lunes, 25 de marzo de 2013

EL ANTIGUO TESTAMENTO

Mi primer año de Bachillerato lo cursé en un internado, debido a la lejanía del único Instituto de la ciudad con respecto al barrio en donde residía mi familia y a la mala fama que éste había adquirido en los corrillos de mercadillo que diariamente frecuentaban las amas de casa del barrio, entre las que se encontraba mi madre. Se hacía referencia a una trifulca con arma blanca acaecida en el pasado y a que “había mucha droga” según las participantes en dichos corrillos. Debido a todo esto y junto con el descontento que mi madre tenía hacia el incipiente ateísmo que yo estaba desarrollando por entonces que tuvo como último episodio mi baldía negativa a confirmarme como católico, después de haber sido expulsado de la catequesis a la que tuve que asistir con tal propósito, fui matriculado, contra mi voluntad, en un colegio religioso ubicado a las afueras de Valladolid, como último recurso para encaminar mi adoctrinamiento religioso. El colegio estaba ubicado aledaño a los barrios San Pedro Regalado y España. Creo que mis padres pasaron por alto este detalle o no investigaron lo suficiente, pues, por entonces, el barrio España era uno de los principales focos de comercialización de sustancias estupefacientes de la ciudad, por lo que si hubiera tenido inclinación hacia el consumo de dichas sustancias, me lo habrían facilitado mucho más que si hubiese seguido estudiando en Aranda de Duero, mi ciudad natal y de residencia familiar.
Por la naturaleza de dicho colegio, tuve que cursar la asignatura de Religión, pues no había opción a elección. Dicha asignatura la impartió el director del colegio, italiano y hombre de mucha bondad, tanta como su ignorancia acerca del mundo y de la sociedad del momento, pues su vida era dedicada en exclusiva al cumplimiento de los mandatos religiosos, muy al contrario de otros de los religiosos de dicho colegio. Sus clases eran tan dogmáticas como aburridas lo que me provocaba una desidia y desinterés que poco tardó en percibir. Ante tal actitud por mi parte, me propuso la lectura de la Biblia como alternativa al seguimiento de sus clases, algo por lo opté sin dudarlo, por lo que a partir de aquel día, yo leía la Biblia en el mismo aula que él impartía la clase del día sin ninguna obligación de presarle atención por mi parte. Lo hice durante el resto del curso, leyéndomela por completo una vez, releyendo incluso el Antiguo Testamento varias veces.
La verdad es que la lectura de la Biblia no es tan aburrida como se puede pensar. El Antiguo Testamento es un recopilatorio de libros dispares procedentes de antiguas leyendas egipcias  y mesopotámicas, así como de tradiciones orales de pastores nómadas que, tras muchos siglos de remiendos y añadidos, fueron recogidas, ampliadas y reelaboradas, encubiertas bajo reformas religiosas, por distintos profetas y clérigos al servicio de los intereses políticos de diferentes épocas, mientras que el Nuevo Testamento comprende los cuatro Evangelios canónicos, los hechos de los Apóstoles, epístolas de diversa atribución y el Apocalipsis, todos ellos redactados entre la segunda mitad del siglo I y el siglo II y publicados originalmente por Atanasio de Alejandría en 370, basándose todos ellos exclusivamente en la vida de Jesús y en su influencia y legado, siendo bastante más aburrido y repetitivo que el Antiguo Testamento.
El Antiguo Testamento es todo un recopilatorio de crueldades, atrocidades, barbaries, exterminios y amenazas con el objetivo de aterrorizar al lector en el caso de no seguir los dictámenes divinos. Igualmente, se enumeran continuos episodios detestables, aberrantes e inhumanos, que incluyen violaciones, incestos, expolios, misoginia, racismo, esclavismo y homofobia. Se describe continuamente a Dios como un ser tremendamente injusto, vengativo, autoritario y genocida. Entre otras cosas, Dios mató por propia mano a cientos de miles de personas y exigió que su pueblo perpetrase enormes matanzas sin piedad, ordenó matar a cualquier hijo rebelde por lapidación pública y tomar como botín de guerra ganado, burros y mujeres vírgenes de forma prototípica, consideró hombres justos a quienes ofrecieron a sus hijas o