martes, 5 de junio de 2012

LA PROPIEDAD MATEMÁTICA


Recuerdo que era Agosto y acababa de cumplir los 16. Estaba con Paloma, Antonio y Jesús enfrente de la Caja del Círculo esperando a que Marcos saliese de la tienda de su padre donde iba a echar una mano en las tardes de verano.
Estábamos en uno de esos momentos de hastío en el que las bromas ya no tenían gracia y necesitábamos que se incorporase otro miembro de la cuadrilla para revitalizar las andanzas veraniegas de un grupo de adolescentes en la época más feliz del año.
Yo, en ese momento no estaba, me había ido, aunque mi cuerpo permaneciese allí. Estaba absorto, en uno de esos momentos en los que dejas de escuchar a quien te acompaña y te introduces en lo más profundo de tus pensamientos. Ese día tocaba operaciones aritméticas, como podría haber tocado cualquier otra cosa y no sé por qué empecé a comparar mentalmente multiplicaciones hasta que me di cuenta de algo muy curioso:
1 x 1 =  1             2 x 0 = 0
2 x 2 =  4             3 x 1 = 3
3 x 3 =  9             4 x 2 = 8
  4 x 4 = 16            5 x 3 = 15
  5 x 5 = 25            6 x 4 = 24
  6 x 6 = 36            7 x 5 = 35
  7 x 7 = 49            8 x 6 = 48
  8 x 8 = 64            9 x 7 = 63
  9 x 9 = 81          10 x 8 = 80

Si el multiplicando y el multiplicador son iguales, al sumar uno al multiplicando y restárselo al multiplicador, el producto se reduce en uno.
Para mí, esa propiedad ya era de utilidad, pues me sabía los cuadrados de los 25 primeros números. Todavía no sé por qué me los aprendí, pero solía tener una curiosidad insaciable que me empujaba a investigar y no parar hasta desmitificar mi desconocimiento acerca de un tema concreto y una de ellas me empujó a calcularlos mentalmente debido a que la diferencia entre el cuadrado de un número y el de su número anterior es igual a la diferencia entre el cuadrado de ese número y el de su número siguiente más dos, (1, 4, 9, 16, 25, 36, 49, 64, 81, 100...).
Aún así os aseguro que yo, por entonces, también tenía pensamientos normales y no había ni una sola tía del Instituto que estando medianamente aceptable no me hubiese acompañado en mis momentos de soledad, dando rienda suelta a mi imaginación. Sin embargo, por razones que nunca analicé y que ya no creo que fuera capaz de recordar los motivos que me empujaron a aquello, en la mayoría de los momentos en los que iba caminando en soledad igual que me daba por pensar en mis asuntos, como hace casi todo el mundo, también solía realizar juegos mentales con todo aquello con lo que interactuaba y las matrículas de los coches siempre me han dado mucho juego para hacer cálculos mentales. Tampoco es tan raro, otros juegan a evitar pisar las líneas de la acera.
Evidentemente, después de esa primera revelación no me quedé en la superficie e indagué en el asunto, comprobando que…
2 x 1 =  2              3 x 0 = 0
3 x 2 =  6              4 x 1 = 4
  4 x 3 = 12             5 x 2 = 10
  5 x 4 = 20             6 x 3 = 18
  6 x 5 = 30             7 x 4 = 28
  7 x 6 = 42             8 x 5 = 40
  8 x 7 = 56             9 x 6 = 54
  9 x 8 = 72           10 x 7 = 70
10 x 9 = 90           11 x 8 = 88

Es decir, si la diferencia entre el multiplicando y el multiplicador es uno, al sumar uno al multiplicando y restárselo al multiplicador, el producto se reduce en dos.
Igualmente, pude comprobar que si la diferencia entre el multiplicando y el multiplicador es dos, al sumar uno al multiplicando y restárselo al multiplicador, el producto se reduce en tres y así sucesivamente.
A partir de estas deducciones, días más tarde enuncié mi primer teorema que decía algo así como que en cualquier multiplicación que realicemos, A x B = C, de manera que A>B, podemos concluir que (A+1) x (B-1) = C-n, donde n=A-B+1, siempre que B>0.
Evidentemente, este descubrimiento dejó perplejos a mis amigos, aunque más por ponerme a pensar en eso en una tarde de Agosto que por la curiosidad del descubrimiento de dicha propiedad que días después trasformaría  en teorema. Evidentemente, con el paso de la tarde empezaron a pensar que podíamos estar ante algo interesante, siempre desde la desconfianza de que no sabíamos casi nada, pero con la ilusión desde la que ve las cosas un adolescente. Dichas ilusiones, bien guardadas en silencio salvo cuando salía la comidilla entre los colegas para impresionar a alguien de fuera del entorno, aunque realmente era para matizar mi etiqueta de tío algo extraño, fueron fulminadas cuando me envalentoné dentro de un tono distendido en una clase de Matemáticas de C.O.U. en las que anuncié que había descubierto una nueva propiedad matemática. La expuse en clase ante los vítores de mis compañeros y el estupor de la profesora que no podía asimilar que la misma persona que dedicaba su clase a recrearse en batallas navales con sus compañeros de última fila, hubiera lanzado un reto tal delante de todos. Glorioso día de fama, que se quedó en eso, pues al día siguiente la profesora, después de analizar en su casa mi descubrimiento, se encargó de descomponer mi teorema y llevarlo a una simple obviedad, producto de desarrollar la ecuación o descomponerla utilizando las propiedades básicas matemáticas, por lo que yo pude proseguir con mi habitual rutina naval en sus clases al ritmo de coordenadas y de agua-tocado-hundido.
Aunque si hay algo que siempre recordaré es de lo que me dijo Paloma nada más que les expliqué mi ocurrencia, “ves por qué no tienes novia…”.

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