55,5 litros, por lo que, como unidad de superficie, una fanega era la cantidad de terreno necesaria para sembrar una fanega de grano. Las tierras de mejor calidad necesitaban menos superficie y de ahí la diferencia de superficie para las diferentes comarcas castellanas. Evidentemente, si ya de por sí era diferente como unidad de superficie en las comarcas castellanas, más aún lo era en las comarcas de otras regiones donde utilizaban una referencia diferente de la fanega como unidad de capacidad.

Habrá que agradecer por tanto a la Revolución Francesa su aportación al mundo. No sólo acabó con la monarquía, el absolutismo, el feudalismo y los privilegios de la nobleza y el clero, separó los poderes del Estado y creó la declaración de los derechos del hombre y del ciudadano a partir de los principios de la Ilustración basados en la razón, la igualdad y la libertad, sino que también aportó las bases para la unificación de medidas a nivel internacional, así como de sus múltiplos y submúltiplos, acabando así con toda esa algarabía de diferentes unidades de medida existentes en todo el mundo.

Si ya de por sí, nos complicaban la existencia con el paso de unidades del S.I. al anglosajón, (que todavía convive en oficialidad en Estados Unidos y Gran Bretaña, entre otros países), no quiero ni imaginar lo que sería del mundo sin una unificación tal.

miércoles, 14 de agosto de 2013

EL TEOREMA DE PITÁGORAS

En sexto curso de Educación Primaria tuvimos de profesor de Matemáticas a don Román. Natural de Llodio y afincado en Aranda, el primer día de clase nos dijo que el alumno sólo podía optar del cero al ocho, porque el nueve era para el profesor y el diez para Dios. Para todos nosotros fue un claro propósito de intenciones de que la metodología de enseñanza que íbamos a padecer iba a ser muy semejante a la que tiempos atrás tuvieron nuestros padres, esa metodología que se englobaba bajo la famosa máxima de que “la letra con sangre entra”, aunque en este caso iban a ser los números.

Con estos antecedentes y el comenzar el temario con los conjuntos y sus propiedades hizo que desde un primer momento no me viera muy en sintonía con la asignatura, a pesar de que mi perfil académico ya prefería más los números que las letras. Por entonces me sentaba junto a Marcos al final de la clase, lo que nos permitía desconectar un poco y hablar más de lo permitido, lo que propiciaba que fuéramos los que más probáramos los métodos que don Román utilizaba para sus particulares reprimendas. Fue capaz de dejarnos las muñecas doloridas a ambos para el resto de la clase con solo atajarlas entre sus dedos índice y corazón y apretarlas con un ligero movimiento oscilante. Nos lo hizo al unísono, a uno con cada mano. El caso es que con estos antecedentes suspendí el primer examen que suponía el 50% de la primera evaluación, algo inédito para mí y más aún en Matemáticas. Además, por entonces aproximadamente, Marcos y yo fuimos separados pues a ningún profesor le agradaba que nos sentáramos juntos, poniéndonos a ambos sin compañero al lado.

La segunda parte de la evaluación comenzó con las operaciones entre fracciones y los cálculos del mínimo común múltiplo y el máximo común divisor, lo que suponía hacer la descomposición numérica, algo más adaptado a mis cualidades, pues siempre se me dio bastante bien el cálculo matemático. Fue entonces cuando comencé a demostrarle al profesor que no era un patán en dicha asignatura. Al final llegó el segundo examen de la evaluación, lo realicé en apenas la mitad del tiempo que teníamos, lo revisé para asegurarme que tenía más del siete que necesitaba para no suspender y lo entregué ante la sorpresa de bastantes compañeros y de don Román incluido, que automáticamente lo revisó para ver si me había dado por rendido. En apenas un minuto, cambió la cara, asintió y me dijo en voz alta: “Sí señor, un diez”. Yo, con cara de satisfacción repliqué “Bien, he aprobado” y él contestó para todos “al que me saca un diez en un examen no le hago la media”.

A partir de ahí pasé de estar en el grupo de los que don Román no tenía en consideración, a estar en el grupo de los más considerados, incluso podría decirse que el más considerado, todo ello a pesar de que Juan Pedro también sacó un diez en aquel examen, salvo que su diez pasó más desapercibido por haber sido corregido su examen junto a todos los demás.