esposas para ser violadas, mató a dos hijos de Judá, Er, por el hecho de ser malo según su criterio, y Onán, por no eyacular dentro de su cuñada cuando se acostaba con ella; a Nabal, para facilitar que David se vengase y pudiese apropiarse de su esposa y riquezas; se apostó la fidelidad de Job con uno de sus ángeles, matando por el camino a muchos inocentes, arruinando y torturando a "tan paciente varón"; torturó a quienes le guardaban fidelidad absoluta de modo bien evidente; arrasó a su pueblo con la peste para castigar al rey David por haber cumplido, sin chistar, una orden divina; instó a la lapidación de Acán y de su familia por quedarse con algunos bienes hallados en los restos de Jericó, una ciudad masacrada por orden divina; hizo morir a un profeta que se negó a darle una paliza a otro; reguló la esclavitud, matando o mandando matar a miles de ellos; bendijo y posibilitó que los profetas Elías y Eliseo, matasen a placer a decenas de inocentes. En fin, que mató directamente a cientos de miles de personas y exigió a su pueblo que perpetrase enormes matanzas.
Igualmente, todos sus elegidos fueron autores de aberraciones tales. Abraham, el primer patriarca de Israel, hizo pasar a su esposa Sara por hermana para entregarla al placer de distintos reyes, logrando así una fortuna y el castigo divino de muchos inocentes. Posteriormente expulsó de su casa al niño Ismael, su primer hijo tenido con la criada Agar, y acató sin rechistar la orden de dios de sacrificar a su hijo Isaac. Jacob, el tercer patriarca de Israel, engañó a su hermano Esaú y a su padre Isaac, ciego, para apoderarse de los derechos del hermano primogénito y se enriqueció desvalijando a su tío y suegro Labán. Lot ofreció a sus dos hijas vírgenes para impedir que los sodomitas violasen a dos ángeles. Más tarde, éstas emborracharon a su padre, Lot, para tener sexo con él y quedar embarazadas. Un levita, para evitar ser violado por los hombres de Guibea, entregó a su hija y posteriormente a su mujer, de quien abusaron hasta la muerte. Posteriormente, distorsionó la historia para provocar una guerra contra los benjaminitas que se saldó con miles de muertos y cientos de mujeres esclavizadas sexualmente. David, (el elegido por Dios para glorificar a su pueblo), forzó a una casada a ser su amante e hizo matar a su marido. Amnón, hijo de David, violó a su hermana Tamar para después repudiarla. Salomón, hijo mayor de David, asesinó a su hermano Adonías para acceder al trono de Israel. Noé, borracho y desnudo, maldijo a su nieto Canaan y a toda su descendencia porque su hijo menor Can, (padre de Canaan), le vio en tal situación. Jefté, juez de Israel, asesinó a su hija única para cumplir un pacto con Dios. Mesa, rey moabita, inmoló a su hijo mayor para salvar a su país de la destrucción israelita y de la furia de Dios. Los héroes bíblicos Ehud, Yael y Judit asesinaron a Eglón, Sísara y Holofernes respectivamente de forma traicionera y mediante métodos ruines y cobardes. Jehú, traidor, asesino sanguinario y usurpador del trono de Israel para cumplir la voluntad de Dios... todo ello con la complicidad o el mandato divino de por medio.
Es más, una de las cosas que más nos abochornan en la actualidad es cuando escuchamos noticias acerca de mujeres violadas en países islámicos que han de casarse con su violador, porque éste ha optado por ello para evitar ir a la cárcel, en aplicación de la sharia o ley islámica. Dicha ley está plagiada en el Corán a partir del Antiguo Testamento, (Dt 22,2829), al fin y al cabo el Corán plagia literalmente muchos párrafos de éste.
Lo que más me aterroriza de todo esto es pensar que éste es el libro sagrado de los judíos y que la totalidad de las pseudo-religiones evangélicas siguen el Antiguo Testamento al pie de la letra. Cualquier ser sensato, interpretaría todos los textos ahí incluidos como lo que son, antiguas leyendas e historias recogidas en épocas donde el analfabetismo y la ignorancia eran las características más comunes de los pobladores de la época, pero, sin embargo, hay corrientes religiosas que la interpretan como dictamen divino que hay que seguir a rajatabla. Así le va al mundo.

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