miércoles, 6 de mayo de 2015

LA ALEGRÍA DE DESGRACIAS AJENAS

En la entrada anterior hablaba de por qué nos reímos a partir de desgracias ajenas o de situaciones en las que un tercero sufre una pequeña desgracia o padece algún acontecimiento o percance desafortunado, a partir de situaciones inesperadas o incongruentes. Esto no es comparable a la alegría que produce la desgracia de un tercero, pues en la entrada anterior se hablaba de momentos cómicos a partir de un suceso desgraciado acaecido a alguien y la causa por la que nos genera risa, independientemente de que después del momento cómico pueda haber empatía hacia la persona que ha padecido ese momento desgraciado, mientras que en ésta se analizará la alegría que produce la desgracia de un tercero por el que, evidentemente, no se tiene ninguna empatía.

He de reconocer que este sentimiento lo he padecido en ciertas ocasiones a lo largo de mi vida, aunque nunca ha sido a partir de momentos desafortunados o de desgracias padecidas por gente cercana, pues nunca he sido lo suficientemente envidioso para alegrarme por la desgracia de algún “igual”. Sí que me ha pasado cuando he visto ver caer a corruptos, gente que se ha enriquecido ilícitamente, poderosos con prácticas poco lícitas…

Este fenómeno es el denominado “schadenfreude”, vocablo alemán sin equivalencia directa para casi ningún idioma que hace alusión al sentimiento de alegría o placer que provoca en uno mismo cuando terceras personas sufren un acontecimiento desgraciado. Literalmente se traduce como "daño-alegría" y significa disfrutar de las desgracias ajenas.

Está claro que la envidia desempeña un papel fundamental en este fenómeno. A la envidia nos conduce principalmente la percepción que tenemos de nosotros mismos en relación con la imagen general que impera en nuestro entorno, rivalidades forjadas, egocentrismo, una actitud vital negativa, (que se expresa como crítica, calumnia o injuria hacia personas más competitivas), el impulso a competir, (siendo la envidia un modo de rendición) y la inseguridad emocional o el sentimiento de inferioridad. Y la manifestación de la envidia suele tener dos claras vertientes: una es el malestar o el sufrimiento que provoca el éxito ajeno y otra es el regocijo que provoca el fracaso, caída o sufrimiento ajeno, siendo ambos sentimientos universales asociados al sentimiento de envidia.

En esta respuesta ante el dolor ajeno hay un factor decisivo, que es la opinión que se tenga de la persona que sufre, en función de si es buena o mala. En diversos experimentos con adultos, utilizando técnicas de imagen cerebral, se concluye que se siente poca empatía y mayor alegría por la desgracia del tercero, ante casos de desgracia ajena padecida por gente mal considerada, activándose en el cerebro el área de la expectación de premios, vinculada con el deseo de venganza. Sin embargo, este mismo experimento realizado con niños concluye que el cerebro de éstos reacciona de forma más empática, activándose de forma intensa las regiones implicadas en el procesamiento del dolor directo, como la ínsula y la corteza somatosensorial.

Explorando el cerebro se puede percibir que alegrarse del mal ajeno se correlaciona con la envidia que se tiene hacia el sujeto que cae en desgracia. Los sentimientos de envidia activan los nodos de dolor físico en la corteza cingulada anterior, y los centros de recompensa del cerebro, como el estriado ventral, se activan ante la recepción de noticias relativas a que algún individuo envidiado ha sufrido algún fracaso o desgracia. Es más, la magnitud de la respuesta del cerebro ante esta alegría producida por una desgracia ajena, podría predecirse a partir de la fuerza de la respuesta al sentimiento de envidia anterior. En este sentimiento de alegría malsana también está involucrada la oxicitina, pues los individuos que presentaban mayores niveles de esta hormona aumentaron sus sentimientos de alegría malsana ante la desgracia de un tercero mal considerado, así como sus sentimientos de envidia ante aconteceres afortunados por parte de este tercero.

Igualmente, el dominio de la política o del deporte son territorios privilegiados para la proliferación de sentimientos de alegría malsana, especialmente para aquellos que se identifican fuertemente con su partido político o con su equipo. En campos como la política o el deporte, en el que hay más capacidad a analizar los sucesos en virtud de nuestras ideologías o aficiones, la probabilidad de experimentar sentimientos de alegría malsana dependerá de si el daño lo está sufriendo la formación política o el equipo afín de un individuo o la parte contraria.

Estos estudios se basan en la teoría de la comparación social, por la cual cuando las personas que nos rodean tienen mala suerte provoca que se mejore la imagen que tenemos sobre nosotros mismos. Este fenómeno se acentúa en las personas con baja autoestima, pues son más propensas a alegrarse del mal ajeno que las personas que tienen una alta autoestima.

Hay un refrán alemán que bien a decir que “alegrarse de las desgracias ajenas es la alegría más bella, ya que proviene del corazón” (Schadenfreude ist die schönste freude, denn sie kommt von herzen). Puede que sea así. Reconozco que me alegro de las derrotas de cierto equipo y de que imputen y condenen a los políticos corruptos, pero creo que ser propenso a ello genera continua frustración y acabar siendo un individuo insano y hostil. Prefiero quedarme con el aforismo del filósofo alemán de principios del siglo XIX y de origen prusiano Arthur Schopenhauer: “Sentir envidia es humano, gozar de la desgracia de otros es demoníaco”.

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