Unos meses después, las clases de Matemáticas para mí ya no eran el suplicio que era para muchos de mis compañeros, que tenían que seguir probando las dotes de don Román, que yo ya había probado durante el primer mes de curso. Tanto me relejé que osé durante sus clases proseguir con el diseño de clubes de alterne, proyecto imaginario llevado a la práctica por aquel entonces entre Antonio y yo, con la que pasábamos ratos muy divertidos. En el diseño estrella del proyecto me pilló la explicación del teorema de Pitágoras. Mientras atendía la clase seguía modificando el diseño de nuestro Megaclub y explicándole a Antonio las modificaciones que había hecho cuando, de repente, don Román se puso a preguntar a todos acerca del teorema recién explicado. Nadie logró contestar correctamente a las preguntas que hacía por lo que finalmente me preguntó a mí. Ante la incorrección de mis respuestas volvió a comenzar la explicación del teorema, algo que supuso gran alivio para mis compañeros, pero que a mí me encasilló definitivamente como el “enchufado” de don Román.

Como es sabido el teorema de Pitágoras calcula la relación que existe entre los lados de un triángulo rectángulo de tal forma que el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma del cuadrado de los catetos, donde la hipotenusa es el lado más largo, (el opuesto al ángulo de 90º que ha de tener cualquier triángulo para ser considerado como rectángulo) y los catetos son los lados más cortos, (los adyacentes a dicho ángulo).

Dicho teorema tiene una gran aplicación para la Trigonometría ya que cualquier triángulo puede ser dividido en triángulos rectángulos. Así, un triángulo acutángulo puede dividirse en dos triángulos rectángulos y un triángulo obtusángulo puede dividirse en tres. Igualmente sirve para el cálculo de las diagonales de cuadrados y rectángulos, y distintos componentes de otras figuras geométricas más complejas de dos y tres dimensiones. Su demostración gráfica más trivial se puede ver en la siguiente figura.


Anteriormente  a Pitágoras, (que vivió en el siglo VI a.C.), en Mesopotamia y el Antiguo Egipto se conocían ternas de valores que se correspondían con los lados de un triángulo rectángulo, y se utilizaban para resolver problemas referentes a los citados triángulos. Sin embargo, no existe ningún documento que exponga teóricamente su relación. La pirámide de Kefrén, construida hacia el siglo XXVI a. C., fue la primera gran pirámide que se construyó basándose en el llamado triángulo sagrado egipcio, de proporciones 3-4-5, el triángulo rectángulo más básico con números enteros.

El caso es que pasé el resto del curso sin ningún sobresalto más, dejando estas actividades extra-escolares para otras clases de profesorado menos exigente. Sólo tuve uno pequeño cuando el Real Madrid perdió la liga en Valencia, en el último partido de liga, en beneficio del Athletic de Bilbao, algo que me sirvió para picar un poco a don Román, ferviente madridista, que no se había tomado muy bien dicho acontecer. Aún así, acabé logrando Sobresaliente en Matemáticas, como buen “enchufado”, aunque dicho enchufe fuera muy a pesar mío.

jueves, 1 de agosto de 2013

LA CAUSALIDAD DEL DESTINO

Cualquiera que me conozca bien sabe que no creo en “el destino”. Es más, considero que achacar al destino la explicación de cualquier acontecimiento más o menos azaroso me parece el más paupérrimo argumento que se puede exponer, aunque reconozco que me gusta emplearlo en esas circunstancias de forma sarcástica o irónica delante de gente que cree en él.

Recuerdo una conversación que tuve en casa de mis tíos paternos, hace ya muchos años, y que tuvo unas consecuencias muy desagradables para mí. En ella mis tíos y mis primos hablaban de un vecino suyo que había fallecido tras ser atropellado al salir de casa y lo achacaban al destino con las connotaciones religiosas de que estuviéramos predestinados. Yo, evidentemente, refuté esos argumentos tan paupérrimos y lo achaqué a la causalidad y a la falta de explicación más allá de las propias causas físicas producidas por un choque entre un cuerpo más fuerte contra uno muy frágil, que depararon el fin de la existencia de una persona querida, ante la desaprobación de mis primos y la reacción desmesurada de mi tío político.

Igualmente, a lo largo de mi vida he sido partícipe de numerosas conversaciones en las que el interlocutor achacaba al destino algunos de los sucesos vividos o padecidos cuando éstos habían sido críticos o casuales. Para mí, siempre que la importancia del suceso lo permitiese, era inevitable darle motivos más razonables que la existencia de una fuerza desconocida, que pudiera regir parte de nuestras vidas.

Eso es así constantemente. Cuando no se encuentra una explicación razonable a una gran ganancia o pérdida, se busca una explicación fácil y mística. Tal y como comenté en la entrada “Las circunstancias de la vida”, a lo largo de nuestra vida nos encontramos con numerosas situaciones en los que el azar juega su baza, a veces de manera muy notable y otras de manera más tenue, con una influencia más o menos importante en nuestra vida. Ante estos acontecimientos más o menos casuales, la explicación más fácil y pobre que se suele dar cuando la influencia de éstos es muy notable es que ha sido cosa del destino, algo que me irrita enormemente.

Según el diccionario de la R.A.E. el destino es esa fuerza desconocida que se cree obra sobre los hombres y los sucesos. También se define como “Circunstancia de ser favorable o adverso un encadenamiento de los sucesos, a personas o cosas”.

Lo que sucede es que no ponderamos de igual manera los sucesos. Si se nos escurre un plato de cerámica, no se piensa en que ése era el destino del plato, sino en que una falta de concentración por nuestra parte ha hecho que el plato se desplomara hacia el suelo con su consecuente destrucción merced a la fuerza gravitatoria. Pero cuando un peatón cruza de manera imprudente y es arrollado por un vehículo, o viceversa, un conductor imprudente arrolla a un peatón, al ser su pérdida tan dolorosa para su círculo querido, la asunción de no poder volver a verlo hace buscar explicaciones en casusas no racionales. Idéntica forma de razonar se suele tener, de forma generalizada, para explicar otros sucesos más positivos, como el haber conocido a una persona muy afín de la que no se puede prescindir por distintas cuestiones sentimentales, o el haber tenido un triunfo afortunado en cualquier campo.

Me hace gracia, o más bien me causa cierta preocupación, el escuchar a alguien que con total convicción te dice que cree en el destino, en que va a encontrar a su media naranja. Igualmente me pasa con aquellos que piensan continuamente en que el destino les deparará un gran logro en la vida. Sería mejor optar por argumentos más sólidos como el hecho de afrontar la vida con optimismo y que eso conllevará el obtener una persona totalmente afín a él o ella, (que seguramente acabará siendo la “media naranja” por conformismo o por rebaja de las expectativas iniciales, no por estereotipo previo), o el alcanzar alguna de las metas marcadas. Entiendo que en esos casos se pueda sustituir el optimismo con el que se afronta la vida por argumentos insustanciales, pero sin que entren en funcionamiento otros parámetros.

En los casos más adversos no queda más remedio que solidarizarse con el interlocutor, aunque eso no quiere decir que comparta la argumentación del “destino”. Tampoco puedo aceptar que alguien que haya fracasado continuamente en algo esté predestinado a fracasar. Siempre hay factores responsables de toda causalidad, por lo que con análisis se puede llegar a buscar esas explicaciones que quien clama al “destino” quiere obviar, por lo que es posible que acabe reincidiendo en el fracaso. En los casos más tremendos e irremediables, precisamente por lo duros o traumáticos que son, nos limitamos a penar por la asunción de la pérdida y ahí sí que es más difícil pararse a exponer explicaciones racionales. Ahí al destino se le puede emplear como excusa, como chivo expiatorio o como complemento de las creencias de alguno.

En definitiva, que si queremos, todo tiene una explicación terrenal. Lo que pasa es que al ser humano le gusta muy a menudo convivir con el misticismo y creer en fuerzas ocultas que velan por nosotros. Como la suerte o los acontecimientos aleatorios son ingobernables, se recurre a entes como pueden ser el destino, la superstición o los distintos seres no terrenales extraídos de las distintas religiones. Son los aliados que se utilizan para que las vidas propias mejoren, para tener ventaja con el resto de los mortales o mejoras en los distintos aconteceres diarios.

De lo que sí que estoy más cerca es de la definición de “destino” que se la atribuye a Shakespeare: “El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que jugamos”. Algo parecido a la frase final de la saga “Regreso al futuro” donde se dice “Tu futuro no está escrito, tu futuro es el que tú mismo te hagas”, con la limitación de las cartas repartidas a las que, supuestamente, hace referencia Shakespeare.

La única vez que he visto tambalearse mi argumentación fue cuando vi un documental acerca de la historia de la Fórmula 1. El 10 de septiembre de 1961 se produjo el accidente más grave de toda la historia de la Fórmula 1. El alemán Wolfgang Von Trips, de 33 años de edad, partía con la “pole-position” e iba líder del Mundial. Si subía al pódium del G.P. de Italia se proclamaba campeón del mundo a falta de una carrera. En la segunda vuelta el escocés Jim Clark tocó con su Lotus al Ferrari del alemán, que fue a chocar con una tribuna del circuito de Monza incendiándose su coche en el acto. Murieron él y 15 espectadores que presenciaban la carrera. Lo curioso de todo ello es que Wolfgang Von Trips, independientemente de si se hubiese proclamado campeón del mundo o no, tenía previsto volar ese mismo día rumbo a Estados Unidos, (para preparar el último G.P.). El avión se estrelló sobre Escocia no registrándose ningún superviviente. Así es difícil llegar a los 34, Wolfgang. Eso sí, si cabe alguna consolación, acabó siendo subcampeón del mundo a título póstumo tras su compañero de equipo el estadounidense Phil Hill, que ganó aquel fatídico Gran Premio.

lunes, 15 de julio de 2013

EL PRINCIPIO ANTRÓPICO

Desde los 15 años hasta que acabé la universidad siempre tuve la misma carpeta archivadora, todo ello a pesar de la fuerte oposición de mi madre, que cada vez que la veía decía que le daba vergüenza que siguiera con ella con todas las que tenía vacías en el armario. Pero es que dicha carpeta estaba llena de muchos recuerdos. Entradas de casi todos los conciertos a los que había ido, fotos de las chicas famosas que más me habían inspirado, diversas pegatinas, montones de frases mías y de mis compañeros del instituto, diversas caídas al vacío desde un tercer piso, (cosas de los compañeros de clase)… El caso es que lo intenté, pero el apego que tenía hacia ella hizo que me acompañara hasta el final de mis estudios.
En el centro de la carpeta, al lado de mi querida Samantha Fox había una frase bien remarcada que se podría considerar mi primer aforismo escrito. Recuerdo que dicha frase surgió en una clase de Filosofía en la que estaba en plena batalla naval con el Chopo. El profesor estaba explicando a Descartes y citó su famoso aforismo “Pienso, luego existo”. En ese momento le dije al Chopo, de forma muy simplista, rozando la idiotez adolescente con la que tanto disfrutábamos, que sin una buena frase no se podía pasar a la historia. Acto seguido escribí en el centro de mi carpeta, en mayúsculas, y de manera que pareciera improvisada, “La razón de nuestra existencia está en la propia existencia”, y puse debajo mi firma “J.F.”. El Chopo cuando lo leyó no paró de reírse y comenzó a contárselo a Nicol y Mariano, que estaban al lado, bajo la connotación de que era mi primera frase filosófica. El caso es que cuanto más lo contaba, más orgulloso estaba yo de mi primer aforismo y lo remarqué hasta que cada uno de los trazos que componían cada letra alcanzó su máximo grosor posible.
Recuerdo que le intenté explicar varias veces que el hecho de la existencia humana era casual, que había sido un proceso evolutivo que había acabado en el origen del ser humano y que no había otra razón más que esa, que era como buscar explicación a la existencia de cualquier otro ser u otro objeto existente en el Universo, una concatenación azarosa de sucesos que había culminado en la existencia de ese ser u objeto a partir de los elementos básicos que formaban el primitivo Universo y no había que buscar más explicaciones de origen místico. Y que era a partir de aquí, desde nuestra existencia, desde donde se busca la explicación de todo lo que nos rodea. Por muy casual que fuera nuestro origen, existíamos, por lo que no quedaba más remedio que ir hacia atrás a buscar nuestro origen, o la razón de nuestro existir. Era una manera de expresar que nuestra existencia había sido una concatenación azarosa de sucesos.
Sin saberlo, pues aún no había oído hablar de ello, me estaba postulando como defensor del principio antrópico, ese principio que viene a enunciarse de forma generalizada como que “el mundo es como es porque hay seres que se preguntan por qué es así”. Dentro del campo de la cosmología, el principio antrópico establece que cualquier teoría válida sobre el universo tiene que ser consistente con la existencia del ser humano, lo que conduciría a la tautología que dice que “si en el Universo se deben verificar ciertas condiciones para nuestra existencia, dichas condiciones se verifican ya que nosotros existimos”, es decir, cualquier teoría acerca de la naturaleza del Universo debe permitir la existencia del ser humano y de cualquier ente biológico basado en el carbono, más aún en este momento y lugar concretos del Universo.
El concepto del principio antrópico se le debe al astrofísico teórico australiano Brandon Carter, que en un simposio celebrado en Varsovia en 1973 en conmemoración del 500 aniversario del nacimiento de Copérnico dijo, en referencia al principio copernicano que afirma que “los seres humanos no ocupan una posición privilegiada en el Universo”, que a pesar de que nuestra situación no es necesariamente ser el centro del Universo, es inevitablemente privilegiada en cierta medida, ya que como observadores de éste, cualquier argumentación acerca del origen del Universo ha de tener en cuenta la existencia de vida en la Tierra en la actualidad, ya que de lo contrario, ninguno de nosotros existiríamos en este momento.
No obstante, la idea básica del principio ya había sido utilizada anteriormente por el físico experimental estadounidense Robert Henry Dicke en el libro “El principio de equivalencia y las interacciones débiles” que publicó en 1957 donde reseña que "La edad actual del Universo no es casual sino que está condicionada por diversos factores biológicos que deberían concluir con la existencia del ser humano que considera el problema". Igualmente, una formulación equivalente hizo el antropólogo y biólogo británico Alfred Russel Wallace, conocido por haber propuesto una teoría de evolución por medio de selección natural que motivó a Charles Darwin a publicar su propia teoría. Publicó en 1903 “El lugar del hombre en el Universo” donde afirma que "un Universo tan vasto y complejo como el que sabemos que nos rodea puede que sea absolutamente necesario para producir un mundo tan adaptado al desarrollo de una vida que habría de culminar en la aparición del ser humano."
Es evidente que el principio antrópico viene a ser, dentro de la comunidad científica, un enunciado tautológico, es decir, una obviedad, pero sí que sirve de punto de partida, para, a partir de un punto evidentemente cierto, poder ir buscando las distintas explicaciones a todo aquello que desconocemos de nuestros orígenes. Igualmente sirve de punto final, conclusión u objetivo de toda investigación o teoría que parte desde un punto inicial muy anterior.
Lo más gracioso de todo, en relación a mi aforismo, fue cuando me encontré con el libro “Los hermanos Karamazov” en donde su autor, Fiódor Dostoyevski, dice que “el misterio de la existencia humana no está sólo en poder vivir, sino en encontrar una razón por la que vivir”. Ese fragmento me refrescó la frase ubicada en mi carpeta archivadora y que siempre me acompañó en mi última época de estudiante. Para colmo, según mi aforismo, el misterio de la existencia humana está sólo en el puro sentido de vivir, o de la propia existencia, por lo que, sin saberlo, le había quitado a Dostoyevski todo el misterio de la existencia humana.
Es curioso, pero a pesar del tiempo que ha pasado de aquello y de que a Dostoyevski no creo que le hubiese gustado mi simplicidad con respecto a sus palabras, me reafirmo en dicho enunciado. Casi nadie busca una razón por la que vivir, se vive sin más, con todas las emociones, percepciones y vivencias que eso conlleva, adaptándose a ella o dándole algún pequeño giro para que la adaptación o el enfoque de la vida sea más personal y sólo se buscan razones para vivir cuando la vida parece un absurdo.

lunes, 1 de julio de 2013

EL COMPORTAMIENTO GREGARIO

Tras cursar mi primer año de Bachillerato en un internado de Valladolid, volví a mi ciudad natal para continuar mis estudios de B.U.P. en el segundo instituto de la ciudad y que tanto mi promoción como la siguiente íbamos a inaugurar. Era el instituto Mixto 2 y que durante el curso siguiente sería bautizado como I.B. Vela Zanetti en honor de un pintor de la zona.
Al volver me encontré con el problema de que no podía contar con mis amigos de siempre. Antonio y Jesús seguían estudiando en el mismo internado de Valladolid en el que me a mí, afortunadamente, los responsables del centro no me habían permitido continuar, y Marcos tenía pareja. Por todo ello, tras un tiempo sin tener con quien salir los fines de semana, empecé a quedar con José Carlos, Juan Pedro, Chavi y Julio, y más tarde Misis. Ellos fueron mis compañeros de batallas durante algo más de un año, hasta que Antonio y Jesús volvieron y empezaron a quedar con Marcos, cuando éste dejaba en casa a Paloma, pues tenía un horario de vuelta a casa muy severo. Empecé a compaginar a ambos grupos. Quedaba con José Carlos y compañía a media tarde y, sobre las doce, que era la hora en la que ellos se solían ir, me unía a mis amigos de siempre, con los que pasaba el resto de la noche. Con el tiempo, acabé quedando solamente con Marcos, Antonio y Jesús, pues solía acabar muy perjudicado quedando con ambos grupos y, además, el grupo de José Carlos ya era muy numeroso, pues se había unido mucha gente para salir con ellos.
Fue ahí cuando empezamos a hacer pandilla, ya que, por entonces, se unió a nosotros Fernan y, posteriormente, Míguel, (hermano de Fernan), y su amigo Javi. Un par de años después se unirían a nosotros Rule y Ropecho. Era una pandilla heterogénea aunque no había ninguna dificultad en decidir las cosas que hacíamos. Teníamos gustos musicales diferentes, pero encontramos unos gustos comunes como cuadrilla que utilizábamos para amenizar nuestras meriendas, viajes y reuniones, así como una ruta que incluía muchos lugares a los que ir cada noche que, sin planificación alguna, comenzó a convertirse en habitual. Igualmente, ideológicamente, comenzamos a tener una visión muy similar, de izquierdas, (algunos más que otros), pero donde el PSOE se situaba a nuestra derecha. Hasta nuestro grito de guerra “Viva la que se meaba de pie” surgió de manera espontánea en una noche de fiesta en Langa de Duero, donde Antonio aseguró haber visto a una mujer en tales circunstancias, todo ello sin que ninguno de los demás nos diéramos cuenta de ello, pese a tenerla a escasos metros. Evidentemente, dicho grito de guerra lo plasmamos en el reverso de la camiseta de grupo que nos hicimos para las fiestas de Aranda.
Con el tiempo, comenzamos a encontrar nuestra zona de confort. Bares como “El Gato Invisible”, en donde nos podíamos pasar todo la noche a solas con Félix, el dueño, con nuestras amenas tertulias políticas, y el “Kilombo” o el “Anubis”, los preferidos para nuestros desfases más sonados. Posteriormente, acabaría siendo el Vayvén el lugar que los sustituyó. Esos lugares, seguramente, no eran los preferidos de todos, pero eran los preferidos del grupo como tal. Tampoco había ningún problema a la hora de acudir a conciertos fuera de Aranda, pues la cuadrilla tenía sus gustos comunes. Así fue como Marcos, Fernan y yo nos fuimos “a dedo” a Madrid para ver tocar a Siniestro Total en Las Ventas, donde los demás no pudieron ir por circunstancias diversas, entre otras cosas porque éramos menores de edad. Pero en cuadrilla nos fuimos a ver a Los Ramones en Valladolid, a Rosendo en Hontoria del Pinar, a Los Suaves en Salas de los Infantes o a Siniestro Total y Tijuana in Blue en Melgar de Fernamental, entre otros muchos conciertos a los que asistimos por entonces.
Me di cuenta de que eran los gustos de la cuadrilla y no de que tuviéramos gustos en común cuando a Marcos le oí maldecir, años después, que una cosa que no volvería hacer es ir hasta Melgar a ver un concierto de Tijuana in Blue. También yo, he de reconocer, que pasar tantas horas en “El Gato Invisible”, aislados del mundo, no me hacía mucha gracia. Estoy seguro de que si preguntara a todos los demás, uno por uno, acerca de esto, me encontraría con que todos en alguna ocasión o circunstancia hicimos algo o acatamos algún dictamen de la cuadrilla sin coincidir con sus gustos o preferencias.
Es ahí donde comprendí que la cuadrilla tomaba sus decisiones propias, sin planificación alguna, con mayor influencia por parte de unos que de otros miembros en ciertos casos, pero en la que todos opinábamos y proponíamos y, de manera no planificada y casi espontánea, se generaban unas decisiones que eran las que todos seguíamos. Me di cuenta entonces de que los miembros de la cuadrilla habíamos tenido durante años un comportamiento gregario.
El comportamiento gregario describe cómo los individuos de un grupo pueden actuar juntos sin una dirección planificada. El término se suele aplicar al comportamiento de animales en manadas y a la conducta humana durante situaciones y actividades, tales como las burbujas financieras especulativas, manifestaciones callejeras, eventos deportivos, disturbios sociales e incluso la toma de decisiones, juicio y formación de opinión de todos los días.
Un grupo de animales huyendo de un depredador muestra la naturaleza del comportamiento gregario. Cada individuo miembro de un grupo reduce el peligro para sí mismo al moverse tan cerca como sea posible al centro del grupo que huye. Entonces, parece que la manada actúa como una unidad en movimiento conjunto, pero su función emerge del comportamiento no coordinado de individuos que buscan su propio bienestar.
Evidentemente, este tipo de comportamiento no es único de nuestra cuadrilla sino, más bien, un comportamiento generalizado de todas aquellas cuadrillas que no tengan definido uno o unos líderes firmes que asuman la toma de decisiones. Lo más lógico es llegar a una toma de decisiones basada en los gustos comunes y en la que ningún miembro de la cuadrilla se vea desplazado, para la supervivencia de ésta.
Lo más gracioso es que buscando en el origen de las decisiones que acabaron siendo comportamiento generalizado del grupo o decisiones de la cuadrilla, hay influencias de la gran mayoría de los miembros del grupo, por lo que es de suponer que el comportamiento gregario ha de ser, por lo tanto, el comportamiento generalizado en cualquier grupo unido sin una causa concreta más allá que la de buscar estar juntos para satisfacción y disfrute colectivo.
Es posible que, aparte de todos los cambios que todos desarrollamos a los largo de nuestra vida, principalmente con la aparición de parejas sólidas y de las situaciones laborales, es ahí donde puede estar uno de los orígenes del final de las cuadrillas de la adolescencia y de la juventud, en dejar de acatar el dictamen de la cuadrilla, en dejar de tener un comportamiento gregario.

martes, 18 de junio de 2013

EL PRINCIPIO DE PETER

Hace casi cinco años tuve que ir a Rabat por motivos laborales para realizar una presentación técnico-comercial de nuestro producto a una empresa pública marroquí. El principal motivo de mi presencia allí fue la indisponibilidad por parte de la empresa de disponer de un comercial que hablase francés en esas fechas, por lo que aprovecharon mi experiencia profesional y, sobretodo, mi conocimiento del idioma.
Unos meses después de haber realizado dicha presentación, el Director de nuestro mercado me comentó que desconocía que hablase francés y que era un valor añadido muy importante en ese momento, ya que uno de los objetivos del Departamento era su introducción en países francófonos, por lo que podía asumir las tareas de Jefe de Proyecto, una vez que había demostrado eficientemente mi valía dentro del puesto que ocupaba. Para mí, esa oferta no suponía ningún ascenso, pero sí un desplazamiento lateral a una línea jerárquica con más recorrido y un cambio funcional bastante importante, puesto que, si aceptaba, mis tareas iban a ser muy diferentes a las que desempeñaba en ese momento.
Aunque en un principio le dije que no me apetecía afrontar ese cambio funcional porque por entonces no atravesaba ni mucho menos el mejor momento en mi vida personal para afrontar un cambio profesional tan importante, lo pensé concienzudamente porque tiempo atrás sí que había estado interesado en desempeñar dichas funciones y lo hubiese aceptado sin dudarlo. Analicé lo que supondría dejar de realizar unas funciones para las que estaba totalmente cualificado y que llevaba desempeñando varios años de una manera satisfactoria para la empresa, por otras notablemente diferentes y para las que no estaba del todo seguro si iba a estar lo suficientemente cualificado para desempeñarlas.
Aunque el puesto de Jefe de Proyecto, por entonces, gozaba de prestigio dentro del departamento, yo consideraba que los proyectos salían adelante principalmente gracias al trabajo de las distintas áreas técnicas del departamento. Consideraba igualmente que muchas veces las gestiones de los distintos Jefes de Proyecto entorpecían considerablemente el trabajo a realizar por las distintas áreas técnicas y que éstos poco podían hacer ante posibles inoperancias técnicas. Igualmente pensé en distintos casos habidos en la empresa en las que distinto personal técnico había asumido responsabilidades operacionales y, en algunos casos, ese cambio no había sido fructífero, por lo que pensé que esas personas habían sido víctimas del principio de Peter, situación a la que me podía ver abocado en el caso de aceptar la propuesta sin tener la convicción y la motivación necesaria.
A partir de estas premisas, acabé considerando que sería más útil si continuaba realizando funciones técnicas que operacionales y que no estaba dispuesto a asumir un posible arrepentimiento de tomar una decisión de la que no estaba convencido.
El principio de Peter, también conocido como el principio de incompetencia de Peter, está basado en el estudio de las jerarquías en las organizaciones modernas o jerarquiología. Fue promulgado por el catedrático de ciencias de la educación Laurence J. Peter en el libro que publicó en 1969 con el mismo nombre. En él afirma que, en una jerarquía, las personas que realizan bien su trabajo son promocionadas a puestos de mayor responsabilidad, hasta que alcanzan su nivel de incompetencia. Anteriormente, a principios del siglo XX, José Ortega y Gasset ya había hecho referencia a este concepto, pues suyo es el aforismo que dice: "Todos los empleados públicos deberían descender a su grado inmediato inferior, porque han sido ascendidos hasta volverse incompetentes".
El principio de Peter fue deducido del análisis de cientos de casos de incompetencia en las organizaciones y da explicación a los casos de acumulación de personal, según el cual el incremento de personal se hace para poner remedio a la incompetencia de los superiores jerárquicos y tiene como finalidad última mejorar la eficiencia de la organización, hasta que el proceso de ascenso eleve a los recién llegados a sus niveles de incompetencia.
Como corolario de su famoso principio, Lawrence J. Peter añadió que “con el tiempo, todo puesto tiende a ser ocupado por un empleado que es incompetente para desempeñar sus obligaciones” y que “el trabajo es realizado por aquellos empleados que no han alcanzado todavía su nivel de incompetencia”. Todo ello es consecuencia de la tendencia generalizada a creer que cuando una persona ha demostrado estar capacitado en sus funciones actuales ha de estar preparado, por tanto, para poder desempeñar las funciones que requiere el puesto jerárquico inmediatamente superior.
El caso es que meses después de su propuesta volvió a preguntarme acerca de ella. Yo le contesté que no me importaba probar esa nueva funcionalidad ante una necesidad puntual o para un proyecto concreto, teniendo la posibilidad de volver a mi puesto en el caso de que la experiencia no fuera fructífera o satisfactoria, algo que le pareció insuficiente, dejando entrever una falta de ambición por mi parte.
Sinceramente, nunca sabré qué habría pasado si hubiese aceptado dicho cambio, pero hay cosas que tengo muy claras como que no hay que afrontar unas responsabilidades para las que no se está preparado o, como era mi caso, para las que no se está suficientemente motivado como para aceptar. Sé de sobra que el ser bueno en un puesto no garantiza el poder serlo en cualquier otro puesto. Evidentemente, no rechacé el cambio profesional por temor al fracaso, pues nunca me asustó afrontar nuevos retos, pero lo que sí que tengo claro es que no es bueno afrontar un cambio cuando no se tiene la motivación suficiente para desempeñarlo.
Lo más curioso de todo es que uno de mis aforismos recurrentes es aquel que Maquiavelo dictó a finales del siglo XV que dice “Vale más hacer y arrepentirse, que no hacer y arrepentirse”. A pesar de que es un aforismo que define muy bien la forma que tengo de ver la vida, en este caso “no hice y no me arrepentí”.